Realismo sucio en Móstoles
El CA2M ofrece una cartografía alternativa del arte español de las últimas dos décadas con cinco muestras bañadas en psicoanálisis y feminismo. El resultado es desigual
La escultura es cada vez más una materia engañosa, un medio que ya no requiere la técnica de un artista virtuoso, sino de un realista psicológico o de un crítico cultural. De las cinco nuevas exposiciones que el Centro de Arte Dos de Mayo (CA2M) de Móstoles presenta a la vez esta temporada, la más ambiciosa en términos conceptuales tiene la firma de un místico de la escultura vasca, Jon Mikel Euba. Las otras cuatro son secuencias añad...
La escultura es cada vez más una materia engañosa, un medio que ya no requiere la técnica de un artista virtuoso, sino de un realista psicológico o de un crítico cultural. De las cinco nuevas exposiciones que el Centro de Arte Dos de Mayo (CA2M) de Móstoles presenta a la vez esta temporada, la más ambiciosa en términos conceptuales tiene la firma de un místico de la escultura vasca, Jon Mikel Euba. Las otras cuatro son secuencias añadidas de diferentes investigaciones en torno a las herramientas y materiales del medio artístico, las condiciones espaciales y temporales de percepción y la institución del arte. Aunque son esculturas en toda regla, de June Crespo, Xabier Salaberria, Karlos Gil y Esther Gatón, se muestran sumidas en los campos de fuerzas de nuestra cultura: la convergencia del psicoanálisis, la crítica del sujeto y el feminismo. Si la institución aspira a transformar la realidad, y no a conservarla como una escultura o una pintura, ¿de qué manera puede despertarnos de ese sueño sociológico? No es asunto fácil.
El público se adentra en las diferentes salas sin advertir una aparente propuesta unificada. Previamente, le detendrá un largo texto, a modo de gran cartela, con información del autor o autora y la tesis. Ni en la mejor época del arte conceptual se producía tanta prosa sobre el muro blanco. La escritura funciona como interfaz, entre lo insulso y lo erudito. La nueva condición del visitante es permanecer dentro de estos espacios de confusión visual que lo engullen, con colores fluorescentes y pantallas de oscuridad nebulosa, como si fuera un figurante de un filme de realismo sucio, donde las formas son superficies de un vacío escalofriante, cuerpos taxidérmicos que se resisten a morir. Entre la cacofonía de espectros, vehículos huecos, pantallas y hasta una gran piedra granítica colocada sobre un pedestal, como en la presentación de un nuevo perfume, un artista, Jon Mikel Euba (1967) se escapa.
Su exposición, titulada Animales que aguantan el peso de cargas misteriosas en entornos creados por fuerzas en oposición, es otro momento “fosilizado”, un vánitas resultado de una investigación formal de muchos años. Más que esculturas, son mistificaciones, simulacros, ficciones de “momentos”, una búsqueda agónica, un proforma que no hallará su estado definitivo ni su esencia, pero que contiene la demanda implícita de un contrato con el espectador en un horizonte plano, roto por materiales de embalaje, tablas y sillas escrupulosamente colocadas, pantallas desnudas o salpicadas con imágenes de la historia del arte (Warhol y sus hombres “más deseados”), papeles y placas perforadas pegadas a las paredes como alerones. Son, los llama su autor, “ralentizadoras”, elementos escultóricos acoplados en los ángulos de las salas y pilares, dispositivos que frenan los flujos de energía en un edificio formado por espacios residuales de tránsito; o “intensificadores”, que señalan puntos cerrados del museo que se abrirían incrustando en ellas un elemento escultórico.
En su primera muestra institucional en 20 años, Jon Mikel Euba sobresale entre una cacofonía de pantallas y espectros
El título surge de una anécdota de David Foster Wallace: “De niño me contaron que el sistema que se utilizaba antiguamente para crear caminos transitables en una ladera consistía en cargar un burro con mucho peso y soltarlo en dirección a la cumbre. El burro (…) siempre describirá pendientes lo más horizontales posibles, que en zigzag le llevarán a la cumbre invirtiendo el mínimo esfuerzo en relación con la carga soportada”. Tal cual. Así transita el público por las salas que conectan con lo que podría ser el estudio de artista, o un aula de trabajo donde debería imaginar un gesto o un movimiento antes de realizarlo. Producción incesante, materialidad mínima en un taller entendido como “forma de problematizar, de dejar que se oigan otras voces, demostrar la apertura de posibilidades”, se lee en el texto-tesis.
Declive, la exposición de Karlos Gil (1984), es más poshumana que pre. Sin tablas, planchas ni cartones, el suyo es un escenario deliberadamente artificioso, un exilio controlado al mundo de la ciencia ficción entre túneles de metro y luces de neón de las farmacias posapocalípticas de las calles de Hong Kong. La publicación que acompaña a la muestra contiene interesantes textos teóricos en torno a los tiempos híbridos, que no son los del ángel de la historia, sino los geológicos, verticales, de abajo arriba, hacia lo que parece una probable autoextinción humana. De las cinco muestras, la de Gil es la que mejor nos conduce por el camino del crítico cultural / sociólogo / escultor sin entrar en contradicción con el marco museístico. Cada pieza relata una historia que pide ser descifrada. No plantea un modelo mental ni lo meramente transitorio que, como en la muestra de Euba, acaba paralizado en el cubo blanco con piezas dispuestas con suma precisión, centímetro a centímetro unas de otras.
Los cuerpos y superficies vaciadas de June Crespo (1982) en Vieron su casa hacerse campo triunfarían en su cualidad de abyectos si no se “vendieran” tanto como objetos, listos para el decorado de una ópera destroyer. Aunque la escultora advierte de que sus piezas, hechas de metal y textiles dispuestas perimetralmente, penetradas o adosadas a los muros a modo de friso discontinuo, son acontecimientos: no son bultos ni relieves, su función es “erotizar el muro”. El arte, a veces, es un pretexto para afirmaciones tan sorprendentes; y de ser el caso, sería necesaria una mente sádica para vislumbrar semejante erotización del dolor escultórico.
Esther Gatón (1988) aporta la escultura mecánica Emil Lime, hecha con alambres de cobre, bioplásticos, troncos de bambú, adornos de luces led y otros materiales. “Parece moverse por su cuenta, como poseída; podría ser un toro mecánico o un barco pirata de esas atracciones de feria, un delirio nostálgico y febril en una coreografía de balanceos, caídas y traqueteos que simbolizaría el pasado económico de España desde 2000″, explica la artista en el texto. Lo que sí parece es una de tantas fantasías móviles que encontramos en los supermercados de las bienales. Finalmente, en Infraestructura, Xabier Salaberria (1969) es el mejor diseñador en esta escalada de formalizaciones varias del CA2M. La gota de agua que cae desde una plataforma elevada sobre una piedra de cinco toneladas, preparada para una buena foto, evoca el tiempo vertical que necesitamos para entender los procesos en un museo, ese tiempo lírico, espeluznante, que Roy Batty, el replicante de Blade Runner, vio desaparecer “como lágrimas en la lluvia”.
‘Animales que aguantan el peso de cargas misteriosas en entornos creados por fuerzas en oposición’. Jon Mikel Euba. CA2M. Móstoles (Madrid). Hasta el 23 de abril.
‘Vieron su casa hacerse campo’, June Crespo. ‘Declive’, Karlos Gil. ‘Infraestructura’, Xabier Salaberria.
‘Emil Lime’, Esther Gatón. CA2M. Móstoles (Madrid). Hasta el 21 de mayo.
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