Dayanita Singh, la artista que descolgó la fotografía de la pared
Recientemente galardonada con el prestigioso Premio Hasselblad, la autora india inaugura una muestra en Berlín que recorre cuatro décadas de su innovadora trayectoria
¿Por qué asociar la fotografía a algo que contemplamos fijado a una pared?, se pregunta Dayanita Singh (Nueva Delhi, 1961), dispuesta desde hace décadas a liberar al medio fotográfico de los formatos en los que se presenta y disemina de manera habitual. De ahí que, reacia a todo tipo de encasillamiento, la artista haya hecho de la fotografía su “materia prima” para dar forma a una serie de estructuras o armaduras móviles que pueden ser experimentadas espacialmente. Junto a sus fotolibros, estas ofrecen nuevos...
¿Por qué asociar la fotografía a algo que contemplamos fijado a una pared?, se pregunta Dayanita Singh (Nueva Delhi, 1961), dispuesta desde hace décadas a liberar al medio fotográfico de los formatos en los que se presenta y disemina de manera habitual. De ahí que, reacia a todo tipo de encasillamiento, la artista haya hecho de la fotografía su “materia prima” para dar forma a una serie de estructuras o armaduras móviles que pueden ser experimentadas espacialmente. Junto a sus fotolibros, estas ofrecen nuevos acercamientos al medio y dan cabida a una extensa obra con un claro componente humanista y poético.
“La fotografía me ha permitido ser libre”, asegura la artista india durante una conversación telefónica que tiene lugar pocos días después de haber recibido el Premio Hasselblad, uno de los mayores reconocimientos de la escena fotográfica. “Sin embargo, si hubo algo que llegué a odiar durante mi niñez fue la fotografía”, admite con ternura. Las tediosas sesiones posadas a las que le sometía su madre retrasaban muchos de sus planes. Instantáneas que eran dispuestas con primor en álbumes o bajo cristales en distintos puntos de la casa, convirtiéndose en parte integral del escenario familiar. Años más tarde, siendo una estudiante de diseño tipográfico, vería en ellas “un billete a la libertad”. La fotografía se convirtió en el vehículo para viajar y ser independiente para la joven. “No tendría que casarme, ni ser madre. Y hasta el día de hoy me ha dado libertad como mujer y como pensadora. Me permite explorar de forma continuada nuevas formas, y debido a la corta vida del medio, las posibilidades que ofrece son infinitas. Son muchas las nuevas formas que esperan ser concebidas. Soy una fotógrafa y necesito la libertad de la que disfruta un artista. Esta no es un fin, sino un medio”, expresa con el mismo entusiasmo de un neófito.
En su conversación se advierte la misma pasión y viveza que la llevó siendo joven a robar Las líneas de mi mano, el libro más íntimo de Robert Frank. “De él aprendí a desafiar a la fotografía y a los fotógrafos. Uno no tiene que seguir las reglas impuestas por los gurús. La fotografía tiene demasiadas cajas y normas. De ahí que a veces diga que no soy una fotógrafa. Claro que lo soy, y mis interrogantes surgen de la fotografía, pero no me gustan las etiquetas a las que se presta”. Así, Singh prefería que se la considerase una artista conceptual, y no verse etiquetada bajo los parámetros de lo documental, algo a lo que muchos comisarios se resisten. “Mi medio es la fotografía. La tuerzo y la giro. Lucho con ella hasta que la obra se revela ante mi. Ese es mi quehacer como artista, excavar el potencial que lleva consigo la fotografía”, escribe en Dancing with my Camera, el libro que le dedica la editorial Hatje Cantz, y que sirve de catálogo a la retrospectiva que se inaugura este viernes en el museo Gropious Bau de Berlín bajo título homónimo y comisariada por Stephanie Rosenthal.
“Soy una estudiante pero un día llegaré a ser una importante fotógrafa”, se encaraba la artista con los brazos en jarra frente al virtuoso de tabla, Zakir Hussain. Entonces tenía solo dieciocho años. La rabieta se originó cuando el organizador del concierto la prohibió de malas formas entrar a la sala donde la fotógrafa se disponía a registrar la rica variedad gestual del músico. De aquel encontronazo surgiría una estrecha relación que permitió a la autora no solo documentar los conciertos del interprete sino adentrase en su intimidad, dando forma a su primer fotolibro publicado en 1986. “Zakir me enseñó a centrarme y lo que es el rigor en el arte. Con él aprendí a sumergirme en mi medio, a examinarlo y a conquistarlo. Como ocurre con la música es necesario aprender y aprender. Aceptar que uno no debe hacerse demasiadas preguntas en un principio, cuando uno aún no está preparado. Pero estás han de llegar. Lo cierto es que mis preguntas surgen de la fotografía pero sus respuestas proceden de distintos medios”.
Ya en aquel primer libro se evidenciaba la natural tendencia de Singh a asociar la imagen con la palabra. En él adoptaría algunas fórmulas de la composición musical, “la forma en la que la música narra o se resiste a contar una historia”, como parte integral de su propio método de narración visual. De igual forma la publicación denotaba cómo la voz de una artista empezaba a resonar con su distintiva tonalidad. El formato del libro resultaría ser un vehículo adecuado a sus imágenes y narraciones. “Di forma al libro bajo mis propias reglas”, destaca la fotógrafa. “Enfatizando mi interés por reflejar la faceta más íntima del protagonista y por incluir la voz de otras personas”. Aquella maqueta realizada a mano para su proyecto de graduación en la escuela de diseño, repleta de imperfecciones, pero también de singularidades, fue publicada hace dos años por la editorial Steidl bajo el título de Zakir Hussain Maquette. El editor vio en este proyecto elaborado manualmente un ejemplo a destacar en un mundo digital.
A lo largo de su trayectoria artística, Singh se ha ido encontrando con una serie de personajes, espíritus libres que estimularían aún más su naturaleza heterodoxa. Mary Ellen Mark —para quien trabajó durante unos días como asistente en un taller que impartía la fotógrafa norteamericana en Benarés— la incitó a marcharse a Nueva York y encontrar su camino en la fotografía. “En India, entonces el mundo de la fotografía estaba copado por hombres. Fotógrafos que nunca me hubieran tomado en serio”, destaca la autora. “De hecho ni siquiera ahora lo hacen. Ninguno de mis colegas indios me ha felicitado aún por el premio. Creo que no son capaces de escuchar el tono de mi obra”, añade con sorna. El editor Walter Keller, (al frente de Scalo, con quien publicó, Myself Mona Ahmed ) fue quien le brindó uno de los mejores consejos: “Deja de pensar en libros y en exposiciones y procura tener un buen un archivo”. De este archivo de cuatro décadas han salido tres de las principales series que se muestran en la exposición: Let´s see, (2021), Museum of Dance, (2021) y Museum of Tampura, (2021). “De Keller aprendí a relacionar toda esa materia bruta, y realmente ver lo que esas imágenes, que presentan a gente y a arquitecturas de distintas procedencias, me están diciendo sobre la vida.
Bien encerrada en libros objetos —pequeñas cajas de madera de teca que agrupan 30 de sus fotografías y cuya imagen principal cambia a voluntad de su propietario—, o dispuesta en grandes estructuras, como sus Museos —donde las fotografías se reagrupan de distintas maneras dando pie a distintos significados— la fotografía de Singh se resiste a la idea de una única imagen decisiva. “El placer de la fotografía es que cambia mucho dependiendo de lo que tenga al lado”, destaca esta autora que ha encontrado un lugar para su obra entre la galería y la editorial. Un tercer espacio cuya forma emerge “tras escuchar a las fotografías”. Así, la autora pasa horas delante de mesas cubiertas por sus imágenes, observando dónde la llevan. “Confío plenamente en esta experiencia. Es una lucha, que nunca resulta fácil, de la que poco a poco van emergiendo las formas. Narrativas que se construyen de una misma imagen, como lo hace la memoria”. En un principio llamó a estas formas fotoarquitecturas. “¿Qué arquitecturas podrían liberar a la fotografía de la pared y de las ediciones?, se sigue planteando la artista. “Si hay algo no me gusta de la fotografía es que la gente solo la observa. Es necesario implicar más a nuestros cuerpos en la experiencia y que esta sea más táctil. Quizás que aspire a algunas de las experiencias que provoca la música aun siendo una disciplina distinta”.
El concepto de diseminación resulta de igual forma crucial en su obra. “La realización de las fotografías supone solo un 10% del trabajo y es la parte más fácil”, explica. “El resto implica encontrar la forma que se adecúe a ellas y pensar en su diseminación. Lo que me gusta de la fotografía es el hecho de que uno no adquiere necesariamente una reproducción sino que esta resulta igualmente un original. ¿Qué sentido tiene el arte si no puede ser diseminado? Ser artista y dedicarte a la fotografía resulta realmente muy gratificante en ese aspecto”, concluye.
‘Dancing with my camera’. Gropius Bau. Berlín. Hasta el 7 de agosto.
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