La invasión silenciosa que pone en peligro el Mediterráneo español

En apenas cinco años el alga ‘Rugulopterix okamurae’ ha colonizado la costa andaluza de Tarifa a Cabo de Gata y se teme que siga su camino hacia el norte

Algas 'Rugulopterix okamurae' en la playa de los Lances, en Tarifa, en una imagen de 2019 tomada con un dron.Juan Carlos Toro

Llegó hace tan poco que ni siquiera tiene nombre en castellano. De color pardo, mide apenas unos centímetros y tiene a la ciencia alarmada. El alga Rugulopterix okamurae, procedente del océano Pacífico, está apartando a especies nativas, se multiplica con rapidez y ha colonizado a toda velocidad el litoral mediterráneo de Andalucía y el norte de África. En 2015, llegó a Ceuta y se recogieron más de 5.000 toneladas en las playas en solo un año. En 2016, dio el salto a Tarifa y desde entonces ha cubierto más de...

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Llegó hace tan poco que ni siquiera tiene nombre en castellano. De color pardo, mide apenas unos centímetros y tiene a la ciencia alarmada. El alga Rugulopterix okamurae, procedente del océano Pacífico, está apartando a especies nativas, se multiplica con rapidez y ha colonizado a toda velocidad el litoral mediterráneo de Andalucía y el norte de África. En 2015, llegó a Ceuta y se recogieron más de 5.000 toneladas en las playas en solo un año. En 2016, dio el salto a Tarifa y desde entonces ha cubierto más del 80% de los fondos rocosos entre cinco y 30 metros de profundidad de las costas de Cádiz, Málaga y Granada, ocupando el 100% en algunas zonas. Ya se ha detectado en praderas de posidonia en Cabo de Gata (Almería) y se cree que continuará su expansión por el resto del mar Mediterráneo. “No tiene límites”, dice Jesús Mercado, investigador del Centro Oceanográfico de Málaga, dependiente del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). Las consecuencias de su expansión son impredecibles, pero ya causa problemas al ecosistema marino, al turismo, la pesca y la desalación de aguas para consumo humano.

María Altamirano es profesora del departamento de Botánica y Fisiología Vegetal de la Universidad de Málaga (UMA) y una de las primeras investigadoras en estudiar esta alga en Europa. Cuando la especie llegó de golpe a la costa ceutí, analizó varios ejemplares y, en colaboración con la Universidad de Kobe, confirmó la identidad de la especie. Se cree que llegó como polizón en las aguas de lastre de grandes buques, que vacían sus compartimentos al llegar a puertos como el de Tánger o Algeciras. Su capacidad para sobrevivir semanas en oscuridad total ha sido clave para su expansión. “Probablemente llegó muchas veces, un desembarco continuo que ha facilitado la invasión”, subraya Altamirano, quien destaca que la similitud de esta especie con otras autóctonas impidió su detección temprana, pero también critica la falta de control sobre las aguas de lastre.

El alga se ha adueñado de buena parte del estrecho de Gibraltar y la costa andaluza, afectando a espacios protegidos como los fondos de Maro-Cerro Gordo (Málaga) o Punta Entinas-Sabinar (Almería) y Cabo de Gata (Almería), desde donde avanza hacia Murcia. También se ha detectado en Huelva y Portugal, aunque en menor cantidad. Aún se conoce muy poco de la especie o de los factores de su rápida adaptación a su nuevo entorno para esta invasión silenciosa, pero los especialistas apuntan a diversas causas. La primera es que en 2015 se registró una temperatura récord en el Mediterráneo (la más alta en 20 años) creando el entorno perfecto para el alga y facilitando un “arranque descontrolado” y un crecimiento “anormalmente rápido”, como refleja un estudio publicado por ocho investigadores en la revista Science of the Total Environment de 2020. Ese inicio explosivo se ha visto beneficiado, según los especialistas, por la existencia de numerosos nutrientes en aguas superficiales —hasta 30 metros de profundidad, más allá desaparece— como uno de los motivos del rápido crecimiento de su biomasa. Félix López, director del Instituto Universitario de Biotecnología y Desarrollo Azul (Ibyda), ha detectado que las aguas superficiales del litoral andaluz cuentan con una creciente concentración de nitratos y fosfatos. Una parte llega desde las aguas profundas, pero otra procede de la actividad humana: de las explotaciones agrícolas —fundamentalmente en la cuenca del Guadalquivir— o de aguas residuales sin depurar, como ocurre en puntos de Tarifa, Algeciras o la Costa del Sol. “Hay una combinación de factores que han conseguido una dispersión explosiva”, añade López, que cree que aún falta investigación para tener más certezas.

Consecuencias en el turismo

El alga vive tranquila ante la ausencia de depredadores. Ella misma se encarga de alejarlos: dispone de unas sustancias alelopáticas —compuesto bioquímico— que aportan mal sabor para espantar a los herbívoros y, de paso, inhiben el crecimiento de otras especies a su alrededor. También presenta mecanismos de reproducción muy eficientes: es capaz de clonarse para que una sola planta genere miles de nuevos ejemplares ahogando al resto. El trasiego marítimo en el estrecho de Gibraltar le ayuda a viajar de un lado para otro, ya que se fija en los cascos de cualquier embarcación o las redes de los pescadores y los puertos se han convertido en vectores de dispersión. Además, se aferra a plásticos, animales, plantas marinas o cualquier otro elemento para desplazarse y colonizar. Solo deja libres los fondos arenosos.

Cuando muere genera más problemas. Su degradación consume oxígeno afectando a otras algas, comunidades de peces y zooplancton. Y la cantidad de biomasa que genera hace que lleguen periódicamente arribazones que cubren por completo las playas. Los datos municipales asustan. En Tarifa, por ejemplo, en 2020 se retiraron más de 2.300 toneladas de alga de su costa. En Estepona, la cifra se fue a las 3.838 toneladas (este año ya superan el millar) y, en Marbella, el peor año fue 2019, con 1.500 toneladas retiradas en solo cinco playas (este año ya ha llegado a 14). Los municipios se han visto obligados a adquirir maquinaria y solicitan ayuda para la retirada del residuo, que acaba en el vertedero. Aún no existen directrices sobre si debe tener un tratamiento diferenciado.

El alga en las aguas de cala Burra, en Málaga, en el mes de mayo de este año.María Altamirano

La situación en las zonas de baño preocupa por su influencia en el turismo. La imagen de playas cubiertas de alga y el mal olor que dejan son factores negativos para este importante motor de la economía andaluza. Los pescadores también sufren sus consecuencias. Sus redes recogen más algas que peces, pero también provoca la caída de la población de pulpos o centollos. La Junta de Andalucía tiene abierta una línea de ayudas de 1,5 millones de euros por las pérdidas ocasionadas al sector (cifra calificada como “limosna” por los pescadores del Estrecho). La especie ya causa problemas a desalinizadoras como las de Marbella o Campo de Dalias, en Almería, donde las rejillas que captan agua del mar han quedado atascadas por la acumulación de esta alga. Recientemente, la instalación almeriense tuvo que parar para realizar la limpieza. “Ha sido algo puntual. Pero si se repite habrá que tomar decisiones para prevenir. Estamos alerta”, dice Santiago Lacambra, responsable de la desalinizadora de Aquamed, que abastece de agua potable a las poblaciones de Roquetas, Vícar y El Ejido y para riego a sus invernaderos.

Ecosistema marino en riesgo

Lo que más preocupa a largo plazo a los investigadores es la influencia en los ecosistemas, donde el alga está produciendo “alteraciones del hábitat marino, pérdidas de biodiversidad, afectación a especies y espacios protegidos incluidos en la Red Natura 2000”, según el Ministerio para la Transición Ecológica. Desplaza algas locales y especies claves para el sistema marino, incluida la posidonia en zonas como Estepona, Maro o Almería. “No he visto nunca un alga con una capacidad competitiva por el espacio con la biota nativa como la que ha demostrado esta. No solo en zonas bien iluminadas de los fondos, también en espacios parcialmente umbríos y compitiendo eficazmente con especies animales que viven fijadas al sustrato, como corales, esponjas y tunicados”, subraya José Carlos García, director del Laboratorio de Biología Marina de la Universidad de Sevilla, quien ha liderado un estudio sobre la especie publicado en abril en la revista Frontiers in ecology and evolution. El investigador subraya “los efectos extremos” que supone la presencia de Rugulopterix okamurae en su nuevo ecosistema, que ya está afectado por tres algas invasoras que llegaron antes, lo que eliminó rivales y desplegó una alfombra roja a la nueva vecina.

Centros de buceo, ecologistas y los propios expertos se quejan de la lentitud de la Administración para buscar soluciones. La ciencia ha impulsado la creación del Foro Alga Invasora, coordinado por Félix López, que asegura que hoy es imposible erradicar por completo el alga en el Mediterráneo. Mientras, la Junta de Andalucía echa balones fuera diciendo que es competencia del Ministerio para la Transición Ecológica, que declaró a la Rugulopterix okamurae como especie invasora el otoño pasado, cinco años después de su aparición. La ley que regula el Catálogo Español de Especies Exóticas indica, sin embargo, que también es responsabilidad autonómica. Fuentes de la administración andaluza subrayan que han puesto en marcha un plan de trabajo para conocer mejor al alga —incluida su caracterización genética— y el análisis de especies marinas herbívoras que pudiera controlar su expansión.

Buceadores, cámaras y drones submarinos son algunas de las herramientas utilizadas, también por el Ministerio para la Transición Ecológica, que ya ha trasladado el problema a Europa y ha pedido su inclusión en la lista de especies exóticas invasoras. “La solicitud está en fase de evaluación”, explican fuentes de la Comisión Europea. Mientras, España promueve proyectos de investigación para conocer en qué momento la especie es más agresiva y se dispersa más rápidamente y determinar qué espacios son los más favorables para su asentamiento. Buscan adelantarse a su llegada. “Puede que no podamos proteger todo el litoral, pero sí tenemos una oportunidad en espacios de interés amenazados”, dice María Altamirano. “No podemos quedarnos mirando: hay que actuar ya porque pronto será tarde”, concluye Félix López.

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