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50 AÑOS DEL GOLPE DE ESTADO EN CHILE
Tribuna
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No es necesario ser de izquierda para condenar el golpe (en homenaje a Fernando Guarello)

Cuando escucho a distintos líderes políticos intentar separar ‘el golpe’ de ‘lo que vino después’, siempre pienso en mi abuelo Fernando, un demócrata de derecha

Fernando Guarello Zegers
Retrato del abogado Fernando Guarello Zegers.CORTESÍA

En los últimos meses hemos visto cómo el país retrocede en la reflexión sobre el 11 de septiembre. A diferencia del aniversario número 30, o el número 40, hay sectores que abiertamente reivindican el pinochetismo o que, en último caso, dicen que el golpe se justificó y que hay que separarlo de las violaciones a los derechos humanos.

Mi abuelo, Fernando Guarello Zegers, venía de una familia perteneciente a la derecha más conservadora y asociada a grandes empresarios como Agustín Edwards. No fue simpatizante de la Unidad Popular de Salvador Allende y estaba lejos de ideas comunistas o socialistas. Como abogado, eso sí, creía en el Estado de Derecho, en las libertades públicas, en el derecho a un juicio justo y en la dignidad de la vida. Tan solo unas semanas después del golpe de Estado colgó en el edificio de la Corte Suprema un cartel invitando a abogados a contactarse con él para defender a acusados en los Consejos de Guerra, ese remedo de justicia a cargo de militares que organizó la Junta Militar para disfrazar jurídicamente las ya primeras ejecuciones de opositores o personas cercanas a la Unidad Popular.

La historia es conocida para mi familia. Solo Roberto Garretón respondió a su llamado, y junto a mi abuela Ana María De Toro salvaron incontables vidas a bordo de su FIAT 600, ocupando su casa y arriesgando a su propia familia para ofrecer refugio a personas que venían saliendo del horror del Estadio Nacional o de Tres y Cuatro Álamos y luego llevarlas a las embajadas dispuestas a refugiarlos. Fundadas las primeras organizaciones de defensa, como el Comité Pro Paz, mi abuelo abandonó esa tarea, aunque esta nunca lo abandonó a él. No lo abandonaron los horrores que le tocó ver ni tampoco la venganza de la dictadura, la que, a través del presidente de la Corte Suprema, Urrutia Manzano, instruyó entorpecer su posibilidad de trabajar como abogado.

Cuando escucho a distintos líderes políticos intentar separar el golpe de lo que vino después, siempre pienso en mi abuelo Fernando. La primera vez que mi madre le preguntó por qué le caía mal Pinochet él respondió: porque derrocó al presidente constitucional. Algo tan básico que una niña entendió y hoy se pone en duda.

El intento de separar ambos momentos desconoce hechos relevantes, como que los días siguientes al 11 de septiembre fueron los que implicaron más gente detenida, torturada, desaparecida y ejecutada en todo el periodo de la dictadura, que el terror fue una forma de política de Estado por 17 años y que gracias a eso se aplicaron reformas que, en un sistema democrático y con una oposición libre, no habrían sido viables.

Lo que vino después es parte de la esencia misma del golpe. Fernando Guarello Zegers, un demócrata de derecha, fue capaz de verlo en esos días oscuros de 1973 y actuar en consecuencia arriesgando a toda su familia. Es una lástima que 50 años después se sigan buscando excusas. Construir un presente y un futuro democrático implica entender y expresar que romper la democracia a punta de fusil, bombardear el palacio de Gobierno para asesinar a su presidente constitucional e instaurar una dictadura no es legítimo nunca, y que esto no sea una idea de un sector, sino un avance civilizatorio y un consenso país, asegurando así una garantía de no repetición y un verdadero nunca más. Democracia siempre.

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