Las mil caras de una imaginación desbordante
Los recovecos y giros de ‘Oráculo’, de Álvaro Bisama, la vuelven una novela difícil de sintetizar. Sus tramas se multiplican y espejean a lo largo de siglos y geografías

La más reciente novela de Álvaro Bisama —abigarrada, laberíntica, excesiva— es capaz de llevarnos desde las historias de corsarios decimonónicos a la carrera espacial soviética durante los años de la Guerra Fría; desde los excesos de un cantante chileno en Las Vegas en los 60 y 80 a las oscuras veredas romanas en las cuales se trafican libros malditos y hechizados; desde casas escondidas a orillas del río Mapocho hasta los años parisinos de nuestro novelista Alberto Blest Gana. La amplitud narrativa de este texto lo hace tomar grandes riesgos, pero no cabe duda de que el resultado es del todo satisfactorio: con Oráculo, el proyecto estético de Bisama (Valparaíso, 1975) se consolida como uno de los más sólidos y originales dentro del panorama chileno.
Los recovecos y giros de Oráculo la vuelven una novela difícil de sintetizar. Sus tramas se multiplican y espejean a lo largo de siglos y geografías, y su estructura no teme saltar de un Santiago postapocalíptico (“Estábamos perdidos, atrapados en una ciudad muerta”, sentencia la primera frase de la novela) a Lima durante los años de la Guerra del Pacífico, a Estados Unidos en los años 70 o a un París en el tránsito del siglo XIX al XX. Sin embargo, hay una serie de vasos comunicantes que pliegan el tiempo y el espacio y hacen que los distintos planos se encuentren a pesar de las grandes distancias que los separan. Así, en unos y otros escenarios nos encontramos con ángeles, invunches y marcianos, con criaturas que expanden la comprensión de la realidad y nos obligan a imaginar un mundo donde lo misterioso y lo fantástico están a la orden del día.
Bisama no teme introducir, al modo de las matrioskas rusas, tramas secundarias que se subordinan a la principal. Así, nos encontramos con personajes que leen manuscritos donde encuentran largos relatos de terceros; estos, a su vez, se expanden en testimonios de otros testigos laterales que siguen cursos impredecibles. Por ejemplo, Giordano, uno de los personajes más recurrentes de Oráculo —aunque siempre situado en un plano superior, como un observador que dispone los materiales mediante los que construye y ordena el relato—, pesquisa antiguos archivos europeos o libros encontrados por azar en la sala de espera del dentista. Allí se encuentra con las vidas de Carlos Zañartu, un rastacueros convertido en pirata, o con la historia alucinante de Lorenzo Rojas, “profesor chileno y testigo de hechos imposibles en dos continentes”. Luego de una juventud dedicada a la bohemia, Rojas —cuya historia, además, conocemos por las cartas que le escribe a su hermana en Chile— deambula por Perú, Inglaterra y Francia siguiendo pistas sin un norte claro, leyendo diarios de vida inéditos y sabiendo que su itinerario termina por dibujar un mapa misterioso donde algo superior a él se manifiesta. Pues, como dice Giordano, “los lugares y las personas trazan líneas entre sí. Estas se cruzan, se enredan, se contaminan, multiplican e infectan, o se esfuman sobre el mapa”.
Como en otras novelas de Bisama —y en sintonía, también, con lo que están escribiendo autoras como Mariana Enriquez, Fernanda Trías o Samantha Schweblin—, lo fantástico tiene aquí una presencia fundamental. En Oráculo, empero, esas presencias inexplicables están teñidas con una particular pátina tenebrosa, oscura, decadente. Si vemos a un ángel, este aparece como un hombre muy anciano y venido a menos, con la piel apergaminada, sentado en un sillón despanzurrado, rodeado de polvo y basura e iluminado apenas por una pálida luz. Lo mismo con las casas, barcos, hospicios y castillos por los que deambulan los personajes, donde abunda la suciedad y el abandono. Ese anuncio de la decadencia explica por qué en el presente del relato, el de ese Chile que todavía es reconocible por sus personajes o escenarios, el apocalipsis ya ha sucedido. A fin de cuentas, el misterio que los personajes intentan asir a lo largo de la novela —por medio de máquinas que roban sueños o abriendo puertas a otras dimensiones— parece tener como única consecuencia el fin del mundo que, hasta ahora, conocemos.
Con toda su ambición, su lenguaje afiebrado y su talento para entremezclar géneros diversos, la narración de Oráculo termina construyendo algo así como un laberinto metafísico, resultado de una búsqueda alquímica que hunde sus raíces en manuscritos secretos del siglo XV y que atraviesa, llena de dificultades, distintos tiempos y escenarios. El ángel que encuentra un grupo de jóvenes en una casa del barrio Independencia ya ha aparecido antes, en una Lima todavía señorial que ve cómo un talabartero quiere construir una máquina para volar, y aparece en otras ocasiones de la mano de artes oscuras y de destinos funestos que persiguen a los personajes de esta historia. La narración, a fin de cuentas, está repleta de guiños y portales que conectan los diversos puntos de un mapa textual que se enreda y desenreda a lo largo de 360 páginas. Como dice uno de los personajes intentando explicar estas conexiones y pliegues temporales: “El espacio no es lineal, ni tiene por qué serlo. (...) Extienda un plano. Marque dos puntos. Busque la distancia más corta entre ellos. Está ahí. Una línea recta. Pero qué pasa si usted dobla el plano y hace calzar esos puntos como si fueran uno. Toma un alfiler y lo clava ahí, en ese lugar de encuentro. Ya no existe distancia entre ellos. Se acercan. Son el mismo o casi el mismo. No hay diferencia”.
A fin de cuentas, Oráculo es una obra mayor, una suma de creatividad e imaginación donde confluyen un lenguaje vivo, al borde del barroquismo, y una serie de referencias que lo vinculan a la gran tradición de la literatura chilena e hispanoamericana —Donoso, Prado, Borges o Palma— pero también europea y norteamericana —Lovecraft, Philip K. Dick, Asimov, el policial clásico, Stevenson—. Bisama, con una estética propia y reconocible, no deja recoveco sin visitar ni puerta sin abrir; y gracias a su ambición y su creatividad desbordante, nos entrega una novela que se convertirá en una de las más relevantes de la narrativa chilena contemporánea.
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