Radiografía de lo que une y separa a los votantes de la ultraderecha en Argentina, Brasil y Chile
A pesar de los trazados gruesos que recorren los tres países latinoamericanos, no existe un “votante único” del fenómeno político, señala un estudio de la Fundación Friedrich Ebert, que escarba en los matices de un electorado que ha tomado mayor peso en la región
En Argentina, Brasil y Chile, alrededor de un tercio del electorado apoya la ultraderecha y aproximadamente un 60% la rechaza. La Fundación Friedrich Ebert (FES), del Partido Socialdemócrata de Alemania, realizó un estudio que se lanzará la próxima semana con comentarios de la expresidenta Michelle Bachelet y que, basado en encuestas cara a cara realizadas en los tres países a fines de 2023, escarba en las similitudes y diferencias de los votantes a favor y en contra de este fenómeno político que ha venido expandiendo su peso en la región en los últimos años. Según el informe a cargo del politólogo chileno y profesor de la Universidad Católica Cristóbal Rovira y adelantado en exclusiva a EL PAÍS, los seguidores de esta tendencia se caracterizan por tener menos apego a la democracia que la mayoría de los ciudadanos, por defender posturas muy conservadoras frente a temas como el aborto y el matrimonio igualitario, ser contrarios a la inmigración y demandar medidas de mano dura para combatir la delincuencia, entre otras.
En la primera década de 2000, América Latina dio un giro hacia la izquierda, seguido posteriormente por liderazgos de centroderecha como Sebastián Piñera, en Chile, y Mauricio Macri, en Argentina. La región, sin embargo, parecía prácticamente desprovista de figuras de ultraderecha, lo que ha cambiado en los últimos años. Para los realizadores del informe –los académicos Rovira, Gonzalo Espinoza, Carlos Meléndez, Talita Tanscheit y Lisa Zanotti–, esta situación da pie para preguntarse si acaso América Latina está comenzando a experimentar una ola de ultraderecha, como se ha visto en Europa.
La primera señal, explican, fue la elección de Donald Trump como presidente de Estados Unidos en 2016, aunque lo más significativo para la región habría sido la llegada al poder de Jair Bolsonaro en Brasil en 2018. Aunque el brasileño no logró la reelección en 2022, obtuvo un considerable apoyo (43% en la primera vuelta y 49% en la segunda). Además, líderes con agendas conservadoras en cuestiones morales y políticas de mano dura contra el crimen y la delincuencia están ganando terreno en varios países, como los presidentes Nayib Bukele, en El Salvador y Javier Milei, en Argentina, mientras que José Antonio Kast, en Chile y Rafael López Aliaga, en Perú mantienen sólidas bases de respaldo.
Existen diferencias significativas entre Bolsonaro, Milei y Kast, especialmente en sus trayectorias ideológicas, organizaciones partidarias y enfoques programáticos. Bolsonaro, por ejemplo, es un militar con un largo recorrido en el Parlamento, cuyo mandato (2019-2022) se caracterizó no solo por posiciones radicales de derecha, sino también por una relación conflictiva con el sistema democrático. En contraste, Kast es un político profesional que ascendió dentro de un partido de derecha convencional, la Unión Demócrata Independiente (UDI), para luego fundar una nueva organización de ultraderecha, el Partido Republicano, desde donde critica tanto a la izquierda como a la centroderecha. Por su parte, Milei se destaca como un político outsider que se abrió paso con un discurso disruptivo de tendencias autoritarias que combina ideas libertarias y populistas, aunque también adopta posturas conservadoras en temas morales.
De los tres países estudiados, Chile es el único en que la ultraderecha no ha llegado a la presidencia. Rovira explica que, en términos comparados, José Antonio Kast y el Partido Republicano constituyen una “derecha populista radical”, es decir, un proyecto político con ideas de derecha extrema y una relación ambivalente con la democracia liberal. Ejemplifica esto con las críticas a que el “postmodernismo neo-marxista” se está instalando a través de la “utilización interesada” de materias como los derechos humanos, el género, la orientación sexual, la inmigración o el medio ambiente; su rechazo a los escaños reservados para los pueblos indígenas en la primera convención constitucional por generar “división identitaria”; y propuestas de Gobierno como eliminar el ministerio de la Mujer –lo planteó en la primera vuelta de 2021 y lo eliminó en el balotaje–, sumado a su participación en diferentes cumbres transnacionales de la ultraderecha, lo sitúan en esa categoría.
El estudio se basa en encuestas representativas de la población, realizadas cara a cara en los tres países a finales de 2023 (Argentina, 1.821 casos; Brasil, 2.011; y Chile, 1.488). En los tres países se observa que quienes apoyan a la ultraderecha tienen mayor identificación partidaria que quienes la rechazan. Esto permite pensar, apunta el informe, que la ultraderecha parece ser capaz de generar adhesión en partidos políticos y, por tanto, puede pavimentar el camino para un proceso de realineamiento electoral. En Argentina y Brasil, el nivel de simpatías partidarias es alto (69% y 77%), mientras que en Chile ronda el 46%, lo que revela la escasa raigambre social de los partidos políticos chilenos. Es relevante que quienes apoyan a Kast se encuentran más partidarizados que el resto del país (62%), aunque su tasa de adherentes es menor que la de sus homólogos en Argentina y Brasil.
En términos sociodemográficos, la edad, el nivel socioeconómico o el género varían según cada contexto, por lo que el estudio hace un llamamiento a ser cuidadosos con generalizar bajo este ángulo y no hablar de un “votante tipo”. Una de las pocas similitudes importantes es que la población evangélica está sobrerrepresentada entre los seguidores de los tres países. Los católicos se oponen a la ultraderecha de modo bastante más considerable que los evangélicos. En Brasil y Chile el voto de rechazo hacia la ultraderecha es particularmente fuerte entre los ateos y quienes declaran no tener religión. En cambio, en Argentina gran parte de quienes están a favor de la ultraderecha son ateos o no creyentes, lo que puede obedecer en parte al discurso libertario de Milei.
Este vínculo entre ultraderecha y religión se explica, sostiene el informe, por el creciente peso que han adquirido los debates sobre “políticas sexuales” como el aborto, el matrimonio igualitario y los temas de género, “los cuales facilitan un proceso de realineamiento electoral a nivel de la ciudadanía”.
No existe una diferencia sustantiva entre el apoyo de hombres y mujeres a la ultraderecha. Tanto en Argentina como Brasil las mujeres rechazan más a la ultraderecha que los hombres, mientras que en Chile se advierten diferencias mucho menores. Probablemente esto se explica, apunta el estudio, por el tipo de retórica y estilo de liderazgo: mientras que Jair Bolsonaro y Javier Milei parecen generar importantes anticuerpos entre las mujeres, no es del todo evidente que suceda lo mismo con José Antonio Kast.
En Argentina, el voto “anti” Milei se concentra en la clase media mientras el voto “pro” Milei en la clase baja. En Brasil existen muy pocas diferencias, aunque la mayor brecha se encuentra en el estrato más bajo. Por último, en Chile las clases baja y alta son más “anti” que “pro”, mientras la clase media es más “pro” que “anti”. Similar a lo que sucede en Europa Occidental, el patrón de apoyo y rechazo hacia la ultraderecha en Argentina y Chile se vincula con vivir en grandes ciudades o no –las grandes metrópolis concentran a los que están en contra, quienes tienden a adoptar posturas más progresistas–.
Las investigaciones académicas revelan que el tema de la delincuencia es una de las cuestiones centrales que politiza la ultraderecha en América Latina. Sobre la pena de muerte como sentencia para algunos delitos, por ejemplo, el 56,1% de los encuestados está de acuerdo en Argentina, en Chile un 57,2%, y en Brasil un 60,3%. Más de la mitad de quienes apoyan la medida en los tres países respaldan a las figuras de ultraderecha. Sobre la tenencia de armas, sin embargo, en ninguno de los tres países supera el 30%. La gran mayoría está en desacuerdo con que la regulación de armas sea menos restrictiva. Ahora, entre quienes sí quieren relajar las restricciones de armas de fuego, un 65,8% es simpatizante de Milei en Argentina, un 74,1% de Bolsonaro en Brasil y un 53,8% de Kast en Chile.
Consultados sobre si “la delincuencia se resolvería con más orden y mano dura o lo que hace falta es educación y trabajo”, en Argentina y Chile la mayoría prefieren “más orden” (48,6 y 43,2%), mientras que en Brasil casi tres cuartos de la ciudadanía opta por “más educación”. En Argentina, quienes escogieron la opción de “más orden”, el 60,3% es seguidor de Milei y los que prefieren “más educación” son contrarios al presidente argentino. En Brasil y Chile el patrón es similar. En consecuencia, remarca el informe, se observa una importante similitud entre quienes apoyan a la ultraderecha en la creencia de que la delincuencia se resolverá con más orden y mano dura antes que entregando mejor educación y trabajo.
Otra piedra angular de la ultraderecha en América Latina son sus posturas críticas al pensamiento feminista. Sobre si “las mujeres usan el feminismo para ganar de manera injusta ventaja sobre los hombres”, las diferencias entre quienes están de acuerdo y en desacuerdo son muy acotadas y parejas en los tres países, en torno entre un 40 y 45%.
El porcentaje entre los seguidores de líderes de la ultraderecha, sin embargo, es mayor notoriamente entre quienes suscriben la premisa (58,8% seguidores de Milei, 61,9% de Bolsonaro, y 63,2% de Kast).
Sobre el respaldo al derecho al aborto en cualquier circunstancia, en Argentina y Chile alcanza un 46,3% y 50,5%. En Brasil la gran mayoría (61,6%) se opone, lo que se explica, en gran medida, apunta el informe, por el peso creciente de la religión evangélica. En Argentina, entre quienes se oponen al aborto, el 58,1% son seguidores de Milei, en Brasil un 57,5% de Bolsonaro, y en Chile un 61,4% de Kast. Con respecto al matrimonio homosexual, un 56,2% lo apoya en Argentina, un 55,9% en Chile, un 45% en Brasil. En Argentina, un 44,7% de los que respaldan esta política son pro-Milei, en Brasil un 36,6% son pro-Bolsonaro, y en Chile un 36,4% son pro-Kast. Es decir, los seguidores de la ultraderecha en estos tres países tienden a rechazar el matrimonio igualitario.
Un tema central en el electorado europeo al momento de apoyar o rechazar la ultraderecha es la inmigración. Para abordar este asunto, la encuesta preguntó el grado de acuerdo o desacuerdo sobre si la inmigración aumenta el desempleo. En Chile, el 67% lo adhiere, muy por encima de Argentina y Brasil, donde el 46% coincide. El fuerte respaldo en Chile se puede deber al acelerado aumento de la población inmigrante en un periodo de tiempo acotado. Entre quienes comparten esta idea, poco más de la mitad simpatizan con las figuras de la ultraderecha de sus respectivos países, mientras quienes rechazan esta idea tienden a estar en contra de la ultraderecha.
Estudios previos, señala el informe, han analizado la complicada relación entre la ultraderecha y la democracia, los cuales enfatizan que estas fuerzas, “por lo general, se oponen a elementos clave del régimen democrático liberal, como los derechos de las minorías y una judicatura independiente, promoviendo ideas y comportamientos iliberales que pueden fomentar una transformación gradual hacia el autoritarismo competitivo”. Por eso, consideran los investigadores, estudiar el peso relativo de quienes apoyan y rechazan a la ultraderecha es una manera indirecta de examinar qué tan saludable está el sistema democrático. Aclaran que la ultraderecha en Argentina, Brasil y Chile comprende a líderes políticos con importantes diferencias entre sí, “por lo que resulta crucial entender las opiniones de los individuos que los apoyan y saber cuál es su compromiso con los valores democráticos”.
En los tres países, quienes apoyan a la ultraderecha muestran menores niveles de apoyo a la democracia y mayor apoyo a un régimen autoritario o indiferencia frente a la democracia. A nivel general, mientras en Argentina aproximadamente 80% de los encuestados señala que está a favor de la democracia, en Brasil y Chile bordea el 60%. “Esto implica que en teoría hay mayor espacio de crecimiento electoral para fuerzas autoritarias en Brasil y Chile”, apunta el informe. Un 25% en Brasil y 29% en Chile es de la opinión que “da lo mismo un régimen democrático que uno autoritario”.
Si la democracia es la mejor forma de gobierno, entre quienes apoyan a la ultraderecha en Argentina, el 18,5% está en desacuerdo, en Brasil, el 24,9%, y en Chile el 29,2%. Este menor apego a la democracia que el promedio de los encuestados y que los opositores de la ultraderecha refuerza, dice el informe, la idea de que la ultraderecha moviliza a votantes con baja adhesión al régimen democrático.
Estudios realizados en Argentina, Brasil y Chile arrojan que la ultraderecha se caracteriza por promover ideas de libre mercado y oponerse a un mayor papel del Estado en la economía. Frente a la pregunta de si el Estado debiese gastar más o menos en beneficios sociales, en Argentina y en Brasil predominan las respuestas por menos (48,2% versus 36% y 49,2% versus 39%, respectivamente), mientras que en Chile un 45,7% aboga por más gastos sociales frente a un 29,2% que se inquilina por menos. Esto demuestra, concluye el informe, que Chile sobresale como el país donde hay mayor apoyo hacia un modelo socialdemócrata.
El estudio concluye que los seguidores de la ultraderecha en América Latina son conservadores en temas morales y simultáneamente adhieren al modelo de libre mercado, lo cual, en cierto sentido, los diferencia de quienes apoyan a la ultraderecha en el continente europeo, que se caracterizan por defender el Estado de Bienestar, siempre y cuando entregue beneficios solo para la población nativa y no para los migrantes. Además, apunta que “existen motivos de sobra para estar preocupados por la penetración de la ultraderecha en América Latina”, pero que se debe avanzar en la comprensión de este fenómeno antes que en su denostación. Su irrupción, plantea, obedece a transformaciones a nivel del electorado y de la competencia política que hay estudiar detalladamente para evitar juzgar negativamente a quienes apoyan a estas fuerzas políticas. Por último, deja abierta la pregunta a qué fallas del sistema democrático y del mundo progresista han facilitado que actores e ideas de ultraderecha ganen terreno.
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