‘Esparta’, de Paul A. Rahe, sobre la usurpación de la memoria lacedemonia

El lector aprenderá muchas cosas en este ensayo, pero seguro que los 300 de Leónidas, heroicos defensores de la libertad en las Termópilas, lamentarían que la extrema derecha mundial se apropie de su historia

Escultura del rey espartano Leónidas, en Termópilas (Grecia). En el pedestal figura la famosa frase 'molòn labé' (“ven a cogerlas”).Stratos Giannikos (Alamy / CORDON PRESS) (Alamy Stock Photo)

Esparta siempre ha causado una especie de fascinación, de pasmo, tanto a la hora de bautizar a un equipo deportivo como el Spartak de Moscú como a la dura carrera de supervivencia ...

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Esparta siempre ha causado una especie de fascinación, de pasmo, tanto a la hora de bautizar a un equipo deportivo como el Spartak de Moscú como a la dura carrera de supervivencia Reebok Spartan Race; tanto en el cine con la película 300, de Zack Snyder, inspirada en el aclamado y homónimo cómic o novela gráfica de Frank Miller, como en la novela histórica de Valerio Massimo Manfredi o Steven Pressfield. Los intelectuales de todos los tiempos han sucumbido también a su atracción, desde Jenofonte a Chateaubriand, desde Platón a Maquiavelo, desde Polibio a Montaigne o Saint-Just, y parece que ese hechizo no fue deshecho con las atrocidades de los fascismos, sino que continúa vivo hasta hoy.

¿Realmente se puede hallar en Esparta algo útil para nuestro presente? Pues no poco para Paul A. Rahe, que ha dedicado una trilogía al kósmos idílico espartano y su constitución mixta, una mezcla de monarquía (dos reyes), oligarquía (un consejo de ancianos y cinco éforos o magistrados supremos) y democracia (una asamblea más simbólica que decisoria). No en vano, el libro del historiador y politólogo norteamericano Esparta. Historia, carácter, orígenes y estrategias se inicia con una cita de Rousseau, sumo pontífice del filoespartanismo, sobre lo débiles y pusilánimes que somos tanto en los buenos como en los malos tiempos, boutade que haría pensar en que la austera moral de los lacedemonios podría tener alguna utilidad para la vida. Desde la misma introducción se vislumbra sin amagos la filiación ideológica del autor cuando al referirse al encanto de Lacedemonia lo atribuye a los “anhelos insatisfechos que acechan bajo la superficie de las sociedades burguesas modernas” y cuando pretende valerse de la constitución de los lacedemonios y de sus costumbres para resucitar una “ciencia política en gran parte olvidada y demostrar su poder”.

Otros ven en la austera moral espartana, como Nietzsche, un antídoto para que, cuantas menos cosas poseamos, por menos cosas seremos poseídos

Es verdad que el interés por Esparta no es nuevo, como César Fornis demostró en nuestro país con su excelente El mito de Esparta. Un itinerario por la cultura occidental (Alianza Editorial) y su solvencia contrastada en múltiples trabajos sobre los espartanos. Pero sí parecía que, con el auge del liberalismo decimonónico y el horror nacionalsocialista en el siglo XX, el brillo de Esparta había palidecido. En los últimos años se ha producido un renacimiento del interés por las costumbres e instituciones de los espartanos no poco sospechoso proviniendo de según qué ámbitos. Poco importa que esa Esparta resucitada, como señaló Bertrand Russell, sea tan irreal como la Esparta del nazismo o la de Platón, una invención bautizada hace muchos años por François Ollier como “el espejismo espartano” y que ha sido muy bien estudiada y explicada por Paul Cartledge o Nicolas Richer, por poner dos ejemplos de historiadores disponibles en castellano. Esa Esparta transfigurada sigue siendo idealizada cuando un autor como Arturo Pérez-Reverte presenta en un artículo a los 300 caídos en las Termópilas como guardianes de la libertad con un contundente “eran los nuestros, imbéciles”, o cuando inicia a los más pequeños en la lectura en El pequeño hoplita para que a un niño no se le escamotee que “la vida también es lucha, muerte, peligro, incertidumbre y soledad”. Otros ven en el militarismo y patriotismo espartano un modelo a emular para preservar la paz preparándonos para la guerra, como si estuviésemos necesitados de nuestras Termópilas; o en la austera moral espartana, como Nietzsche, un antídoto para que, cuantas menos cosas poseamos, por menos cosas seremos poseídos.

Intentaré ser lacónico. Se aprenderán muchas cosas de la lectura del libro de Paul A. Rahe, pero su nostalgia sobre la necesidad del retorno de un pensamiento de centro-derecha que acabe con el “despotismo blando”, paternalista, que domina actualmente las repúblicas liberales y socava las libertades individuales y el autogobierno, un mantra que resuena en el think tank neoconservador, debe ponernos en guardia, como a los espartiatas de Leónidas en las Termópilas con su molòn labé (“ven a cogerlas”), que muchos jóvenes y no tan jóvenes enemigos de la democracia y de la libertad se tatúan en su cuerpo junto a un casco espartano. Seguro que los 300, heroicos defensores de la libertad, lamentarían que Amanecer Dorado en Grecia o la extrema derecha mundial se haya convertido en la usurpadora de su memoria.

Esparta. Historia, carácter, orígenes y estrategias

Paul A. Rahe
Almuzara, 2024
344 páginas. 23,95 euros

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