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JAVIER MACAYA
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El laberinto de la UDI

La UDI no ha sabido encontrar un tono para enfrentar a quienes la desafían. La fuga de militantes hacia el Partido Republicano, que parece representar con mayor nitidez el proyecto original, no ha podido ser contenida

sede de la UDI
La sede de la UDI en Santiago (Chile).Creative Commons

La UDI no está muerta, pero tampoco goza de buena salud. La crisis provocada por las declaraciones de Javier Macaya sobre la condena de su padre (aún no firme) ha expuesto problemas más profundos del partido de Jaime Guzmán (1946-1991), muchos de los cuales se arrastran hace largo tiempo.

El error del presidente del partido es suficientemente grave por sí solo. Sin embargo, no explica todo. Hay un declive que viene de antes y que ayuda a entender por qué la situación actual es tan complicada. La UDI arrastra problemas que, sumados, pintan un cuadro preocupante.

Si se analiza la historia reciente de la UDI, es posible detectar que el partido ha sufrido por el deshojamiento de su proyecto intelectual, que fue en un principio nítidamente reconocible. El gremialismo, base de ese pensamiento, se fue desgastando, en parte por abandono de los propios, en parte porque no hubo intentos serios por actualizarlo. Hubo un desprecio por lo que podía hacerse en el ámbito intelectual, consumidos por la urgencia de la acción política. Los políticos funcionan bajo incentivos diferentes a los del pensamiento, pero esto no implica que tengan que dejar de lado aquello que fundamenta su actuar. Por lo mismo, hoy la UDI no termina de cuajar: a ratos persigue una lógica de acuerdos que podría ser valiosa en estos tiempos de confrontación; a ratos, busca ubicarse lo más a la derecha del espectro que se pueda. Pero nunca queda claro el porqué de estas decisiones.

Esta falta de trabajo y renovación intelectual tiene como corolario la ausencia de una renovación generacional. Hay una generación perdida en la UDI, un eslabón que falta entre la generación de los ‘coroneles’ –Pablo Longueira, Juan Antonio Coloma, el fallecido Jovino Novoa, Carlos Bombal, Andrés Chadwick– y quienes hoy dirigen el partido. Esa generación, la de Rodrigo Álvarez, Marcela Cubillos, Marcelo Forni, Darío Paya o José Antonio Kast, terminó o lejos de la política o eligiendo el camino propio, separados de su partido-madre. Este vacío de poder resulta alarmante: no hay nadie que pueda tomar el timón con suficiente autoridad y experiencia.

Esto lleva a un tercer problema. La UDI no ha sabido encontrar un tono para enfrentar a quienes la desafían. La fuga de militantes hacia el Partido Republicano, que parece representar con mayor nitidez el proyecto original, no ha podido ser contenida. Todo indica que hay un escape de proporciones monumentales. Pero no solo se trata de pérdidas numéricas: también hay una estructura partidaria, una organización de recursos, que está ausente en el gremialismo (y presente en el Republicanos). Es decir, ni siquiera es atractivo el potencial despliegue territorial y electoral que pudiera ofrecer; no parecen existir tales redes.

¿Significa esto que la UDI necesariamente desaparecerá? Es difícil aventurar una respuesta. Los partidos obtienen financiamiento público que les permite seguir operando, la inercia institucional es fuerte y, pese a todas sus dificultades, pueden mantenerse. Además, cuentan con la candidata presidencial que lidera las encuestas –por ahora–. Esto, de hecho, puede ser un problema: la expectativa de llegar a La Moneda pone el foco en otros ámbitos, por sobre remediar la crisis interna. “Hay que concentrarse en ganar en 2025″, me dijo un militante. Esto maquilla en parte las dificultades que hemos descrito antes. Pero es bueno recordar que el poder no soluciona ningún problema; más bien los agranda. Todo esto puede inducir una tragedia, la de un partido débil y ganador, un gigante con pies de barro.

Guillermo Ramírez, recientemente designado como presidente interino, Evelyn Matthei y sus equipos debieran tomar nota de esto. Muchos de los problemas mencionados eran previsibles, y algunos pueden encontrar vías de solución en el año y medio que resta para la elección presidencial. Cada día es más difícil gobernar, y no basta con un candidato preparado o que sepa tocar las teclas correctas para conectar con la ciudadanía. Resistir los embates de una coalición de izquierdas que ha mostrado que rápidamente puede cambiar su posición si les rinde estratégicamente requerirá mucho más que pantalones y agallas. Nada indica que el partido esté suficientemente sólido como para afrontar estos desafíos, dejando, de paso, a Chile Vamos con un aliado débil y acontecido. Nada asegura, finalmente, que sea tan conveniente que el partido de Guzmán tenga la pole position para La Moneda.

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