Las misteriosas montañas submarinas de Chile rivalizan en tamaño y extensión con la cordillera de Los Andes
Entre enero y agosto de 2024, un grupo de científicos, entre ellos el oceanógrafo Javier Sellanes, se adentró en las profundidades del Pacífico para observar los montes, que albergan más de 170 especies nuevas para la ciencia
El océano, en su vasta extensión y profundidad, sigue siendo un escenario fértil para nuevos descubrimientos científicos. Dentro de esos territorios desconocidos están los montes submarinos, el símil de las montañas terrestres, también con un origen volcánico, pero bajo el mar. Tres expediciones, entre enero y agosto de 2024, se dedicaron a estudiar estos ecosistemas que se pueden encontrar en la costa del Pacífico frente a Chile. Se descubrieron más de una centena especies únicas en el mundo, de colores y formas inimaginables, y se profundizó en el conocimiento de estas zonas que propician la biodiversidad y que, a la vez, son muy sensibles al cambio climático.
El oceanógrafo y académico de la Universidad Católica del Norte, Javier Sellanes (Montevideo, 53 años), quien fue parte del equipo que lideró estas investigaciones, expuso sobre los nuevos hallazgos en el Festival Puerto de Ideas Biobío 2024, desarrollado a finales de agosto y que tuvo como sede a la ciudad de Concepción, en el centro sur del país sudamericano. “No todo el mundo sabe que Chile cuenta con cadenas montañosas sumergidas que rivalizan en tamaño y en extensión con la cordillera de Los Andes”, dijo, con un claro entusiasmo, el uruguayo en su conferencia.
Sellanes, quien también es investigador asociado del Centro de Ecología y Manejo Sustentable de Islas Oceánicas (ESMOI), junto a decenas de otros científicos provenientes de distintas latitudes, participó de las expediciones a bordo del crucero Falkor Too, financiadas por la organización sin fines de lucro Schmidt Ocean Institute, creada por Eric Schmidt, exCEO de Google. Las investigaciones se centraron en las cadenas montañosas llamadas dorsales de Nazca, Salas y Gómez y Juan Fernández. Estas elevaciones submarinas albergan unos 300 montes submarinos, 100 de ellos en aguas jurisdiccionales chilenas.
“Estos montes funcionan como una especie de oasis en el océano porque, a causa de distintas razones oceanográficas, como su interacción con las corrientes marinas, promueven la producción primaria”, señala el científico a EL PAÍS en una videollamada desde su oficina en la ciudad de Coquimbo, en el norte chileno.
Además, explica el investigador, su gran aislamiento –sus bases están a unos 4.000 metros de profundidad- “promueve la especiación, es decir, que se vayan generando especies únicas”. Sellanes acota que, el término para clasificar a estas especies que no se pueden encontrar en otras partes del mundo, es el de ‘endémicas’ y, en las montañas de las costas chilenas, entre el 40% y 50% cabe bajo esa clasificación.
En Puerto de Ideas, Sellanes contó que “cada monte submarino posee su propio grupo de comunidades biológicas que, si bien se parecen entre sí, cada una tiene su carácter y cada una es distinta”. Desde el año 2015 Chile prohibió la pesca de arrastre de fondo en la totalidad de los montes submarinos en aguas nacionales y, en febrero de 2024, fue el segundo país en el mundo, luego de Palaos, en ratificar el Tratado de Alta Mar de las Naciones Unidas, que busca proteger las aguas internacionales.
Para explicar otro punto relevante de estos ecosistemas, el investigador hace una analogía de estas montañas bajo el mar y las gasolineras: “Estas dorsales funcionan como una especie de ruta para especies migratorias, que van saltando de monte submarino. Como en estos lugares tenemos una producción primaria intensificada, muchos organismos, como cetáceos y tiburones, los utilizan para irse desplazando”.
El crucero Falkor Too cuenta con un robot submarino, apodado SuBastian, que pesa alrededor de tres toneladas y que es capaz de descender a 4.500 de profundidad, tomar muestras del fondo del mar con pinzas que actúan como manos y posee cámaras que graban vídeos con resolución 4k. A través de esta tecnología, los científicos en estas tres expediciones en las dorsales de Nazca Salas y Gómez y Juan Fernández, que sumaron 102 días a bordo, pudieron observar y tomar muestras de 170 especies únicas. Entre ellas, corales de aguas profundas, esponjas de cristal, erizos de mar, crustáceos, calamares, peces y langostinos: un conjunto de animales que superan la ciencia ficción y que son fascinantes al ojo humano.
En la expedición a la dorsal de Salas y Gómez el equipo de científicos se coronó con un récord mundial por avistar al animal dependiente de la fotosíntesis que habita en el lugar más profundo del mundo: un coral arrugado de la familia Leptorosis. Además, en la dorsal de Nazca, los investigadores capturaron las primeras imágenes de un calamar vivo del género Promachoteuthis, que solamente había podido ser descrito basándose en especies recolectadas, varias del siglo XIX.
Esta diversidad de organismos singulares e irrepetibles, señala Javier Sellanes, son “muy sensibles a los cambios y perturbaciones rápidas que, por ejemplo, puede haber en las temperaturas y las características hidrológicas”. Y su conservación, señala, es clave porque “si se pierden, se pierden”, enfatiza el científico.
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