El pequeño pez limpiador, ¿el más inteligente del arrecife?
El ‘Labroides dimidiatus’ cuida de su reputación al dar un servicio personalizado a sus clientes, tiene memoria a largo plazo, acaricia a los depredadores, cambia de sexo y se reconoce en el espejo
En los últimos años, la ciencia está poniendo el foco en un peculiar pez habitante de los arrecifes, cuyas capacidades cognitivas no dejan de sorprender. Se trata del pez limpiador (Labroides dimidiatus), un exitoso empresario de los arrecifes de coral que recibe las visitas de numerosos clientes.
Distintas especies de...
En los últimos años, la ciencia está poniendo el foco en un peculiar pez habitante de los arrecifes, cuyas capacidades cognitivas no dejan de sorprender. Se trata del pez limpiador (Labroides dimidiatus), un exitoso empresario de los arrecifes de coral que recibe las visitas de numerosos clientes.
Distintas especies de peces acuden a su estación de limpieza para que les acicale la piel, librándoles de los parásitos de los que se alimenta. Este es un encuentro en el que ambos salen ganando, porque el cliente se desparasita y el limpiador obtiene comida. Sin embargo, hay un matiz que vuelve la relación un poco más compleja: al limpiador le gusta más la sabrosa capa de mucosidad del cliente que sus parásitos y el cliente detesta que le quiten su valiosa mucosidad.
Los limpiadores suelen estar muy solicitados, pudiendo recibir hasta 2.000 visitas al día. Los peces tienen que esperar hasta poder ser atendidos y, mientras lo hacen, observan cómo trabaja el limpiador. Cada vez que los clientes notan que se están comiendo su mucosidad, sacuden brevemente su cuerpo. Por lo tanto, para cualquier observador es fácil detectar si un limpiador es profesional en su trabajo o si cede a la tentación con demasiada frecuencia.
Los estudios en el laboratorio demuestran que los clientes prefieren los servicios de aquellos limpiadores que provocan pocas sacudidas. A su vez, cuando un limpiador está siendo observado por otros peces, tiende a ser más profesional que cuando no hay nadie mirando. No cabe duda: el pez limpiador, como empresario bueno que es, toma precauciones para cuidar su reputación.
Desarrollar este comportamiento no es sencillo, pues requiere autocontrol. Un estudio puso a prueba esta capacidad del limpiador, sometiéndolo a un test que se utiliza a menudo para evaluar esa capacidad en los animales: la recompensa retardada. A grandes rasgos, consiste en dar a elegir a un animal entre una recompensa inmediata y otra pospuesta en el tiempo, pero de mayor calidad. Para poder comerse esta última, el animal tiene que ser capaz de controlarse y no coger la recompensa inmediata. El pez limpiador pasó el test con resultados similares al de los monos.
Como pasa con el cerebro de los mamíferos, algunas capacidades cognitivas del pez limpiador varían en función del sexo. Los machos son mejores en algunas tareas de aprendizaje y las hembras en autocontrol. Lo más sorprendente es que estos animales cambian de sexo. Cada ejemplar nace siendo hembra y solo se convierte en macho cuando es el individuo más grande del grupo. Por lo tanto, sus capacidades cognitivas también se alteran con el cambio de sexo.
Cuidar a los clientes
La tarea del pez limpiador es muy compleja. Todas las especies que visitan su estación se pueden agrupar en dos tipos distintos: las residentes y las viajeras. Las especies residentes son clientes fieles que, como son del vecindario, siempre acuden a la misma estación de limpieza. En cambio, las especies viajeras tienen áreas de campeo que abarcan varias estaciones, así que pueden elegir. ¿Qué hace este pez empresario? Efectivamente, atiende primero a las viajeras y deja a los clientes fijos para el final.
Una vez más, estamos ante un comportamiento que podría requerir capacidades cognitivas complejas. Para probarlas, sometieron al limpiador a otro test: la recompensa efímera. La comida se sirve en dos recipientes iguales excepto por el color. Uno de ellos es permanente, pero el otro se retira a los pocos segundos. Si el animal opta por comer primero del recipiente efímero, luego podrá comerse también el otro, mientras que si empieza por el permanente solo tendrá tiempo a comer de uno. El pez limpiador pasó el test con nota sobresaliente, superando incluso a los chimpancés y orangutanes.
Es curioso que esta capacidad no viene asegurada por los genes, sino que depende de factores ambientales, como la densidad de limpiadores en un área. Cuando esta es elevada, las estaciones de cada limpiador no están tan concurridas, por lo que no necesitan elegir entre clientes viajeros y residentes. Estos limpiadores menos solicitados no superan el test de la recompensa efímera y el tamaño de su cerebro frontal es menor.
Pero los pobres peces residentes de las estaciones muy concurridas no solo son peor atendidos por no ser prioritarios, también sufren los abusos del pez limpiador, que suele utilizarlos para comer más mucosidad. Con frecuencia, los clientes residentes se enfadan tanto que acaban persiguiendo al limpiador. Cuando esto ocurre, el empresario sabe que se ha pasado de la raya y lo intenta arreglar. En las próximas limpiezas, a estos clientes les dará un trato excelente para compensar.
¿Memoria de pez?
Para desarrollar este comportamiento, el pez limpiador no solo necesita reconocer a sus clientes individualmente, sino también tener una buena memoria. Un estudio demostró que los limpiadores pueden recordar un evento desagradable tiempo después. Para poder realizar los experimentos, a veces se capturan peces en libertad con redes que se devuelven al mar cuando el estudio ha finalizado. La primera vez es fácil capturar al limpiador, porque no teme a la red. Sin embargo, aquellos que ya han sido capturados una vez, se esconden entre las rocas al ver las redes, incluso once meses más tarde.
Por supuesto, este animal marino también atiende a peces depredadores. En estos casos, se ha observado que antes de la limpieza los acaricia con su cuerpo y sus aletas. Es posible que de esta manera busque agradar a su peligroso cliente para evitarse algún susto, pues está demostrado que los peces también perciben la estimulación táctil de manera positiva. Además, cuando el limpiador es perseguido por algún cliente furioso, con frecuencia se pega a un depredador y le acaricia. De esta manera, consigue salir airoso de la persecución.
Llegados a este punto, podríamos pensar que Labroides dimidiatus ya no puede sorprendernos más, pero estaríamos equivocados. En 2019, una investigación demostró que el limpiador se reconoce en el espejo. Colocaron una marca naranja, imitando a un parásito cutáneo, encima de la cabeza de varios peces limpiadores y en otros colocaron una marca trasparente. Solo los que tenían la marca naranja se miraban al espejo y seguidamente restregaban su cabeza contra el suelo. Este test se utiliza como evidencia de que los animales tienen autoconciencia, aunque los autores del estudio se muestran precavidos a la hora de sacar estas conclusiones.
Estos descubrimientos son tan fascinantes como difíciles de explicar. ¿Cómo puede un pez cuyo cerebro no es más grande que una lenteja superar todos estos test tan complejos? Estamos hablando de un animal con un tamaño cerebral en relación con su tamaño corporal diez veces más pequeño que el de cualquier mamífero. Quizás aún no podamos explicarlo, pero cuando lo hagamos, habremos comprendido mejor la inteligencia.
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