‘Escribir para salvar una vida’, balada negra de un gran escritor
John Edgar Wideman parte del famoso y brutal asesinato en 1955 de un niño negro de 14 años para narrar, en una mezcla entre investigación y memoria, la segregación racial durante su infancia
Este libro es una barbaridad. Seguramente su eco sería enorme si lo publicara Anagrama, por ejemplo. Tal vez todos celebraríamos como acontecimiento literario el descubrimiento de un autor aquí desconocido: John Edgar Wideman (Washington, 1941), una de las grandes voces de la herencia negra de América, primer escritor en ganar dos veces el premio PEN/Faulkner, un creador sin miedo a experimentar con la no ficción hasta sus últimas consecuencias. Sin miedo a contar las historias que laten detrás de ...
Este libro es una barbaridad. Seguramente su eco sería enorme si lo publicara Anagrama, por ejemplo. Tal vez todos celebraríamos como acontecimiento literario el descubrimiento de un autor aquí desconocido: John Edgar Wideman (Washington, 1941), una de las grandes voces de la herencia negra de América, primer escritor en ganar dos veces el premio PEN/Faulkner, un creador sin miedo a experimentar con la no ficción hasta sus últimas consecuencias. Sin miedo a contar las historias que laten detrás de una imagen que nadie puede olvidar si teclea el nombre de Emmett Till: un chico negro de 14 años con la cara reventada en una morgue. Un pobre hijo muerto a los pies de su madre, digna y destrozada, y de otro hombre negro que mira serio a cámara como quien sabe que esto no es más que un bodegón, la enésima vida negra arrebatada sin que sus asesinos paguen por ello. Y ese hombre no es su padre, porque el padre de Emmett, Louis Till, ya está muerto. Se marchó con el Ejército americano a la II Guerra Mundial. Y en esa farsa de juicio sin culpables por la muerte de un muchacho negro, se hará ver a la opinión pública estadounidense que su padre, el soldado Till, fue un violador, un asesino en el frente italiano de guerra, y que por eso fue enterrado en un cementerio de apestados tras ser ahorcado por el mismo Ejército que lo integró en sus filas, y que de tal palo tal astilla, y que mejor dejar las cosas como están, con ese muchacho negro asesinado, y absueltos los hombres blancos que apalizaron, acribillaron y mutilaron el cuerpo del chico negro, colgado del negro cuello al cilindro de una desmotadora de algodón. Punto final.
Un virtuoso del maridaje entre investigación y memoria. De la alquimia secreta que combina intimismo, reflexión y tensión narrativa
Sin embargo, ese es el punto de partida para Wideman, un escritor en mayúsculas. Un maestro de la música compuesta con letras y espacios. Un virtuoso del maridaje entre investigación y memoria. De la alquimia secreta que combina intimismo, reflexión y tensión narrativa. De la verdad huracanada que mueve una escritura verdadera. Porque eso —verdad, verdad propia y ajena— es lo que traspasa el fino y humilde papel de Piel de Zapa, la pequeña gran editorial que publica a Wideman. Por sus páginas reverberan, en un eco quedo, la fuerza de Malcolm X, la perseverancia de Martin Luther King, la resistencia de Nelson Mandela, pero también la infancia de Wideman, nacido el mismo año que el pobre Emmett Till. Podría haber sido él. No lo fue. Y por eso se entrega a esta historia. A escribir para salvar una vida.
Wideman advierte: “Nada se acerca más a la verdad que la verdad, pero lo cierto es que ni siquiera la verdad se acerca a la verdad. Por eso creamos ficciones”. Porque quién cree en la inocencia de los archivos. En la neutralidad de su prosa aséptica y cortante, a veces ficción encubierta. Con todo, Wideman deja el rastro si va a saltar la valla. Separa con honradez lo que sí y lo que tal vez. Muestra los mimbres de su investigación y huye con habilidad admirable de rigideces castrantes. Y, sin miedo, se lanza a los cambios de perspectivas, a las frases oralizantes, al riesgo constante en el estilo. Con enumeraciones sin comas. Con insultos. Con largas frases y también con fraseo corto. Con un papel de envolver bocadillos de mortadela como metáfora memorable. Con la escritura de cosas así: “A los soldados de color nos tratan como si fueran nuestros dueños, como si Dios les hubiera dado derecho a patearnos y escupirnos y nuestro único derecho fuera saludar y decir: Sí, señor. Aquí está mi culo, señor. Vuelva a patearlo, señor. Recoger caca de perro o en otros días somos mulas, caballos y elefantes y cargamos con la guerra del Tío Sam a la espalda”. Con tiros reflexivos así: “Perder algo no es lo peor que hay. Perder algo significa que tenías algo que perder”.
En este libro vibra la minúscula de la segregación racial. Los tentáculos del destino y de la Historia: una máquina de triturar vidas, blanda mortadela. Qué bien escribe Wideman. Y que feliz haría a Frantz Fanon.
Escribir para salvar una vida
Piel de Zapa, 2023
220 páginas, 22,50 euros
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