Donde las farmacéuticas no llegan

Grupos científicos sin ánimo de lucro ensayan terapias que necesitan los pacientes, pero que no interesan a las empresas por falta de rentabilidad

Una científica investiga para mejorar tratamientos oncológicosA. NOOR / BSIP (Universal Images Group via Getty)

La industria farmacéutica, tantas veces denostada, en ocasiones con razón, ha sido capaz de generar productos de utilidad indudable. Fármacos como el sofosbuvir han ayudado a hacer la hepatitis C una enfermedad tratable, como años antes sucedió con los antirretrovirales y el sida. En cáncer, medicamentos como el trastuzumab han multiplicado la supervivencia de las personas con tumores de mama. Sin embargo, como sucede con cualquier industria, el incentivo principal de las farmacéuticas es crear productos con...

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La industria farmacéutica, tantas veces denostada, en ocasiones con razón, ha sido capaz de generar productos de utilidad indudable. Fármacos como el sofosbuvir han ayudado a hacer la hepatitis C una enfermedad tratable, como años antes sucedió con los antirretrovirales y el sida. En cáncer, medicamentos como el trastuzumab han multiplicado la supervivencia de las personas con tumores de mama. Sin embargo, como sucede con cualquier industria, el incentivo principal de las farmacéuticas es crear productos con los que obtener beneficios y eso hace que sus intereses no siempre coincidan con los de los pacientes.

Para compensar esa laguna del sistema, existen grupos de investigación colaborativos y sin ánimo de lucro que tratan de impulsar estudios con gran interés para los pacientes aunque no produzcan beneficios económicos particulares. Un ejemplo de las posibilidades de este tipo de trabajos con financiación pública tiene como protagonista al trastuzumab, una terapia dirigida que bloquea el funcionamiento de determinados genes para detener el desarrollo de un tipo de cáncer de mama donde hay un exceso de proteína Her2, que hace los tumores más agresivos.

Esta molécula se utilizaba como tratamiento para evitar las recaídas en algunos tipos de cáncer de mama y se aplicaba durante doce meses. Dos estudios, uno financiado por el Instituto Nacional del Cáncer de Francia y otro por el Instituto Nacional para la Investigación en Salud del Reino Unido, mostraron que reduciendo la duración del tratamiento a 6 meses se podían lograr resultados similares. Por un lado, esto reduce la toxicidad para las pacientes y, además, rebaja los costes para la sanidad en unos tratamientos que cuestan miles de euros al mes.

Uno de estos ensayos con fondos públicos permitió reducir un tratamiento que costaba miles de euros al mes de un año a seis meses

En España, también hay grupos y plataformas que impulsan este tipo de trabajos académicos. Uno de ellos es el Grupo Español de Cáncer de Ovario (GEICO). Esta asociación colabora en ocasiones con empresas farmacéuticas en el desarrollo de estudios que interesan a las compañías, pero, según explica su presidente, Antonio González, emplean “los excedentes para realizar estudios académicos sin ánimo de lucro” que no se podrían realizar de otra forma. Uno de estos trabajos midió el papel de la cirugía en el cáncer de ovario para evitar las recaídas y “mostró que las pacientes que se operan siguiendo unos determinados criterios permanecen libres de enfermedad durante más tiempo”, apunta González. “Gracias a la cooperación con las farmacéuticas, después podemos hacer ensayos de otro tipo”, añade el jefe del servicio de Oncología Médica de la Clínica Universidad de Navarra en Madrid.

Para impulsar ensayos de interés público con interés comercial, en 2013, desde el Instituto de Salud Carlos III (ISCIII) se impulsó la Plataforma de Unidades de Investigación Clínica y Ensayos Clínicos (SCReN). Desde su fundación, según explica Emilio Vargas, responsable del Servicio de Farmacología Clínica del Hospital Clínico San Carlos de Madrid y coordinador de la plataforma, se han realizado más de 30 estudios con la ayuda de las 31 unidades de apoyo integradas en centros de 13 comunidades autónomas. Sin embargo, Vargas reconoce que los recursos que tienen “son desafortunadamente escasos”. Si un ensayo financiado por una farmacéutica puede contar con decenas de millones de euros, la financiación anual de toda la plataforma no llega a cuatro millones y el año pasado, el ISCIII lanzó una convocatoria de 15 millones de euros para ensayos sobre terapias relevantes pero alejadas del beneficio económico. “Esperamos que cuando haya nuevos presupuestos generales se pueda incrementar la dotación y cambiar la dinámica de las contrataciones para que puedan ser más ágiles, porque a veces gastar el dinero siguiendo las normas de la administración es complicado”, señala Vargas.

La diferencia de financiación entre los ensayos clínicos patrocinados por la industria y los que se realizan sin ánimo de lucro en hospitales es muy importante, pero hay otros factores que podrían mejorar el trabajo de los médicos que se dedican a este tipo de investigación. Inmaculada Fuentes, responsable de la Unidad de Apoyo a la Investigación Clínica del Instituto de Investigación Vall d’Hebron de Barcelona señala que, “además del dinero hay una cuestión de organización”. “Incluso en países donde hay buena financiación para este tipo de ensayos, como en el Reino Unido, se ha visto un problema de profesionalización, porque el amor al arte no es suficiente”. El desarrollo de un fármaco es muy complejo y es importante que algunas partes las lleven a cabo profesionales muy especializados, que es algo que la industria farmacéutica puede financiar mejor. “Esto se va mejorando con estructuras de apoyo y también hay que pensar en la presión asistencial a la que están sometidos los profesionales de los hospitales públicos que realizan la investigación”, añade. “Se necesitan políticas que fomenten la investigación liberando a los profesionales para que tengan tiempo para investigar y también que se reconozca ese trabajo de investigación en la carrera profesional”, continúa.

En esa misma línea, Vargas comenta que desde su plataforma quieren ayudar en la formación de investigadores para que aprendan a tratar mejor con las agencias regulatorias y puedan así avanzar en las fases de la investigación clínica que va desde que se encuentra un tratamiento experimental prometedor hasta que se pruebe su eficacia y se convierta en uno corriente.

Los investigadores creen que una ley de mecenazgo, que permitiese a las empresas invertir en ciencia a cambio de exenciones fiscales, sería positiva

Como se demostró en el caso del trastuzumab, la reducción de costes es uno de los puntos fuertes de los trabajos académicos. Miguel Martín, presidente de GEICAM (Grupo Español de Investigación en Cáncer de Mama) recuerda que “hay medicamentos aprobados que se podrían administrar de mejores maneras o que se podrían comparar con otras terapias para elegir la que sea más barata con los mismos resultados”. El reposicionamiento de fármacos que han perdido ya la patente y pueden ser útiles para tratar una enfermedad distinta de la que tenían como objetivo cuando se crearon es otro de los objetivos de estos grupos de investigación. O el cambio en la forma de aplicar los medicamentos. “La capecitabina [un quimioterápico] para el cáncer de mama tiene algunas toxicidades con el esquema de aplicación actual que se podrían mejorar con un esquema menos intenso”, señala Martín.

El oncólogo explica que hasta ahora su financiación llega principalmente de las asociaciones de pacientes y de acuerdos con las farmacéuticas, pero plantea otras vías. El Estado podría apoyar a estos grupos de varias maneras. Una de ellas sería aportando los medicamentos que se quieren poner a prueba, que en muchos casos tienen un coste elevado. Otra medida sería una ley de mecenazgo, que permitiría a empresas privadas financiar investigación de interés público a cambio de exenciones fiscales. Desde el ministerio de Ciencia señalan que es el ministerio de Cultura el que está impulsando la ley y que todavía no se tiene una estimación del dinero que podría liberar el Estado para este tipo de proyectos.

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