Opinión

Líneas rojas

Los activistas están al mando de las instituciones políticas catalanas, también civiles y económicas. Es así como transmiten todavía una imagen de poderío que tiene cada vez menor traducción en poder real y efectivo

Pleno de investidura de Pedro Sánchez al Congreso , este lunes.Jaime Villanueva

Líneas rojas son dos palabras que se han convertido en un arma arrojadiza y han perdido, como tantos otros conceptos últimamente, su verdadero significado. Un binomio que se ha desgastado, y que hoy significa el abismo y mañana tan solo un recuerdo vago. La banalización del lenguaje, y de las realidades que representa, es un signo de nuestros días, pero no por ello deberíamos aceptarla acríticamente. Eso no lleva más que a la perversión del sistema, en nuestro caso, del sistema democrático. No todo debe ser asumido porque “así es como ahora se hacen las cosas”. En una democracia madur...

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Líneas rojas son dos palabras que se han convertido en un arma arrojadiza y han perdido, como tantos otros conceptos últimamente, su verdadero significado. Un binomio que se ha desgastado, y que hoy significa el abismo y mañana tan solo un recuerdo vago. La banalización del lenguaje, y de las realidades que representa, es un signo de nuestros días, pero no por ello deberíamos aceptarla acríticamente. Eso no lleva más que a la perversión del sistema, en nuestro caso, del sistema democrático. No todo debe ser asumido porque “así es como ahora se hacen las cosas”. En una democracia madura, en la que la Constitución no fija límites para iniciar el proceso parlamentario de investidura, una vez celebradas las elecciones, parecería razonable esperar que la persona designada para someterse a dicho proceso llegara a la primera votación con el programa de gobierno cerrado, al menos, en sus líneas maestras. El parlamentarismo, como se ha dicho tantas veces, implica una distribución de funciones entre la ciudadanía, que vota en las elecciones a sus representantes, y la elección del presidente del Gobierno, que es función atribuida a aquellos. Hace prácticamente tres meses que la ciudadanía cumplió con su cometido. En cambio, nuestros representantes no han tenido tiempo de cerrar un programa de gobierno que presentar en el discurso de investidura. Y dan igual las siglas. En una democracia parlamentaria, no presidencialista, las responsabilidades son siempre compartidas.

Este escenario permite, además, que los partidos nacionalistas e independentistas, de cuyo voto también depende la investidura de Pedro Sánchez como presidente del Gobierno, hayan mantenido el suspense sobre su apoyo en forma de sí o de abstención en la votación de investidura. También en este escenario hay líneas rojas. La pregunta es ¿cuáles?

La banalización del lenguaje es un signo de nuestros días, pero no por ello deberíamos aceptarla acríticamente

Los líderes políticos independentistas se dividen hoy, para lo que ahora interesa aquí, en dos grandes grupos: los pragmáticos, que poco a poco asumen el principio de realidad de que la unilateralidad fue un error enorme que dificulta que la independencia de Cataluña sea un proyecto viable a corto y medio plazo; y los políticos-activistas, que se mantienen de cara a la galería en un discurso irreal, en que insisten en que lo volverán a hacer, no sabemos muy bien qué, y que van a las instituciones del Estado a bloquearlo todo. Unas instituciones, por cierto, que les pagan mensualmente su sueldo, que les permiten, como no podía ser de otra forma, participar y votar normalmente en todos los órganos parlamentarios.

Volviendo al primer grupo, los pragmáticos, sin embargo, siguen hablando de líneas rojas para poder apoyar a un nuevo Gobierno de Sánchez. La cuestión es, habiendo recorrido el camino y habiendo quemado, simbólicamente, todo los puentes, ¿dónde se sitúan esas líneas rojas? Algunos insisten en la necesidad de celebrar un referéndum de autodeterminación, cosa que así planteada es contraria a la Constitución española (y a todas las de nuestro entorno democrático); además, a día de hoy, pretender una consulta sobre el futuro de Cataluña en España parece poco probable al haberse quemado, también, buena parte de las simpatías ciudadanas que esta idea tuvo dentro y fuera de nuestra comunidad, tras el autoritarismo demostrado por las fuerzas independentistas en septiembre de 2017. Es cierto que hay políticos presos que muchos hemos defendido que podrían estar en libertad condicional. Sin embargo, la posible desproporción de la prisión provisional (una vieja conocida en España, aunque solo “descubierta” con el procés) no supone reconocer impunidad, política y/o judicial, a los responsables, ni dotarles de confianza para liderar un proyecto político, sea el que fuera.

Los segundos, los políticos-activistas, siguen jugando con fuego, azuzando a aquellas personas que se han quedado ancladas en las grandes proclamas y promesas falsas del 1 de octubre. Consiguen mantener encendida una llama, más pequeña, pero cargada de frustración por no haberse conseguido nada en absoluto de lo prometido. Los activistas están al mando de las instituciones políticas catalanas (incluidos los medios de comunicación públicos), también civiles y económicas. Es así como transmiten todavía una imagen de poderío que tiene cada vez menor traducción en poder real y efectivo.

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Las líneas rojas han quedado vacías de contenido, como lo harán otras como la calidad democrática, en Cataluña

Las líneas rojas, por tanto, han quedado vacías de contenido, como lo harán también otras como la calidad democrática, también en Cataluña, donde seguimos esperando a que los responsables políticos den explicaciones convincentes respecto de las 131 cuentas de Twitter suspendidas por servir a la manipulación electoral y política y vinculadas a Esquerra. La desinformación sí debería ser una línea roja en toda democracia moderna, so pena de convertirse en un régimen iliberal.

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