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La batalla por la herencia colonial en México: un teatro de sombras para sacar tajada política

Frente a un debate enardecido entre el mito glorioso de la conquista y el revisionismo anacrónico, la historiografía apuesta por evitar la tradición nacionalista, tanto mexicana como española

Si la Historia es un volcán y la memoria es lava, “lo importante no es la distancia temporal con la erupción de los hechos, sino descifrar si la memoria se ha convertido ya en lava seca o si todavía permanece ardiente”. La cita del historiador alemán Reinhart Koselleck, que utilizó su experiencia como soldado nazi para estudiar los traumas de su país, sintetiza bien los dilemas que se amontonan al mirar al pasado y rev...

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Si la Historia es un volcán y la memoria es lava, “lo importante no es la distancia temporal con la erupción de los hechos, sino descifrar si la memoria se ha convertido ya en lava seca o si todavía permanece ardiente”. La cita del historiador alemán Reinhart Koselleck, que utilizó su experiencia como soldado nazi para estudiar los traumas de su país, sintetiza bien los dilemas que se amontonan al mirar al pasado y revisar, muchas décadas o siglos después, los hechos históricos con los ojos del presente.

La herencia colonial española no es ajena a esa disputa y, especialmente en México, se ha amplificado durante los últimos años saltando incluso de los debates más académicos al barro de la política y la estrategia diplomática. El último hito han sido las palabras del ministro de exteriores español hablando de “injusticia y dolor”, que han servido para destensar una relación diplomática prácticamente rota desde la polémica carta en 2019 del expresidente Andrés Manuel López Obrador pidiendo un gesto de perdón al Rey Felipe VI. Todo esto, en medio de una ola de revisionismo histórico por parte de la derecha española más dura y otra corriente global que aboga por saldar cuentas con las memorias olvidadas.

La lava de la herencia colonial se ha calentado en los últimos tiempos, pero la batalla por el relato viene de mucho más atrás. Fruto no tanto de las posiciones enfrentadas desde las dos orillas del Atlántico, sino más bien de una cierta asimetría en la importancia del episodio: una especie de abandono desde España y una omnipresencia desde México. Y, en medio, unos hechos históricos repletos, como casi siempre, de sangre pero también de claroscuros y matices que obligan a una lectura compleja.

“Desde luego, no fue bonito, pero es más complicado que un cuento de buenos y malos”, dice el historiador mexicano afincado en Estados Unidos Mauricio Tenorio, profesor en la Universidad de Chicago. Hubo violencia, crueldad y sometimiento, murió entre el 60% y el 80% de la población del Valle de México. “Fue una regresión a nivel civilizatorio, vital y cultural para aquellas tierras, hasta un punto catastrófica”, apunta el historiador y filósofo español José Luis Villacañas. Pero también hubo alianzas de distintos pueblos mesoamericanos con el exiguo ejército de Hernán Cortes. “No fue solo una guerra entre mexicas y españoles, también entre pueblos mesoamericanos”, dice Federico Navarrete, doctor en estudios mesoamericanos por la Unam, la gran universidad mexicana.

Los académicos consultados para este reportaje insisten en la importancia de una mirada larga para desentrañar un asunto con muchas puntas. Una de las claves es entender el episodio de la Conquista en el siglo XVI como el inicio de la construcción de una identidad nacional y sus irremediables laberintos, aunque de modo diferente para México que para España. También subrayan que el ardor con que los políticos de turno han utilizado el tema últimamente no ha llegado a la calle, ni tampoco ha provocado una mayor fiebre lectora, con alguna excepción en España, más allá de la frenética producción editorial aprovechando la reciente conmemoración de los cinco siglos de un episodio que, según quien lo lea, fue “encuentro”, “conquista” o “invasión”.

¿Héroes y villanos?

Desde México, los historiadores coinciden en que el relato monolítico que se repite desde los libros de texto en las escuelas es que “Hernan Cortés es el villano, la Conquista, un acto criminal. Nosotros, los mexicanos, herederos de Moctezuma, el último emperador mexica”. Así lo describe Tenorio. Navarrete coincide en que es parte del “catequismo nacionalista de la educación mexicana”. Para Martín Ríos Saloma, especialista también de la Unam, “la Conquista es un tema crucial para la identidad mexicana, que se solidifica a partir del Gobierno revolucionario”.

Pero antes de llegar a la revolución de 1910, sobre la que aún se sostiene en gran medida el sistema institucional y cultural mexicano, hay que mirar al siglo anterior. La pugna entre liberales y conservadores en el XIX, resuelta con un par de guerras, la ganaron los liberales, que impusieron su relato: México existía ya antes de la Conquista, que sería como un aguero negro, prolongado por la hibernación de los tres siglos coloniales, hasta la resurrección nacional con la Independencia de 1821. La revolución fosiliza ese relato heróico que llega hasta el nacimiento del PRI y el actual discurso del partido Morena. Aunque los historiadores advierten algunas trampas, como la categoría de mestizo, fundacional de la identidad mexicana posrevolucionaria. “El mestizaje es una operación de blanqueamiento. Los hijos mestizos pasan a ser hispanos, no indígenas. No por nada, la derecha ultra española defiende el mestizaje como un acto de generosidad o más bien paternalismo”, apunta Navarrete.

Desde España, el episodio de la Conquista juega un papel menos central en la construcción de la identidad nacional. Tomás Perez Vejo, historiador español afincado hace muchos años en la Escuela Nacional de Antropología e Historia de México (ENAH) y excodirector de la Catedra España-México del Colmex, lo explica así: “La conquista de México no juega un papel relevante en el relato decimonónico de la nación española. Es solo un episodio más entre otros que mostraban el carácter imperial y belicoso de la nación española, desde el descubrimiento de América a las guerras en Italia o Flandes”. La pérdida de las últimas colonias, en 1898, envuelve a España en un sentimiento de “fracaso civilizatorio”, dando comienzo a una crisis de identidad. Canovas del Castillo, el político conservador del XIX, decía que era español el que no podía ser otra cosa. Los 40 años de dictadura franquista profundizaron la herida, con su asociación del nacionalismo español a la ideología nacional-católica.

“Ya con la transición democrática se produce un abandono del relato de lo español, fruto del trauma franquista. Y así llegamos a la situación actual donde en España nadie sabe nada de América. Ese vacío es el que aprovecha el revisionismo de derechas, nostálgico del pasado imperial y católico. Sus libros tienen mucho de manual de autoayuda para españoles en crisis”, añade Pérez Vejo. El catedrático de la complutense David Hernández de la Fuente apunta or su parte en su Pequeña historia mítica de España que la Conquista constituyó “la epopeya mítica por excelencia de la historia de España moderna”. Aunque ya se sabe lo fácil que es a veces confundir un mito con la historia.

Un conflicto complejo

Uno de los elementos más recurrentes para matizar el relato simplista es la participación de otros pueblos originarios en alianza con Cortés para derrotar al imperio mexica, que los tenía subyugados. “La historiografía reciente huye de la tradición nacionalista, tanto mexicana como española, parar hacer mucho hincapié en el papel de los aliados, que fue mucho más importante de lo que se creía”, apunta Navarrete. “Cortés forja alianzas con los tlaxcaltecas, los otomíes y los purépechas, entre otros. Él utiliza a los indígenas y los indígenas le utilizan a él”, dice Ríos Saloma, que en todo caso interpreta esas alianzas como una manera de “insertarse en ese mundo por venir”. El académico de la Unam señala una analogía histórica con “con algunas facciones de los Visigodos, en plena guerra entre ellos, que se aliaron con los musulmanes durante su conquista de la península ibérica en el siglo VIII”.

En ese contexto de claroscuros hay que situar una figura como la Malinche. “Fue una esclava indígena entregada a Cortés, que se da cuenta que sabe mexica y la usa como intérprete. Tiene un hijo con ella y le da todos los privilegios”, resume Tenorio. Malintzin, su nombre el náhuatl, o Doña Marina, el nombre puesto por los colonos, ha sido interpretada en ocasiones como una traidora. Para Tenorio, más bien fue “una superviviente”.

José Luis Villacañas incide en que “no hay que olvidar que las conquistas de México y del Incanato fueron jurídicamente ilegítimas, propiciadas por aventureros por su cuenta, y que la monarquía se atuvo al hecho consumado de una conquista que ella misma no había autorizado”. Tenorio matiza a su vez que tras una primera fase, que duró casi dos siglos, en la que el emperador Carlos V otorga el sistema de encomiendas a los colonos, “se pasa a que el que manda es el Rey, no los conquistadores. Claro, eso incluye la llegada de la Inquisición, pero también la apertura de una línea dinástica para los Moctezuma, o privilegios como los fueros, parecidos a los vascos, para los tlaxcaltecas. O la tesis, ya a mediados del siglo XVI, de que a los indígenas no se les puede esclavizar a menos que se resistan. La conquista espiritual no fue ninguna tontería, los franciscanos protegieron a los indígenas para cristianizarlos y explotarlos mejor”.

El sustrato católico ha sido muy resaltado por quienes defienden que la Conquista española fue, digamos, menos cruel que las operaciones coloniales de los anglosajones protestantes. Una de sus últimas exponentes es Elvira Roca Barea. Su Imperiofobia y leyenda negra (Siruela, 2016), un rotundo éxito de ventas, pretende desmontar la “hispanofobia” que, a su juicio, ha impregnado la tradición histórica por influencia, o directamente conspiración, de la propaganda de holandeses e ingleses, adversarios en su momento del imperio español.

Villacañas, autor de un libro en respuesta a Barea, Imperiofilia y el populismo nacional-católico (Lengua de Trapo, 2019), sostiene que las críticas en territorio mexicano argumentadas por fray Bartolomé de las Casas o fray Servando Teresa de Mier ”han sido despachadas entre nosotros como mera leyenda negra, pero no fue generada por los ‘enemigos’ europeos, sino por los propios españoles y por las elites criollas más cultas”. El historiador español del ENAH Pérez Vejo coincide en parte, aunque recuerda que la primera publicación fuera de España de la obra de De las Casas, Brevísima relación de la destrucción de las Indias, fue en Holanda. “Es cierto que hubo una campaña de propaganda por parte de los países protestantes. Las atrocidades en todo caso de los españoles no fueron menores que las de los ingleses u holandeses, pero las élites liberales españolas interiorizaron en parte esas críticas”.

Pérez Vejo incide así mismo en otra diferencia, por ejemplo, con Estados Unidos. “Una de las justificación de la Corona española para no hacer esclavos es la conversión de los indígenas. Por eso la comparación con lo que fue EE UU no funciona, allí solo eran ciudadanos los descendientes de colonos. En la Nueva España eran ciudadanos todos los que vivieran en su territorio”.

El perdón

La polémica carta de López Obrador se entiende en el contexto de la tradición de los liberales mexicanos. El expresidente era un seguidor declarado de Benito Juárez, el gran estadista liberal mexicano, además de un político profundamente nostálgico y nacionalista. Los académicos consultados, en una y otra orilla, destacan el uso partidista de la carta. Pero a la vez valoran la importancia de los llamados procesos de reconocimiento, memoria y reparación. “A España le faltó algo de sensibilidad y la no respuesta fue interpretada como un agravio”, apunta Ríos Saloma. El especialista de la Unam, que impulsó diversos encuentros académicos durante el quinto aniversario, subraya en todo caso que la famosa carta tenía aspectos valiosos. “Planteaba la creación de una comisión conjunta formada por historiadores de ambos países para reflexionar sobre el pasado común y ayudar a construir una relato compartido”.

Existe incluso un precedente de algo parecido. En los noventa, en el quinto aniversario de 1942, el delegado mexicano ante la UNESCO, Miguel León-Portilla, el gran historiador del mundo náhuatl —la lengua de los pueblos del actual valle de México— propuso ante sus colegas españoles cambiar la etiqueta de “descubrimiento de América” por la de “encuentro de dos mundos”. La propuesta causó cierto malestar en la delegación española, que tardó en responder, aunque finalmente se hizo el cambio.

Sobre el gesto del ministro de Exteriores español, hay unanimidad entre los consultados en que fue un acierto. Una vía intermedia y coordinada para salir del inmovilismo aprovechando una exposición sobre arte indígena en el Instituto Cervantes de Madrid, además de los premios Princesa de Asturias al Museo Nacional de Antropología y a la fotógrafa mexicana Graciela Iturbide.

Para el catedrático español Enrique Moradiellos, es entendible que una parte de la población actual se sienta heredera de los pueblos precolombinos, pero ve “ridículo” exigir una petición de perdón por unos hechos ocurridos hace cinco siglos. “Es un fenómeno que no cabe juzgar con criterios morales del presente porque nos mete en un anacronismo absurdo” argumenta, “era el patrón de conducta conocido y ejercido por la humanidad desde que tenemos registros escritos”.

Dando un paso más allá, el experto de la Unam Federico Navarrete plantea que en todo caso el perdón no debería estar dirigido al Estado mexicano, sino a los pueblos originarios. El académico resalta que durante unos foros con intelectuales indígenas sobre esta cuestión, las demandas se centraban en “las políticas coloniales del Estado mexicano, como la imposición del español, el despojo de tierras y hasta prácticas de esterilización a mujeres indígenas”. Una vuelta de tuerca más a las mil aristas del conflicto histórico, que, como dice uno de los historiadores, se ha convertido “en un teatro de sombras para sacar tajada política”.

México, la nación doliente. Imágenes profanas para una historia sagrada

Tomás Pérez Vejo
Prensas de la Universidad de Zaragoza, 2024
376 páginas. 24,70 euros

La conquista de México

Martín Ríos Saloma
La Esfera de los Libros, 2024
224 páginas. 19,90 euros

¿Quién conquistó México?

Federico Navarrete
Debate, 2019
184 páginas. 8,54 euros (e-book)

Imperiofobia y leyenda negra

Elvira Roca Barea
Siruela, 2016
616 euros. 29,95 euros

Imperiofilia y el populismo nacional-católico

José Luis Villacañas
Lengua de Trapo, 2019
264 páginas. 17,75 euros

1491. Una historia de las Américas antes de Colón

Charles C. Mann
Traducción de Miguel Martínez-Lage y Federico Corriente
Capitán Swing, 2022
688 páginas. 26 euros

Malintzin. Una mujer indígena en la conquista de México

Camilla Townsend
Ediciones Era, 2015
347 páginas. 12 euros (e-book)

Los siete mitos de la conquista española

Matthew Restall
Traducción de Marta Pino Moreno
Paidós 2003
312 paginas. 20 euros

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