El otro bum de la literatura peruana
Perú celebra su literatura en la FIL de Guadalajara con poetas que escriben desde la Amazonía o los Andes, narradores marcados por la guerra contra Sendero Luminoso o autoras que cuestionan la historia de sus padres
Poco antes de suicidarse en 1969, el ensayista y novelista peruano José María Arguedas escribió una frase en su diario que, cuando fue publicada en una obra póstuma, se volvió famosa por ser reflejo de la división que sufrió en el Perú y en la literatura: “Estoy luchando en un país de halcones y sapos desde que tenía cinco años”. Y la división le agotaba. El suyo fue (y sigue siendo) un país escindido, entre el discriminado mundo indígena de los majestuosos andes —que él había sabido representar en hermosas novela...
Poco antes de suicidarse en 1969, el ensayista y novelista peruano José María Arguedas escribió una frase en su diario que, cuando fue publicada en una obra póstuma, se volvió famosa por ser reflejo de la división que sufrió en el Perú y en la literatura: “Estoy luchando en un país de halcones y sapos desde que tenía cinco años”. Y la división le agotaba. El suyo fue (y sigue siendo) un país escindido, entre el discriminado mundo indígena de los majestuosos andes —que él había sabido representar en hermosas novelas como Los Ríos Profundos— ,y el mundo criollo de ciudades costeras que aspiraba a reconocerse como cosmopolita o europeo. Arguedas, el autor que había trabajado desde una cosmovisión indígena, no era parte de los autores del boom que se habían hecho conocer internacionalmente desde que se mudaron a Europa, como Mario Vargas Llosa. La suya era una batalla hecha desde las márgenes en ese momento y, en el desigual mundo editorial, su ubicación poética le costó la fama internacional. “¿Por qué no llegó a sumarse, a incorporarse, Arguedas al boom latinoamericano?” le preguntó un periodista a Vargas Llosa años después. “Porque Arguedas vivía en el Perú muy aislado de lo que era la corriente literaria, que tenía lugar sobre todo en Europa, fundamentalmente en Francia”, dijo el Nobel.
La pelea literaria contra un Perú cosmopolita o eurocentrista que opaca aquella que ha sobrevivido en las márgenes es tan vieja como las guerras de independencia, pero cada cierto tiempo recobra vigencia. Este año, de acuerdo a autores peruanos consultados por El PAÍS, el eclipse ocurrió cuando Vargas Llosa se refirió a la delegación de escritores que el Gobierno de Perú enviará a Guadalajara para la Feria del Libro como una “representación lamentable”. Perú es el país invitado este año y Vargas Llosa, que no estará allí, añadió que entre los narradores o poetas que irán “no habrá escritores de verdad”. Una declaración lapidaria. Pero también algo injusta.
Detrás del eclipse llamado Vargas Llosa, en realidad, sí hay luz. A la FIL llegarán poetas de pueblos indígenas de los Andes y la Amazonía que han logrado añadir sus libros a las librerías de Lima; narradores que encontraron nuevas formas de contar lo que dejó el terrible conflicto contra el grupo armado Sendero Luminoso; autoras que han cuestionado la historia de sus padres y encontrado refugio en la de sus abuelas. Escritores que cuando miran al pasado buscan más pistas en el cuentista Julio Ramón Ribeyro o en las novelas de Arguedas que en el boom de Vargas Llosa. “Si uno le pregunta hoy a todos los cuentistas del Perú qué escritor de cánon ha sido su mayor influencia, el 99% dirían que Ribeyro”, dice el académico peruano Gabriel Saxton-Ruiz. Literatura hecha desde los márgenes, polifónica, y mucho más preocupada por el racismo, el machismo y la desigualdad social en la vida diaria peruana que por La Fiesta del Chivo.
“Los asuntos que preocupan a estas nuevas generaciones son distintas a las que podríamos llamar una literatura monumental, una que atendía a una aspiración de un país más republicano y eurocentrico”, dice la escritora Miluska Benavides, que estará en la FIL y fue nombrada este año por la revista británica Granta como una de las mejores narradoras en español menores de 35 años. Benavides, autora de La Caza Espiritual, compartió en Granta un cuento intergeneracional sobre un pueblo de migrantes que mueren en una olvidada mina bajo terribles condiciones laborales. Ella se considera de esa generación que mira la historia política del Perú de forma “más experimentada”: historias políticas en el barrio, en la casa, en la mina. “Muchos jóvenes narradores hoy no vienen de círculos letrados convencionales y privilegiados sino que son hijos y nietos de migrantes que se consolidan como un sector letrado desde la década del 2010, y traen un cambio a la poesía y la narrativa”, dice ella. “Ellos ya no miran a la historia desde las historias magnánimas de los libros de historia, ellos ahora se disputan ese campo de la memoria”.
Las declaraciones del Vargas Llosa contra la delegación oficial se dieron después de que el nuevo gobierno excluyera a conocidas plumas de la literatura peruana (las feministas Karina Pacheco, Katya Adaui, Gabriela Wiener, entre otros), y en protesta renunciaron a ir otros reconocidos autores (Santiago Roncagliolo, Rafael Dumett, Alonso Cueto, entre otros). El gobierno del presidente Pedro Castillo justificó cambiar la lista previa –hecha por el gobierno anterior– argumentando que quería mayor diversidad en la delegación y para esto buscó que fueran a Guadalajara los autores que no habían tenido visibilidad internacional en ferias anteriores (se refería a los que fueron a la la feria de Chile en 2018).
“Me parece súper revolucionaria la delegación que va a la feria”, dice la escritora peruana Gabriela Wiener, excluida de la segunda delegación. Aunque lamenta la torpeza con la que el gobierno manejó el cambio, considera que la motivación era justificada. “Me importa mucho más que hoy esté en esta delegación escritoras del Perú que no conoce nadie, o más bien, que no conoce Vargas Llosa”, dice Wiener, quien recientemente publicó Huaco Retrato, una novela sobre cómo el racismo colonial se filtra en la historia familiar. “Se logró hacer un cambio con heridas y muertes en el camino, como yo, por ejemplo”, admite. “Pero este cambio puede ser desesperante para el establishment, porque es un cambio al statu quo”.
Una de las autoras que aparecieron en la nueva lista del gobierno –y que varios escritores consultados por El PAÍS celebran– es Dina Ananco Ahuananchi, poeta y traductora que nació en la región amazónica de Bagua, que escribe en la lengua wampis, y que recientemente publicó de Sanchiu, el primer poemario en wampis en toda la historia literaria del Perú (su portada es un retrato de su abuela). “Allí estoy, buscando mi identidad múltiple/ Que me sirve actuar en cada circunstancia”, dicen en Atumsha urukarmetsu (No sé ustedes). “Es un poema que tiene que ver con la discriminación al ser visible en Perú”, cuenta Ananco sobre el dilema que viven líderes indígenas visibles “que tenemos temor a mostrarnos, pero al mismo tiempo queremos y necesitamos mostrarnos”.
Aunque la industria editorial del Perú ha hecho esfuerzos por incluir a la literatura quechua, Ananco dice que cuando se trata de la literatura amazónica esta “ha sido completamente excluida”. Lo explica por un desprecio a la tradición oral y a una tendencia a “valorar siempre lo que está fuera del país, lo que viene de occidente”. Como Weiner, Ananco dice que hubo algo profundamente simbólico en los cambios del gobierno. “Aunque nadie está de acuerdo con que se excluya a otros autores, nosotros nunca hemos salido a representar la literatura de nuestro país”, dice. “Es un paso gigante que se acaba de dar”.
Ananco publicó su poemario con Pakarina, una editorial independiente que publica a autores en lenguas originarias y una joya rara en la industria del libro peruano. “El centralismo de Lima en producción literaria es muy fuerte aún, siguen teniendo el 87% de la producción de libros de todo el país”, dice Leonardo Dolores, la persona a cargo de la Dirección del Libro del Ministerio de Cultura.
Sin embargo, explica, una legislación favorable a la industria del libro del 2003 terminó multiplicando considerablemente el número de autores disponibles y de editoriales en dos décadas. “Si en 2003 había un promedio de 2.000 libros publicados al año, hacia el 2019 ya había casi 19.000″, dice. De acuerdo a cifras del Centro Regional para el Fomento del Libro de América Latina y El Caribe, el número de agentes editores en el Perú –que incluiría editoriales comerciales pero también universidades o editores de libros gubernamentales– también se multiplicó: aumentó de casi 300 a 1.400, del año 2000 al 2019. Dolores ve cada vez más interés por autores indígenas, más atención a la oralidad, pero también un gran interés por más novelas históricas.
“En las últimas dos décadas un tema principal que veo en la narrativa peruana, un tema medular, ha sido la representación de la violencia política: Sendero Luminoso y todo lo que ello implicó”, dice Gabriel Saxton-Ruiz, profesor de literatura y autor de Ambigüedades éticas y estéticas: La narrativa peruana contemporánea y la violencia política. “Es un tema que se aborda de muchísimas maneras, desde lo popular, de la novela negra a obras más sentimentalistas”, añade. “Si hay algo que une a todos estos autores es una especie de desencanto, como una paciencia perdida”.
Un autor pionero de esta corriente, y que tendrá un espacio especial en la FIL de Guadalajara, es el escritor Oscar Colchado, cuyo clásico Rosa Cuchillo es una novela de 1997 que tiene ecos del Pedro Páramo de Juan Rulfo y es recordada por traducir la cosmovisión andina a lo vivido en la guerra. “Lo encontraba a orillas de este río tormentoso, de aguas negras, el Wañuy Mayu, que separaba a los vivos de los muertos”, dice esta novela que trata la búsqueda de una madre a su hijo desaparecido.
Aunque el 2003 una Comisión de la Verdad y Reconciliación publicó un importante Informe Final sobre las razones de la violencia que vivió Perú de 1980 al 2000, el libro oficial no fue más que un abrebocas para una generación que sigue explorando el tamaño de la herida que dejó el periodo traumático de guerra entre el estado y el Sendero Luminoso. Iconos de esta médula literaria incluirían a Abril Rojo de Santiago Roncagliolo, La Hora Azúl de Alonso Cueto, La Sangre de la Aurora de Claudia Salazar, Guerra a la luz de las velas de Daniel Alarcón, Los Rendidos de Jose Carlos Agüero, Un Lugar Llamado Oreja de Perro de Iván Thays, Bioy y La Procesión Infinita de Diego Trelles Paz, o la última novela de Karina Pacheco, El Año del Viento, que trata la violencia en 1981 en las zonas andinas del país y desde la experiencia tres mujeres –y en donde la abuela tiene un papel fundamental. El libro, escribe ella, habla de “un país que después de casi dos siglos de independencia estaba muy lejos de conocerse a sí mismo”.
“También creo que hay una promoción importante de autoras, en poesía y en narrativa, que es más visible a partir de los años 80″, dice Mariela Dreyfus, poeta peruana y profesora de escritura creativa en la universidad de Nueva York. Aunque ya habían irrumpido antes en la poesía Magda Portal, Blanca Varela, Cecilia Bustamante, a finales del siglo XX la irrupción de movimientos feministas y un mayor acceso a las mujeres a la educación universitaria “permitió abrir un espacio para que las mujeres encontráramos un lugar más cómodo en el mundo intelectual”, dice Dreyfus. Ella, por ejemplo, es cofundadora del grupo poético Kloaka de los ochenta que buscaba “romper con todo: desde el punto de vista de la escritura pero también en señalar la libertad erótica, del cuerpo, de las disidencias”. (“No que el poema/ sea un artificio/ para inundar la ciudad/ frágil y palpitante/ como un sexo enamorado” dice su voz en el poema Poética).
Ahora Dreyfus ve en las narradoras como la cuzqueña Karina Pacheco libros que rompen con una literatura costumbrista, o en Wiener una versatilidad impresionante (“escribe poesía, es narradora, hace autoficción y es una gran periodista”), e incluso experimentos interesantes en escritoras muy jóvenes como la feminista arequipeña Valeria Román Marroquín (“¿este era el futuro brillante que te prometieron?”, se pregunta ella en ana ¿en qué piensas?). Espera escuchar ahorra en la FIL a la poeta Cha’ska Ninawaman, que acaba de publicar la edición en francés de su libro Los murmullos de Ch’askascha, un compendio de cuentos y leyendas quechuas (“Dios de los indios/ por qué no me escuchas/ ¿tú también como Cristo estas enfermito?” se pregunta ella en Pachatusan. “yo también estoy diferente,/ fea se hizo la vida aquí/ de tanta indiferencia”).
Pero algo más se hizo evidente en las mismas décadas, cuenta Dreyfus: esa escisión dolorosa en la literatura peruana. “Desde los ochentas, y hasta hace muy poco, se hablaba de los narradores ‘criollos’, los limeños, y los narradores andinos”, dice ella. “En el siglo XXI se sigue manteniendo esa dicotomía. Yo pienso que la intención inclusiva de la lista de escritores para la Feria era muy buena, pero con ese error político del gobierno, esa forma cómo se hizo, terminó enfrentándonos a nosotros los escritores. Desgraciadamente”.
“¿Hasta cuándo durará la dualidad trágica de lo indio y lo occidental en estos países descendientes del Tahuantinsuyo y de España?”, se preguntaba Jose María Arguedas en un ensayo de 1950 titulado La novela y el problema de la expresión literaria en el Perú. Una pregunta, 71 años después, sin respuesta clara. “Los dos mundos en los que están divididos estos países descendientes del Tahuantinsuyo se fusionarán o separarán definitivamente algún día: el quechua y el castellano”, respondió entonces este novelista que logró acercar al español hacia el quechua. “Entretanto, el viacrucis heroico y bello del artista bilingüe subsistirá.”
Puedes seguir a BABELIA en Facebook y Twitter, o apuntarte aquí para recibir nuestra newsletter semanal.