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LATINOAMÉRICA
Tribuna
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Chile y América Latina

Desde el punto de vista de sus patrones culturales, de sus prácticas políticas, de sus instituciones, de su seguridad y de su vida cotidiana, Chile se ha venido acercando a América Latina

Un soldado chileno ayuda a migrantes a cruzar un canal de agua cerca de Colchane, Chile, en marzo de 2023.
Un soldado chileno ayuda a migrantes a cruzar un canal de agua cerca de Colchane, Chile, en marzo de 2023.Ignacio Munoz (AP)

En una obra intelectual a la vez ambiciosa, creativa y erudita (Las individualidades robadas de América Latina, Volumen I, La revolución del individualismo. El largo siglo XIX. LOM Ediciones, 2024), el sociólogo Danilo Martucelli sostiene que nada caracteriza mejor a Latinoamérica que sus “individualidades ingobernables”. A diferencia del individualismo de cuño estadounidense, éste “no reposa sobre la confianza institucional o entre anónimos, sino que se cimenta sobre modalidades de confianza e incluso de lealtad interpersonales entre individualidades de un mismo círculo”. Es lo que indican los estudios efectuados desde siempre en la región: aquí se “valoran mucho más las relaciones grupales de alta intensidad (familia, amigos) y minusvaloran las relaciones de baja intensidad, como las que se dan con anónimos o con las instituciones”, así como en las asociaciones de la sociedad civil.

No se trata de una elección, ni de una ideología, subraya Martucelli. La experiencia les ha enseñado a los habitantes de estos parajes que las instituciones formales no les prestan atención, y si lo hacen ésta no es igual para todos. Al final del día –así lo han constatado–, “las reglas cuentan menos que los lazos”, y que es a éstos a los que hay que acudir para superar los “embates de la vida”. Para emplear las famosas categorías del sociólogo Mark Granovetter, los latinoamericanos confían más en los “lazos fuertes” que en los “lazos débiles”. Éste es, por cierto, un problema mayúsculo para la democracia y un caldo de cultivo para el tráfico de influencias y la corrupción.

En el fondo, dice Martucelli, “los latinoamericanos nunca le tienen suficiente fe a las instituciones y a las leyes como para darles las llaves de su destino colectivo”. Es mucho más importante la red de familiares, amigos y contactos, de una parte, y la independencia y la destreza de las que cada uno disponga, de la otra. Por esto el valor que se otorga a la viveza, a la picardía, al no ser “gil” ni “pendejo”. Refiriéndose a esto mismo, Mauricio García Villegas (El viejo malestar del Nuevo Mundo, Ariel 2023) habla del “padrinazgo” y del “individualismo indómito”, los que vendrían con la herencia cultural de la España barroca, en particular del “ideal épico” castellano.

El compadrazgo y la astucia son así una fatalidad de la que nadie está libre. Valen para todos: desde el que trabaja negro al que esquiva el IVA; desde el que engaña al consumidor al que se colude con el competidor; desde el que acude a un ‘contacto’ para obtener un trabajo o un contrato al que promete que hará ‘gestiones’; desde el que soborna a funcionarios públicos al que se deja sobornar. Lo usan todos, desde el que acude a estos mecanismos para sobrevivir en las oscuridades de la miseria hasta el que se pavonea de sus éxitos en una luminosa oficina.

Es particularmente pertinente leer a Martucelli desde el Chile actual. Como es sabido, el sueño supremo del proyecto neo-liberal fue romper con Latinoamérica y fijar la vista en Estados Unidos; no sólo desde el punto de vista de la economía, sino también de sus prácticas y cultura. Mientras el resto de la región continuaba siguiendo la doctrina obsoleta de la Cepal y admirando a Europa, con un capitalismo ultra-regulado por un Estado omnipotente y una política igualitarista, Chile daría rienda suelta a la libertad económica y a los “espíritus animales”, con un orden fundado en un vasto tejido de contratos privados, un Estado meramente subsidiario, y una política subordinada a las leyes del mercado.

Desde que ese sueño alcanzó su peak, treinta y cinco años atrás, ha pasado mucha agua bajo los puentes. Tal vez sea hora que Chile se pregunte si se cumplió; si acaso hoy está más cerca o más lejos de América Latina.

Desde el punto de vista del desarrollo económico y humano está ciertamente más lejos. Basta con ver su ingreso per cápita, sus carreteras y aeropuertos, su parque automotriz, su provisión de vivienda, salud y educación, su institucionalidad económica, su empuje empresarial. Sin embargo, desde el punto de vista de sus patrones culturales, de sus prácticas políticas, de sus instituciones, de su seguridad y de su vida cotidiana, Chile se ha venido acercando a América Latina.

Tres factores han incidido en tal evolución. El primero y más general, un proyecto neoliberal que no ha alcanzado el magnetismo para convertir la rebeldía del individualismo ‘ingobernable’ o ‘indómito’ en espíritu capitalista, como se imaginaba. Junto a un concentrado grupo de grandes empresas y conglomerados que participan en las grandes ligas del capitalismo internacional, lo que se ramificó fue un ‘capitalismo zorrón’ que emplea la transgresión no para innovar en el campo de la producción, al estilo shumpeteriano, sino para burlar la legalidad y las regulaciones estatales, al estilo de la clásica informalidad latinoamericana.

El segundo factor es la evolución del sistema político, que se ha vuelto más fragmentado, más díscolo, más informal, más incontrolable; en suma, más “latinoamericano”. Esto es en parte fruto de los cambios introducidos en la mecánica electoral, que ha favorecido a los caudillos por sobre los partidos; pero también de una cultura que premia a los aventureros de toda índole.

Un tercer elemento fundamental de esta vuelta de Chile al redil Latinoamericano ha sido, sin lugar a dudas, la acelerada y masiva inmigración de ciudadanos provenientes de países de la región. Ellos carecen de la cultura normativa e institucionalista cuyos orígenes se remontan en Chile a su formación como Nación. Como en muchas otras latitudes, en un primer momento se pensó en una metabolización de la inmigración; esto es, que con el pasar de los años la población extranjera se adaptaría naturalmente a la formalidad, el legalismo y la parquedad chilenas. Pero no ha sido así, sino al revés: en su vida diaria y a todos los niveles, en especial desde el estallido social de 2019, la sociedad chilena ha venido perdiendo su tradicional miedo al Estado, acercándose con esto al patrón latinoamericano.

En suma, la cultura, el sistema económico y la institucionalidad política se han visto desbordadas por una insumisión individualista que se ha vuelto –en particular para los grupos medios y el mundo rural-- una amenaza a la seguridad personal, a la gobernanza y al crecimiento.

Por varias décadas Chile creyó que se podía entender en oposición a América Latina. Pues bien, hoy es claro que sólo se puede entender desde América Latina.

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