‘Amigos de paso’, de Christopher Isherwood: el narcisista objetivo
La séptima novela del inglés, memorista de los años treinta e icono gay, es una adición importante a la bibliografía traducida del escritor
Christopher Isherwood era un shorty (tapón). En la portada de Diario de Sintra, donde posa con W. H. Auden y Stephen Spender, parece que esté de rodillas. He buscado en mis libros, y en internet, su estatura real, pero no he sido capaz de encontrarla (me huele a conspiración de silencio). En todo caso, quienes le conocieron bien sugerían que su magnetismo y carisma tenían que ver parcialmente con la tal...
Christopher Isherwood era un shorty (tapón). En la portada de Diario de Sintra, donde posa con W. H. Auden y Stephen Spender, parece que esté de rodillas. He buscado en mis libros, y en internet, su estatura real, pero no he sido capaz de encontrarla (me huele a conspiración de silencio). En todo caso, quienes le conocieron bien sugerían que su magnetismo y carisma tenían que ver parcialmente con la talla. Los enanos tienen (tenemos) mucho que compensar.
Isherwood pertenecía a la generación de clase media-alta que llegó a la mayoría de edad tras la Primera Guerra Mundial; es decir, que su juventud en Cambridge transcurrió entre fantasmas de los muertos. Tal vez por ello, su postura fue siempre antibritánica, antiadulta (“Quizás su motivación más negativa e intensa sea el odio a los ancestros”, se afirma en Amigos de paso) y antiburguesa. Sí: en sus obras, los ridículos potentados de moral victoriana (representados aquí por el “grotesco” señor Lancaster) se llevan buena parte de la estopa.
Isherwood también era gay, y dedicado seductor de jóvenes proletas; un rebelde nato en todos los aspectos —sexuales, sociales, artísticos— de su existencia. Y precoz; en el prólogo a Christopher y su gente (1976, mi favorito del autor), Gore Vidal le llama, pomposamente, una “estrella in ovo”. Irritantemente talentoso, como la canción de Molly Nilsson.
El autor se inventó a sí mismo a través de novelas y memorias, solo diferenciables por la presencia o ausencia de seudónimos
El autor se inventó a sí mismo a través de novelas y memorias, dos categorías que en su obra son solo diferenciables por la ausencia o presencia de seudónimos. En efecto, todos los libros de Isherwood hablan de su vida, y además con cierto desapego. Es famosa la frase de Adiós a Berlín (1939): “Soy una cámara con el obturador abierto, totalmente pasiva, que registra sin pensar”. Isherwood nunca cae en el automito, ni permite que la primera persona obstruya lo observado o le haga perder distancia (define aquí a su héroe como “un ser aparte” y “casi un extraño”). Vidal acertó a describirle con el atinado término de “narcisista objetivo”. Stephen Spender, llevándolo más lejos aún, llegó a sugerir que el autor no tenía opiniones como tales, y que la gente solo le interesaba como material para su trabajo.
Un ejemplo de lo último: en ‘El señor Lancaster’, primera historia de Amigos de paso, un deprimente viaje en velero cobra un significado distinto para el narrador desde el instante en que “cada pieza encajó en su sitio, la composición apareció instantáneamente ante mis ojos. Vagamente, pero con un intenso entusiasmo, reconocí los contornos de una nueva novela”. El título original de la obra (Down There on a Visit: aquí estoy, de visita) hace referencia a esa postura transeúnte, observadora pero marginal, que tanto define al escritor natural como al “turista hasta la médula” (así le define su amigo Paul en la historia homónima).
Amigos de paso es la séptima novela de Isherwood. Fue publicada en 1962, más de 20 años después de las historias berlinesas, pero que el lector no tema encontrar un Isherwood evolucionado. Como sabemos sus fans, el estilo del autor no cambió un ápice a través de los años. Desde el preciso instante en que se desprendió de las afectaciones modernistas de sus dos primeros libros y escribió El señor Norris cambia de tren (1935), su voz permanecería inalterada hasta el sepelio.
Dicha voz es sobria, coloquial, fácil. Cyril Connolly la llamó “superlativamente legible”. “El escritor debe adaptarse a la lengua que entiende el mayor número de personas”, exponía el novelista, “la vernácula, pero su talento como novelista aparecerá en la exactitud de su observación, la justicia de sus situaciones y la construcción de su libro”.
Lo único que alteró el escritor, en honor a la verdad, fue la impavidez: el Isherwood de Un hombre soltero (1964) o el presente volumen ya no observa con la frialdad “pasiva” de los inicios. A través de los cuatro relatos que conforman esta novela, el escritor toma partido, se sorprende, se enfada, incluso se pone cachondo (algo impensable en las primeras historias, cuando su papel en escenas “tórridas” era el de florero).
Amigos de paso es, por todo lo afirmado hasta este punto, una adición importante a la bibliografía traducida del autor, y un regalo para el fiel lector de su obra.
Amigos de paso
Traducción de María Belmonte
Acantilado, 2025
383 páginas. 26 euros