El desembarco de Alhucemas: una operación aeronaval que Franco nunca olvidó
Se cumplen 100 años de un episodio bélico que apuntaló la dictadura de Primo de Rivera y consolidó el protectorado español sobre el norte de Marruecos. Dos nuevos libros de historia analizan el principio del fin de la Guerra del Rif
El 4 de octubre de 1950, una España todavía condenada por las Naciones Unidas enviaba «la felicitación más sentida y sincera» a la fuerza expedicionaria de las Naciones Unidas y a su comandante en jefe, el general Douglas MacArthur, por la reconquista de Seúl y su avance hacia el norte durante la ...
El 4 de octubre de 1950, una España todavía condenada por las Naciones Unidas enviaba «la felicitación más sentida y sincera» a la fuerza expedicionaria de las Naciones Unidas y a su comandante en jefe, el general Douglas MacArthur, por la reconquista de Seúl y su avance hacia el norte durante la guerra de Corea. Lo hacía por medio del jefe de la misión diplomática franquista en el Japón ocupado, Francisco J. del Castillo, que trasladaba al cuartel general norteamericano que «Su Excelencia el Generalisimo (sic) Franco ha venido siguiendo con singular y marcado interés el desarrollo de la campaña, que ha culminado en el triunfal desembarco de Inchon y subsiguiente desmoronamiento total del frente comunista».
Franco era bien consciente del alto impacto, militar y político, pero también escénico, de un gran desembarco. No en vano, veinticinco años antes había participado en una operación anfibia que había significado el principio del fin de la Guerra del Rif, la consolidación del Protectorado español sobre el norte de Marruecos y el apuntalamiento de la dictadura de Miguel Primo de Rivera, Alhucemas. Aquella acción quizá no se contaba entre las más influyentes en el desarrollo de esta modalidad de combate, pero sí era un eslabón más en la larga cadena de desembarcos –desde los Dardanelos hasta Somalia, pasando por supuesto por Normandía– que jalonaron la historia del siglo veinte. Por añadidura, el desembarco de Alhucemas desplegó varios elementos muy anticipados a su tiempo, como su carácter aeronaval y el hecho de ser organizado conjuntamente por dos países, Francia y España. Su éxito supuso, indudablemente, una reválida para la guerra anfibia después del sonoro fracaso cosechado por los británicos en Galípoli, llevado a la pantalla por Tolga Örnek y Peter Weir.
El éxito del desembarco supuso una reválida para la guerra anfibia después del sonoro fracaso cosechado por los británicos en Galípoli
A falta de nuevas películas, porque hay una de 1948, y en el momento en el que se cumplen cien años de la operación, buenas son las dos monografías, perfectamente complementarias, que se publican con motivo de la efeméride: Alhucemas 1925. El desembarco que decidió la Guerra de Marruecos (Desperta Ferro) y El desembarco de Alhucemas. 100 años después del día D de España (La Esfera de los Libros), a cargo respectivamente de Roberto Muñoz Bolaños, historiador especialista en cuestiones de defensa y capaz de ser prolífico sin por ello perder un ápice de calidad, y de Adolfo Morales Trueba, oficial de infantería de Marina y por tanto perfecto conocedor de su objeto de estudio, sobre el que había firmado ya una notable Historia naval de la Guerra Civil, 1936-1939 (La Esfera de los Libros).
Modelos de historia militar de largo recorrido, ambos libros trazan el interés secular de España por el control de la costa sur del Mediterráneo, muy anterior al desastre de 1898, aunque la necesidad de recuperar posiciones en el concierto de las naciones occidentales y de asegurar los territorios insulares, en un contexto de ávida depredación imperialista, aceleró entonces la proyección sobre el reino de Marruecos. Tras una serie de conferencias y pactos, el Convenio Hispano-Francés de noviembre de 1912 estableció un Protectorado que dividía el territorio en dos zonas, con evidente preponderancia gala. Además del cabo Juby, a España le correspondía el Rif, rico en recursos mineros pero con una población bereber, agrupada en cabilas, a la que nadie había preguntado su opinión y que era profundamente hostil tanto al Sultán marroquí como a la presencia extranjera, lo que provocaba periódicas revueltas, si bien ninguna como la liderada desde 1921 por Abd el-Krim.
Fue precisamente para neutralizarla, y poder terminar así con una guerra tan impopular en la península que estaba forjando rebeldes como Arturo Barea y Ramón J. Sender, que se recuperaron antiguos planes para realizar un desembarco en la bahía de Alhucemas, actualizados por una ponencia del general Gómez-Jordana y afinados por el Estado Mayor y la asesoría del Ejército francés. Ambas obras explican con todo detalle, eso sí, que no todo comienza ni termina con la llegada de las barcazas a las playas, sino que toda acción anfibia consta igualmente de las fases de «planificación y preparación», «acciones previas» y «desplazamiento al objetivo», al tiempo que debe continuarse con las de «consolidación y explotación». Una fase esta última cuya culminación marca el triunfo final de la operación, y que no podía darse por descontada tras Alhucemas, puesto que no se excluía un final negociado del conflicto.
Y es que enfrente no se encontraba un enemigo cualquiera, sino el auténtico embrión de un Estado independiente, la República del Rif autoproclamada en 1923, al que una y otra monografía dedican algunas de sus mejores páginas y reservan en todo momento un tratamiento impecable, sin eludir ni las atrocidades cometidas en Annual ni la utilización española de armas químicas.
En cuanto a los protagonistas del desembarco, la nómina incluye a sospechosos habituales del africanismo, como José Sanjurjo, Francisco Franco o Manuel Goded
Según Muñoz Bolaños, Abd el-Krim supo aprovechar las circunstancias provocadas por la Primera Guerra Mundial, como la influencia de la Revolución rusa y la doctrina del presidente Wilson sobre la autodeterminación, que marcaron una oleada inicial de luchas descolonizadoras. Así, el líder rifeño persiguió el sueño de un reconocimiento de la Sociedad de Naciones por una doble vía. Por un lado, mediante la construcción de un ejército regular, compuesto de hecho en buena medida, y en palabras del general Manuel Goded, por «desertores de las fuerzas indígenas francesas y españolas y algunos licenciados de la división marroquí francesa […] en el frente de Francia durante la guerra europea». La guinda habría sido dotarlo de aviación, pero nunca lo consiguió, en lo que supone un «reflejo explícito de la negativa de las grandes potencias a apoyar su causa». Por otro lado, mediante una activa campaña internacional de imagen sobre su respetabilidad y buen gobierno, de la que supone un ejemplo la entrevista recogida por Guillermo Soler García de Oteyza en su obra El ingenioso e inquieto Oteyza en campo enemigo (Crítica, 2024). Ambas estrategias contienen interesantes ecos a la actualidad de Oriente Medio, como la ascensión a la presidencia de Siria de Abu Mohamed al-Golani a partir de su desempeño en la provincia de Idlib.
En cuanto a los protagonistas del desembarco, la nómina incluye a sospechosos habituales del africanismo, como José Sanjurjo y los ya citados Franco y Goded, si bien se puntualiza con acierto que muchos de los oficiales que permanecieron leales al gobierno de la Segunda República eran asimismo africanistas. Algo más podría haberse profundizado, no obstante, en el componente de cálculo personal y ambición política que implicaba, o que despertaba, el participar en una operación de esta naturaleza. No parece casualidad que muchos futuros presidentes y primeros ministros, desde Churchill a Eisenhower, con los que de hecho tuvo que lidiar el propio dictador español, contaran con un desembarco en sus historiales. En este sentido, la caracterización de Muñoz Bolaños a propósito del Mariscal Pétain como «un gran soldado», «amigo más leal de España en Francia» y «vilipendiado desde 1945» nos parece desafortunada. Pétain no fue vilipendiado, sino juzgado y condenado por alta traición, y no solo fue responsable directo de la deportación de miles de judíos franceses y extranjeros, sino también de centenares de compatriotas republicanos españoles, algo que ninguna maniobra previa puede hacer olvidar.
Alhucemas 1925. El desembarco que decidió la Guerra de Marruecos
Despertaferro
372 páginas, 26,95 euros
El desembarco de Alhucemas. 100 años después del Día D de España
La Esfera de los Libros
296 páginas, 19,90 euros