La piel de la Tierra conserva el rastro de los venenos que ha vertido la agricultura
Dos investigaciones hallan restos de plaguicidas incluso en explotaciones que abandonaron su uso 20 años atrás
El impacto de la actividad humana en el planeta altera hasta los sistemas más resistentes. Entre los criterios que barajan los científicos para bautizar la nueva era geológica como Antropoceno, el periodo caracterizado por la huella de la acción de las personas, se encuentra, entre otros, el uso generalizado de plaguicidas desde hace más de 70 años. Dos estudios diferentes han hallado restos de estos compuestos químicos en tierras sobre las que no se han aplicado desde hace entre 3 y 20 años.
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El impacto de la actividad humana en el planeta altera hasta los sistemas más resistentes. Entre los criterios que barajan los científicos para bautizar la nueva era geológica como Antropoceno, el periodo caracterizado por la huella de la acción de las personas, se encuentra, entre otros, el uso generalizado de plaguicidas desde hace más de 70 años. Dos estudios diferentes han hallado restos de estos compuestos químicos en tierras sobre las que no se han aplicado desde hace entre 3 y 20 años.
Una de las investigaciones, liderada por Violette Geissen, del grupo de Física del Suelo y Gestión de la Tierra de la Universidad de Wageningen (Holanda), con colaboración española y portuguesa, ha analizado 340 tierras agrícolas (dedicadas a cultivar naranja, uva, patata y otros productos hortofrutícolas) de los países participantes durante un trienio y ha hallado residuos de entre 5 y 16 plaguicidas en el 70% de las muestras, incluidas las de aquellas tierras que habían abandonado el uso de compuestos químicos tres años antes del estudio.
Fernando Madrid Díaz, investigador de Agroquímica, Microbiología Ambiental y Conservación de Suelos del Instituto de Recursos Naturales y Agrobiología de Sevilla (IRNAS-CSIC) y ajeno al estudio, aunque considera “normal” esos hallazgos de residuos por el uso generalizado de plaguicidas, coincide con el estudio en la necesidad de tenerlos en cuenta. “Los plaguicidas son compuestos tóxicos, se han diseñado para serlo”, afirma. No obstante, explica que son necesarios para mantener la capacidad de producción a los niveles que exige la demanda. Y añade: “Son tóxicos y no son ideales, pero no hay alternativas inmediatas. Se investiga con bioplaguicidas, de origen natural y más biodegradables, y creando ecosistemas que sean favorables al control de las plagas, pero sus efectos a corto plazo no son iguales”.
En este sentido, Geissen detalla en su estudio, publicado este mes en Enviromental Pollution, que la “dependencia de los plaguicidas en los sistemas agrícolas de Europa [zona objeto del estudio] para asegurar los rendimientos en la producción vegetal y la ganadería, suponen el uso de un promedio de 340.000 a 370.000 toneladas de sustancias activas anualmente”, según la estadística de la FAO. “De las 487 sustancias activas aprobadas para su venta en la UE”, de acuerdo con la investigación, “casi la mitad son bioacumulativas [pueden conservarse en los organismos de seres vivos], el 25% son persistentes en el suelo más de 100 días y el 30% presenta una alta toxicidad acuática”.
El problema del uso de plaguicidas viene cuando, por su concentración, termina siendo tóxicoFernando Madrid Diaz, investigador de Agroquímica, Microbiología Ambiental y Conservación de Suelos del IRNAS
Para Madrid Díaz, este último aspecto es uno de los más peligrosos: “Cuando llega a las aguas, esa contaminación es más difícil de contener”. También considera importante el estudio de la persistencia. En este sentido, aclara: “Cualquier plaguicida incluye un estudio de biodegradabilidad, que se establece en función del tiempo necesario para causar el efecto buscado, pero esta no es exacta: depende del tipo de suelo (si es arenoso, por ejemplo) o del clima”. “El problema”, concluye, “viene cuando, por su concentración, termina siendo tóxico”.
En este sentido, el estudio que ha liderado Geissen asegura: “La mayoría de los pesticidas se aplican durante la temporada de crecimiento de los cultivos, lo que resulta en un pico de residuos en los suelos durante este período. Sin embargo, pueden persistir mucho después de la aplicación y acumularse en el suelo a lo largo de los años”.
Esta persistencia es una explicación para que, aunque el mayor número de residuos por muestra (16) fueron hallados en el 70% de los suelos con explotaciones convencionales, en las tierras de agricultura orgánica se detectaron hasta un máximo de cinco residuos de plaguicidas.
Dos décadas
Los hallazgos coinciden con otro estudio publicado por la American Chemical Society con Judith Riedo, de la Universidad de Zurich, como autora principal. En este trabajo, los investigadores midieron las características superficiales del suelo y las concentraciones de 46 pesticidas utilizados regularmente y sus productos de descomposición en muestras tomadas de 100 campos que se manejaron con prácticas convencionales o sin químicos. Los investigadores también encontraron residuos de pesticidas en todos los lugares, incluidas las explotaciones convertidas en orgánicas más de 20 años antes del estudio. Según el resultado la investigación, “múltiples herbicidas y un fungicida permanecieron en el suelo superficial después de la conversión a explotaciones ecológicas, aunque el número total de productos químicos sintéticos y sus concentraciones disminuyeron significativamente cuanto más tiempo estuvieron los campos bajo ese tipo de gestión”.
Algunos de los pesticidas podrían haber contaminado los campos orgánicos al viajar a través del aire, el agua o el suelo desde los campos convencionales cercanos
Riedo aporta una explicación en su estudio: “Algunos de los pesticidas podrían haber contaminado los campos orgánicos al viajar a través del aire, el agua o el suelo desde los campos convencionales cercanos”. Esta presencia de compuestos químicos también afecta, según la investigación, a la presencia microbiana beneficiosa. “La presencia de estas sustancias puede disminuir la salud del suelo”, concluyen los investigadores.
La presencia de contaminantes orgánicos persistentes (COP) más allá de la tierra sigue siendo motivo de estudio. El último, difundido por el Instituto Karolinska de Suecia, un grupo de investigadores ha hallado en el tejido adiposo de 20 fetos fallecidos en el tercer trimestre de gestación entre 2015 y 2016 una quincena de estos compuestos. Entre esas sustancias se encontraban el HCB (hexaclorobenceno), un pesticida que se usaba para proteger los cultivos alimentarios de los hongos; el DDE (diclorodifenildicloroetileno), insecticida utilizado a mediados del siglo XX y variantes de los PCB (policlorobifenilos), sustancias químicas que servían como aislantes en productos eléctricos. El estudio solo investigó la presencia y concentración de las sustancias químicas, pero no su relación con los posibles riesgos para la salud.
Cuestión de números
Jesús Arias Salgado, propietario de varias explotaciones en el valle del Guadalquivir, asegura que las limitaciones impuestas por la UE en cuanto al uso de componentes químicos para el manejo de los cultivos ya son exhaustivas. “Casi somos ecológicos. Pero he estudiado la posibilidad de transformar las explotaciones en orgánicas, en su totalidad o en parte, y no me salen los números”, afirma. Este agricultor vende a tres de las principales cadenas de distribución europeas.
Un estudio publicado en la revista One Earth este mes considera, por el contrario, que esa transformación es posible. Según este trabajo, “un sistema agroalimentario ecológico, sostenible y respetuoso con la biodiversidad podría aplicarse en Europa”. Para ello, según la publicación, sería necesario: cambios en la dieta, con un menor consumo de productos animales de ganadería intensiva; un sistema de rotación de cultivos que incorporen leguminosas fijadoras de nitrógeno, que permitiría evitar fertilizantes nitrogenados sintéticos y pesticidas; y aunar cultivos y ganado para un reciclaje óptimo del estiércol. “Sería posible reforzar la autonomía de Europa, alimentar a la población prevista para 2050, seguir exportando cereales a países que los necesitan para el consumo humano y, sobre todo, reducir sustancialmente la contaminación del agua y las emisiones de gases de efecto invernadero de la agricultura”, aseguran los investigadores.
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