Opinión

Primer cara a cara electoral

A diferencia de Torra, Aragonès glosó los presupuestos con fervor de padre primerizo

Barcelona -
El presidente de la Generalitat, Quim Torra (D), en el inicio del pleno, a su lado, el vicepresidente Pere Aragones (I).Albert Garcia (EL PAÍS)

Toda la vida, y en todo el mundo parlamentario, el debate de presupuestos es el momento Andy Warhol del responsable de Economía del Gobierno, sus minutos de gloria. Claro, eso es lo que ocurre en los parlamentos convencionales, con gobiernos que funcionan convencionalmente— lo que no quiere decir necesariamente bien, pero se finge. En Cataluña no tenemos nada de eso desde hace tiempo, lo reconoce antes que nadie el president. Por lo tanto, ...

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Toda la vida, y en todo el mundo parlamentario, el debate de presupuestos es el momento Andy Warhol del responsable de Economía del Gobierno, sus minutos de gloria. Claro, eso es lo que ocurre en los parlamentos convencionales, con gobiernos que funcionan convencionalmente— lo que no quiere decir necesariamente bien, pero se finge. En Cataluña no tenemos nada de eso desde hace tiempo, lo reconoce antes que nadie el president. Por lo tanto, ni un debate de presupuestos se libra de los gestos singulares. En este caso, como consecuencia directa de tener un gobierno que convive sin amor a la espera de firmar el divorcio. Como quiera que el presidente no se siente representado por su consejero de Economía —Pere Aragonès, que es a la vez vicepresidente y presidenciable previsible de ERC—, y recela de cuánto puedan rentarle los minutos de lucimiento, pues se marca él una intervención inicial. Una intervención semi fantasma, porque, según el reglamento, podía ser contestada por todos los grupos y solamente lo ha sido por uno, precisamente Ciudadanos, aquel que le niega la condición de presidente por la decisión de la Junta Electoral Central. O sea, nadie hizo más caso a Torra que Lorena Roldán (C's), empeñada en decirle que no le iba a hacer caso.

Así, la salida del president a la tribuna y la posterior de Pere Aragonès sonaron a un primer cara a cara electoral, con Torra, por supuesto, haciendo de vicario de quien vaya a ser candidato de Junts per Catalunya, o el que vaya a ser el nombre de la candidatura. El president habló de los presupuestos para decir, básicamente, que no están mal pero que no son los de un país independiente. Entusiasmo a media asta. En cambio, Aragonès los glosó con fervor de padre primerizo. Para el vicepresidente, la presentación operaba como primer estadio de la carrera electoral, y era una oportunidad, de paso, de resarcirse tras el Titanic de la ley que lleva su nombre. Sería por agradar a los Comunes o por convicción, pero le salió un discurso socialdemócrata —de los socialdemócratas de antes—, con ataques a los efectos perversos del capitalismo y referencias a la redistribución de la riqueza. En un libro promocional que acaba de publicarse, Aragonès se confiesa deudor de Keynes, y de ahí su defensa de la intervención estatal para corregir los defectos del mercado. Entre eso y la petición al PSC para que le votase las cuentas a favor, diría que en algunos escaños de JuntsxCat empezaban a preparar el tuit con la nueva palabra nefanda: “tripartito”, la que más vamos a ver arrojar con inquina durante la campaña.

Hablando de palabras, lo más comentado del día no fueron los presupuestos, tan fundamentales como poco estimulantes de la habladuría y el chascarrillo, sino la apelación de la alcaldesa de Vic y diputada JxCat, Anna Erra, a mantener la lengua catalana en las conversaciones aunque el interlocutor “por su aspecto físico o por su nombre no parezca” catalán. Eso del aspecto físico causó un revuelo considerable y esperable en una parte del Parlament, de Twitter y de la gente, aunque no estoy seguro de que la autora de la expresión fuera totalmente consciente de la posible derivada de la frase. Y no lo digo por tranquilizar.

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