Un cómic en busca del pasado perdido

Daniel Clowes compone en ‘Monica’ una obra total sobre el paso del tiempo a través de la figura de su madre

Interior del libro 'Monica', de Daniel Clowes.DANIEL CLOWES

Durante años, los lectores de Daniel Clowes nos acostumbramos a la publicación pausada de sus obras en Eightball, el comic-book donde aparecían las historietas del autor americano. Es cierto que pasaron años hasta ver culminada la surreal pesadilla de Como un guante de seda forjado en hierro, pero no fuimos conscientes de los largos periodos que transcurrían entre el inicio y final de sus obras hasta que comenzaron a aparecer directamente como novelas gráficas. Quizás por eso el título de su última cr...

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Durante años, los lectores de Daniel Clowes nos acostumbramos a la publicación pausada de sus obras en Eightball, el comic-book donde aparecían las historietas del autor americano. Es cierto que pasaron años hasta ver culminada la surreal pesadilla de Como un guante de seda forjado en hierro, pero no fuimos conscientes de los largos periodos que transcurrían entre el inicio y final de sus obras hasta que comenzaron a aparecer directamente como novelas gráficas. Quizás por eso el título de su última creación resulta ahora profético: Paciencia no solo era una incursión en la ciencia ficción de los viajes temporales. Tiempo era exactamente lo que el dibujante pedía a sus lectores. Y se lo dimos, más de siete años, aunque quizás parecen menos, o más, porque el virus pandémico cambió nuestra percepción del paso del tiempo.

En ese lapso, Clowes fue componiendo una obra que nacía de la memoria de su madre, fallecida en 2019, para ir poco a poco expandiéndose como una forma paradójica de novela total temporal. Aislado en su hogar en Oakland, lo único que le quedaba al autor era su arte y el tiempo, dos estructuras que se entretejen en Monica (edita Fulgencio Pimentel en castellano, Finestres en catalán) hasta hacerse inseparables, buscando a través del cómic la representación del tiempo más allá del paso de la viñeta, usando la propia cronología del cómic como andamiaje donde poder desarrollar una propuesta que nace de un clásico de la literatura: Monica busca a su madre, que la abandonó siendo apenas una niña. La vida no le fue mal a la joven, que consiguió vender su tienda de velas aromáticas haciéndose rica, pero ante una existencia resuelta, decide comenzar un viaje sin rumbo para encontrar a su madre.

Un viaje fragmentario, como el de Juan Preciado, que llevará a la protagonista a esa América profunda donde florecen las sectas autodestructivas como escenario de fondo para intentar comprender cómo el pasado nos construye, cómo las decisiones son apenas aleteos de mariposa de azarosas consecuencias impredecibles. Pero a diferencia del viaje de Kerouac, el de Clowes es un camino que no recorre un mapa, sino un calendario de nueve páginas, de nueve capítulos que se detienen en diferentes momentos del pasado. Y aquí, Clowes da un giro de timón posmodernista: cada una de esas escenas será narrada con el estilo de un género clásico del cómic, desde el terror de los cómics de la EC hasta la omnipresente comedia juvenil de Archie, pasando por el tebeo romántico, el wéstern o los comic-books de crímenes que dieron lugar a la persecución del cómic liderada por Wertham en los años cincuenta. No es un salto continuo entre estilos como hiciera Typex en su biografía gráfica de Andy Warhol, sino una sutil asimilación de detalles, de formas y estructuras narrativas: cada página de los capítulos es profundamente Clowes, con unos personajes en primer plano que interpelan siempre al lector de tú a tú, manteniendo esa mirada lánguida que es tan difícil de evitar. Entroncando la construcción de la vida de Monica con la de un arte que se convirtió definitivamente en medio de masas durante esos años cincuenta, pero que también encontró el rechazo de los poderes establecidos.

Como en la obra de Pynchon o Foster Wallace, las referencias a la cultura popular forman parte necesaria del relato, pero a diferencia de la literatura, donde estas se integran en escenarios y tramas, en Clowes la cultura popular es la forma de narrar, es el relato, es parte intrínseca en un ejercicio de metalingüismo que rompe la cuarta pared en mil pedazos fusionando los recuerdos de la protagonista con los del lector, creando una comunión que ya no depende de esa complicidad entre autor y lector que reclamaba Virginia Woolf. Frente al lector activo que sigue la intención del autor, la propuesta de Clowes no deja opción a la elección: a través de los cómics leídos, de esos que han construido nuestra memoria a golpe de educación sentimental e iconografía, la vida de la ficción se une indisolublemente a nuestra experiencia, para que la búsqueda de Monica obligue al lector también a cuestionarse el origen de su pasado, de lo que entendemos que somos.

La vida de la ficción se une indisolublemente a la experiencia del lector para obligarle a cuestionar su propia realidad

Pero el metajuego del de Chicago no se acaba ahí, porque añade un tercer ingrediente al lento cocinado de su novela gráfica: su propia obra. Al igual que los géneros clásicos del cómic afloran en cada capítulo, es imposible no ver los ecos de toda la obra de Clowes en Monica, no como referencias explícitas, sino como pequeños detalles que parecen apenas esbozados de un personaje, un pueblo o un escenario, pero que nos traen poderosas remembranzas de Ghost World, Ice Haven, Wilson o David Boring. Incluso los capítulos nos recuerdan las entregas de Eightball que nos acompañaron durante 15 años. Lo hace con una increíble exquisitez, descargando en los matices del dibujo y en un uso del color soberbio. Monica y Clowes se encadenan a la persona que está leyendo para crear un nuevo ser, casi mágico, donde no hay frontera entre la ficción y la realidad, porque las ficciones son reflejos de la realidad del autor a través de la mirada del lector, porque el pasado es tan solo aquello que se relata, porque la vida es tan solo aquello que se recuerda, y todo, al final, no deja de ser una ficción de ese ejercicio demiúrgico compartido por el autor y la persona que lee, que se proyectan en igualdad sobre esos personajes que no dejan de mirarnos a los ojos y nos llaman por nuestro nombre. Monica se configura como una obra poliédrica que persigue el calificativo de total por esa demostración de interconexiones infinitas entre personajes y situaciones que definen un mundo propio, al mejor estilo de Bolaño, con capas y capas de vínculos que van creando una historia que es, virtudes del tebeo, la historia de todos, pero también la obra más ambiciosa de Daniel Clowes.

Monica

Daniel Clowes. Traducción de Alberto García Marcos y César Sánchez
Fulgencio Pimentel, 2023
108 páginas, 29 euros

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