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OLAS DE CALOR
Tribuna
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Barrios por el clima

Empresas, ONG, Estado, gobiernos locales y academia, todos somos necesarios para adaptar nuestras ciudades a los imparables efectos del cambio climático

Vista aérea de Santiago de Chile, Chile.
Vista aérea de Santiago de Chile, Chile.Janek (Getty Images)

Aún no parte el verano en el hemisferio sur, y ya países como Brasil, Bolivia y Argentina están sufriendo los efectos de inhabituales ‘burbujas de calor’. Temperaturas extremas de las que bien supieron en julio las ciudades del sur de Europa, con peaks que se empinaron sobre los 40 °C. Y ya sabemos que, en temas estivales, al igual como ocurre con las epidemias virales durante el invierno, poner atención a estos fenómenos en el hemisferio norte es como abrir una especie de “ventana al futuro” que permite anticipar lo que podría ocurrir en esta región. Dicho de otra forma, y como ya viene ocurriendo desde hace un tiempo, el verano que se aproxima ya se prevé como preocupantemente caluroso.

Las olas de calor y la escasez hídrica generadas por el cambio climático están impactando intensamente a las ciudades, forzadas a volverse más resilientes antes estos nuevos -o no tan nuevos- escenarios. Cuidar el agua y proteger a las personas del calor son tareas ineludibles en la planificación urbana, especialmente en ciudades que fueron concebidas cuando estos desafíos no tenían el nivel de apremio de hoy. Debemos, por lo tanto, adaptarnos.

¿Es suficiente para ello el empeño de los Estados y de organismos internacionales? ¿Se debe abordar este tema solo desde lo macro, o también tenemos que sumar los pequeños aportes que surjan desde las propias comunidades? ¿Descansamos exclusivamente en la responsabilidad de las grandes empresas o de los sectores productivos que generan más CO2, o promovemos la incorporación de nuevas ideas por acotado que sea su impacto?

Probablemente, la respuesta tenga dos componentes centrales: todo suma, pero los esfuerzos atomizados aportan más cuando existe coordinación entre los distintos actores que hoy intentan “hacer algo”.

“Barrios por el Clima” es parte de ese “algo”. Este es el nombre de un proyecto impulsado por Corporación Ciudades, con el apoyo de la Fundación Ibáñez Atkinson, que busca promover acciones muy concretas, como intervenir paraderos del transporte público, infraestructura de juego infantiles, aprovechar las escuelas y colegios o instalar cierto tipo de cobertura vegetal, para disminuir la temperatura ambiente. En una primera fase, lo que se hizo fue revisar imágenes satelitales para analizar la evolución de la temperatura en los últimos 10 años a una escala de unidad vecinal en el Gran Santiago, lo que generó un mapa de zonas más afectadas por olas calor. Todas coincidieron con sectores más vulnerables de la capital.

Hasta aquí, la tarea iba un poco ‘más fácil’.

Luego vino la revisión en detalle de cada zona roja hasta la fijación de 10 barrios considerados como prioritarios para su seguimiento, mientras de manera paralela se estudiaban intervenciones urbanas de baja complejidad que han funcionado en otros lugares del mundo, y que permiten bajar en hasta tres o cuatro grados la temperatura del entorno cercano. Qué calzaba mejor para cada punto específico fue otro de los pasos, revisándose hasta los bandejones centrales de algunas avenidas para analizar si ameritaba que fueran intervenidas. Hasta este punto, la labor aún era de mediana complejidad.

Pero faltaba lo más difícil, que es sumar actores persuadidos de una idea para que se implemente y replique. Poner de acuerdo a los múltiples partícipes que inciden sobre un territorio, sean del mundo público o privado, tomadores de decisores, financistas o ejecutores, es probablemente uno de los mayores desafíos al momento de darle gobernanza y proyección a las iniciativas urbanas, cuyos timing habitualmente están desacoplados de los ciclos políticos.

Empresas, ONG, Estado, gobiernos locales y academia, todos somos necesarios para adaptar nuestras ciudades a los imparables efectos del cambio climático. En el caso de Barrios por el Clima, ya se sumaron organizaciones como Mi Parque, Bosko, Patio Vivo y el Magíster en Arquitectura Sustentable y Energía de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Los alcaldes de las comunas más afectadas, por estos días preocupados por reelegirse por las elecciones de octubre, también deben ser una parte fundamental de esta ecuación.

Los barrios que serán golpeados por el inclemente calor de los futuros veranos nos demandan hacer más. Y se puede hacer más. Los diagnósticos están, como así también las soluciones basadas en experiencias. Debemos pasar a la acción y tomar este desafío más bien como una oportunidad, que solo a través de una alianza público-privada virtuosa, permitirá conformar ciudades y ciudadanos más resilientes ante el nuevo escenario climático.


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