Rita Indiana, escritora y música: “Para mí lo ‘queer’ no es mercado, sino supervivencia”
La artista dominicana encuentra la tranquilidad que necesita para escribir y regresa con ‘Asmodeo’, su libro más español. El protagonista es un demonio al que la autora de ‘La mucama de Omicunlé' recurre para limpiarse de todos sus males, sus frivolidades, su inestabilidad y sus defectos
Decir Rita Indiana es decir muchas cosas, porque esta música y escritora ha recorrido caminos singulares de forma muy propia, pero muchas de ellas pueden verse en sus brazos, en su cuerpo, donde los tatuajes hablan su propio idioma. Ahí está la frase Ibae bayen torun, una expresión en yoruba (o lo que llama el yoruba deformado que se usa en Cuba) en honor a los muertos; están oyá y oshún, deidades de la santería afrocubana; están sus padres y hasta una cruz de Caravaca porque su abuela, comadrona, la usaba...
Decir Rita Indiana es decir muchas cosas, porque esta música y escritora ha recorrido caminos singulares de forma muy propia, pero muchas de ellas pueden verse en sus brazos, en su cuerpo, donde los tatuajes hablan su propio idioma. Ahí está la frase Ibae bayen torun, una expresión en yoruba (o lo que llama el yoruba deformado que se usa en Cuba) en honor a los muertos; están oyá y oshún, deidades de la santería afrocubana; están sus padres y hasta una cruz de Caravaca porque su abuela, comadrona, la usaba en sus prácticas sincréticas como una protección contra el demonio. Sobre la mano derecha exhibe un búfalo americano “porque ese animal lo daba todo” y ya mismo, después de esta entrevista que celebramos en San Juan de Puerto Rico, va a correr a cubrirse la izquierda con un pirata “por ser el que lo coge todo”. Entre los debates del Congreso Internacional de Escritores que se celebró en abril y la cita con su tatuador, Rita Indiana charla con Babelia sobre cuerpos, arte y literatura a partir de su nueva novela, Asmodeo (Periférica). Puro demonio sin rabos ni cuernos.
Pregunta. ¿Existe Asmodeo? ¿De dónde sale este demonio?
Respuesta. Quería trabajar esa idea del no cuerpo, de tener un personaje sin cuerpo, porque eso es lo que hace una escritora: trabajar sin cuerpo. Se trataba de actuar desde ahí y encarnar esa conciencia en otros cuerpos y espacios. Mi gran referente es El diablo cojuelo de Luis Vélez de Guevara. Ese sí tiene cuerpo, es un diablo con manos y pies y ahí me gustó mucho la idea de que se ven las casas destapadas, desde arriba, sin techo, que permiten mirar hacia adentro desde esa perspectiva. Yo buscaba eso, pero pensando más en la conciencia, en la interioridad del ser humano que en la de los espacios. Siempre había querido hacer una ópera heavy metal, que es básicamente música clásica eléctrica. Y el personaje y escenario ideal tenía que ser un demonio.
P. ¿Todos tenemos un diablo dentro?
R. Hay cosas oscuras que ha detectado la ciencia, algo que está ahí mediando. Siempre me ha interesado la demonología y la idea de saber de dónde vienen esos impulsos negativos. Ahora sabemos que no hay mérito ni culpa, el neuropsiquiatra Sapolsky acaba de sacar un libro con la teoría de que no hay libre albedrío, que somos biología y genética. Pero juego a que no. Hay cosas oscuras que pasan por nuestras decisiones, las malas y las buenas.
P. ¿Es una novela sobre el mal?
R. Más bien sobre la desigualdad. No me gusta pensar en términos del mal y el bien, aunque el mal existe, sino en las causas y circunstancias de ese mal, que están a veces muchísimo más en el medio ambiente que en la biología.
Conocer a Rita Indiana (Santo Domingo, 46 años) no pasa solamente por sumergirse en sus libros, que han retratado de forma explosiva un universo caribeño que fusiona la tradición de narración oral con una gran capacidad de expresión visual, sino también por zambullirse en sus grandes éxitos, canciones y vídeos donde todo ello adquiere una continuidad eléctrica, tan diversa como también coherente. Novelas como Papi o La mucama de Omicunlé saltaron del ámbito dominicano hacia España y el resto de América Latina de la mano de Periférica. Y álbumes como El juidero o Mandinga Times la catapultaron a una fama que intenta rehuir.
P. Su protagonista odia el rock en español. ¿Usted también?
R. ¡No, para nada! Lo que pasa es que es muy envidioso y eso dice, pero no lo odia en realidad. Es pura envidia. Los artistas somos muy envidiosos y competitivos y los escritores más que todos. Estamos pendientes de quién es el nuevo escritor sexy al que todos están entrevistando, cuál es el género de moda, a quién están prestando atención. La envidia es uno de los motores más potentes de Asmodeo, del demonio.
P. Usted practica la música, la literatura, el videoarte... ¿Es su forma de vivir el arte, fluir de un medio a otro?
R. Para mí no están superpuestos, son lugares muy marcados en el tiempo. Cuando estoy escribiendo una novela nunca estoy haciendo música. Y cuando estoy haciendo música nunca estoy escribiendo una novela. Son estados mentales muy distintos, lugares emocionales de estabilidad muy distintos.
P. ¿Cómo define cada uno?
R. El tiempo de la música es un tiempo neurótico, maniaco, de una productividad muy rápida, casi sin pensarla. Puedo escribir una canción en cualquier momento, aquí mismo, sentada, las décimas, los versos en general me salen muy rápidos y la melodía también. Pero la novela no, la novela demanda un tiempo más benévolo conmigo, es un tiempo de tranquilidad, de estabilidad, de mucha paz, rutina, ritmo. El tiempo de desarrollar la novela es largo; el de escribirla son tres meses en general; pero en ambos casos es un tiempo de mucha tranquilidad. Me gusta más y por eso me he quedado con la escritura.
P. ¿La creación nos salva del demonio?
R. No sé si nos salva, pero en el libro he jugado a eso, a que iba a salvarse, a limpiar al personaje y a mí también. Asmodeo viene de todos mis males, mis frivolidades, mi inestabilidad, todos mis defectos, fue un lugar adonde vaciar desvergonzadamente todo lo que no me gusta de mí. El personaje se limpia y yo también me limpio un poco con esa estrategia de demonios, unos en contra de los otros.
P. ¿Qué es crear?
R. Es algo muy compulsivo, que no puedo evitar. Desde niña fui muy mala estudiante, pasaban cosas en mi cabeza, cosas sin diagnosticar, muy activa, con una creatividad demasiado sobreexcitada. Y eso es algo que no puedo dejar de hacer, por eso crear no tiene tanto mérito. Es algo que he encauzado hacia un trabajo, una labor. Crear para mí es algo inevitable y es el lugar que encontré de adulta para utilizar esos mundos a los que va mi mente de forma natural y compulsiva. Crear es el lugar en el que estoy tranquila.
P. Ha dicho que lo queer salvó su mirada. Sin esa identidad, habría sido conservadora como su familia, habría seguido los estándares.
R. Hay un momento de mi infancia, con cuatro años, en que había dos barras de trepar en el jardín del kínder: rosada y azul. Y yo me trepé por la azul, que me encantaba y casi me linchan por eso. Desde ese momento, y hubo muchísimos así, empecé a pensar, a cuestionar cosas, por qué estos colores son otorgados a estas personas y a estas no. Eso ya te abre un mundo de cuestionamientos que llega también a cosas que no te afectan a ti: la diferencia, las categorías, las reglas, todo. Sufrir cierta marginalidad te da un punto de apoyo, una perspectiva, un lugar desde el que cuestionar las cosas.
P. ¿Desde ahí se convirtió en creadora?
R. Sí, eso me ayudó a tener una mirada, el querer entender por qué la diferencia, por qué estas reglas, por qué hay tanto miedo, por qué las compañeras temían subir a las barras que se suponía no debíamos subir. Sufrí muchísimo por ello, pero también me ayudó a entender el mundo de otra forma.
P. ¿Le preocupa que esa mirada queer deje de ser marginal y se convierta en tendencia?
R. Sí, claro que hay que tener cuidado con que te atrape lo mainstream, pero si yo voy a Santo Domingo y me doy un beso con mi esposa me pueden pegar un puño en la cara. Para mí lo queer no es un tema de mercado, de vender más libros, sino de supervivencia. Yo he sufrido por las elecciones que hice por mis preferencias sexuales, por ser quién soy, por mi identidad, porque mido 6,4 pies (1,93 metros), porque parezco un hombre. No es una cuestión mercantilista sino de mi experiencia como ser humano.
P. Usted habla de pesimismo creativo. ¿A dónde nos conduce?
R. También es una forma de subsistir. Esa creatividad que tengo desde pequeña me ayudaba a lidiar con las injusticias. Y del lugar donde se juntan ambas cosas —el sufrimiento y la creatividad compulsiva— sale lo que hago.
La literatura de Indiana es muy musical y su música es muy literaria. Esos vasos comunicantes entre el heavy metal, el punk, la oralidad, el storytelling y sus lecturas han dado ese resultado singular que ella defiende desde la fusión muy propia además de su zona, el Caribe. Desde que Iron Maiden le sirvió de bálsamo y terapia para superar el asesinato de su padre cuando ella aún iba a la escuela hasta la mitología griega y la Biblia, muchas cosas la han nutrido. Para Asmodeo menciona expresamente el Lazarillo, el Buscón y todo lo que aprendió desde los nueve años en los Escolapios sobre el Siglo de Oro completo. Después Mark Twain, Richard Wright y otros autores del sur de EE UU que leyó a los 12 o 13 y que vuelven cuando escribe. Y también su mundo autodidacta: “yo aprendí y entendí de forma orgánica, sin guía, desorganizadamente”, asegura.
P. Finalmente, ¿cómo definiría usted su literatura?
R. Plenamente literaria. Sé que mi estilo choca un poco en el Cono Sur o en España porque ese lenguaje caribeño descoloca un poco y hablan de mis textos como caracterizados por la musicalidad y el slang. Pero Asmodeo, por ejemplo, se nutre casi totalmente de literatura. Es mi novela más española, mira mucho a España y a esos libros que leí en Calasanz. Pero también está el mundo de mi abuela y el campo, era una comadrona maravillosa y una storyteller impresionante, con un mundo mágico y real muy intenso y que transmitía una cosa muy densa cuando narraba, igual que mis tías. No solo convocaban imágenes, sino también la atmósfera, gracias a su voz, su forma de contar, su musicalidad. Siempre intento ir al lugar y atmósfera que se creaba en ese apartamento cuando estas mujeres empezaban a contar historias.
P. ¿Muy caribeño, pues?
R. Eso es universal: reunirnos a contar historias. Es lo que hacemos los humanos.
La que ella contará por la noche cuando regrese al hotel con la mano irritada por su tatuaje nuevo será la de la satisfacción por dos imágenes que se contraponen en su cuerpo: “El búfalo lo da todo; el pirata te lo quita”. Como la vida misma.
Asmodeo
Periférica, 2024
264 páginas, 20 euros
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