El debate colonial llega a los museos
Los centros de arte españoles abordan la herencia incómoda de la conquista con timidez y cautela, conscientes de que el asunto se ha convertido en un campo de minas en el actual debate político
Reza la leyenda, no precisamente negra, que los virreinatos de la corona española fueron, a diferencia de las colonias francesas o británicas, territorios con los mismos derechos y deberes que cualquier provincia de la metrópoli. La historia del arte no siempre ha respetado esa máxima jurídicopolítica: la pintura forjada en Flandes o en Nápoles ha gozado de una atención y un prestigio mucho mayores que la que se hacía en Nueva España o en Perú, siendo todos esos lugares igual de súbditos de la monarquía. Por ejemplo, el ...
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Reza la leyenda, no precisamente negra, que los virreinatos de la corona española fueron, a diferencia de las colonias francesas o británicas, territorios con los mismos derechos y deberes que cualquier provincia de la metrópoli. La historia del arte no siempre ha respetado esa máxima jurídicopolítica: la pintura forjada en Flandes o en Nápoles ha gozado de una atención y un prestigio mucho mayores que la que se hacía en Nueva España o en Perú, siendo todos esos lugares igual de súbditos de la monarquía. Por ejemplo, el Museo del Prado no había dedicado, hasta la fecha, una sola exposición al arte producido en los virreinatos americanos, asignatura pendiente que resuelve ahora con Tornaviaje, una selección de un centenar de obras iberoamericanas conservadas en colecciones públicas y privadas en España, que aspira a servir de reparación respecto a esa falta.
La muestra responde, según sus responsables, a la voluntad de ofrecer nuevas lecturas respecto a la colección del Prado, en la que cabe enmarcar la reciente Invitadas, sobre el arte hecho por mujeres en el siglo XIX, y el recorrido La mirada del otro, que atendía a “la realidad histórica de las relaciones entre personas del mismo sexo y las identidades sexuales no normativas” a través de obras de la colección permanente. Este giro solo puede entenderse a la luz del debate social de los últimos años, que ha generado una expectativa de cambio que las instituciones culturales intentan satisfacer de un modo u otro para no quedar condenadas a la irrelevancia. En ese sentido, Tornaviaje pretende ser también “una invitación a repensar el lugar de América en la sociedad española, pasada y sobre todo presente, ahora que cientos de miles de nuestros conciudadanos son de procedencia hispanoamericana”, como escribe el director del Prado, Miguel Falomir, en el catálogo.
En realidad, solo el primer tramo de la muestra parece responder a esa voluntad. En él figuran algunas representaciones de la “cruda realidad” de la conquista, que la exposición no duda en tildar de “hecho dramático”, no ocultando “la imposición forzada de quienes, justificados en razones religiosas, perseguían el enriquecimiento y la fama”, escribe el comisario Rafael López Guzmán, catedrático de la Universidad de Granada. Una tabla enconchada de 1698 que describe la destrucción de Tenochtitlan, un retablo propagandístico sobre la “conquista y reducción de los indios infieles” firmado por un anónimo novohispano o el racismo implícito del retrato de María Luisa de Toledo con una indígena atribuido a Antonio Rodríguez insinúan una mirada crítica respecto a la herencia colonial que no tarda en desaparecer.
La muestra prefiere centrarse en la noción del tornaviaje, que no es necesariamente la más interesante de cuantas enuncia, y practicar un análisis muy riguroso, pero casi siempre formal, de la iconografía religiosa en las obras que regresaban, con los ajuares de los indianos, del Nuevo Mundo. Refleja una hibridación apasionante —la colonización también fue artística, pero de ella surgieron creaciones que se tomaban licencias técnicas y temáticas respecto a los modelos de excelencia europeos—, solo que, tras las bases sentadas por la propia exposición, puede ser interpretada como una forma de evitar debates espinosos. “Hemos enfrentado con claridad el tema de la conquista, que hoy es impensable e inadmisible, pero que hay que entender en el contexto de 1521″, se defiende López Guzmán, quien se muestra partidario de observar los “tonos grises” en un debate polarizado y que prefiere hablar de “arte virreinal” que colonial, al considerar el término históricamente impreciso.
El acercamiento del Prado es más tímido que el que han llevado a cabo, en los últimos tiempos, otras grandes pinacotecas europeas como el Museo de Orsay o el Rijksmuseum
Aun así, el acercamiento resulta mucho más tímido que el que han llevado a cabo, en los últimos tiempos, otras grandes pinacotecas europeas. En la muestra El modelo negro, el Museo de Orsay pasó revista a la representación de hombres y mujeres del antiguo espacio colonial y cambió los títulos de obras con ecos racistas. Por su parte, el Rijksmuseum ha analizado este año la representación de la esclavitud en la pintura holandesa, asunto fundamental para entender cómo prosperaron los imperios, pero con una presencia residual en la muestra del Prado: solo una obra, Los tres mulatos de Esmeraldas (1599), de Andrés Sánchez Galque, hace alusión a él.
Ese enfoque es sintomático de la cautela con la que los museos españoles se enfrentan a un asunto convertido en campo de minas en el actual debate político, que solo el arte contemporáneo ha tratado con cierta soltura. “A los museos históricos les está costando más, porque existen numerosas resistencias a desmontar las narrativas hegemónicas, que están muy asentadas. Deshacer el relato colonial afecta a cómo se ha construido la identidad nacional, algo que ya de por sí genera grandes disputas”, opina Olga Fernández López, profesora de Historia del Arte de la Universidad Autónoma de Madrid y excoordinadora del grupo de investigación Península, asociado al Museo Reina Sofía y centrado en la reflexión sobre la colonialidad, que se disolvió en 2017.
“Puede que cueste más que en 2014 hacer una exposición crítica con el tema. La guerra cultural se ha vuelto más intensa”
En la última década, muestras como Principio Potosí, en el mismo Reina Sofía; Crítica de la razón migrante, en La Casa Encendida (Madrid); Colonia apócrifa, en el Musac (León), o Territorios indefinidos. Perspectivas sobre el legado colonial, en el Macba (Barcelona), sumadas a España os pide perdón, el cartel que el performer Abel Azcona lleva tres años colgando en las fachadas de museos iberoamericanos, abrieron un debate que ha acabado amplificándose. “Esas exposiciones hoy habrían pasado menos inadvertidas, porque el contexto ha cambiado mucho en pocos años. Por otra parte, el debate público se ha polarizado y es difícil que una muestra sobre este tema no genere situaciones de conflicto que acaben siendo rentabilizadas políticamente”, señala Fernández López. “Habiendo más demanda, puede que cueste más que en 2014 hacer una exposición que aborde críticamente el tema. La guerra cultural se ha vuelto más intensa”.
El mejor ejemplo podría ser la exposición Buen Gobierno, de Sandra Gamarra, que se puede ver en la Sala Alcalá 31 de Madrid, sobre la violencia que suele vehicular el imaginario colonial. La Consejería de Cultura de la Comunidad de Madrid censuró los términos “racismo” y “restitución” del texto introductorio y apartó la muestra del festival Hispanidad 2021, en plena batería de declaraciones polémicas de distintos líderes de la derecha. “El comisario y yo negociamos un nuevo texto sin esas palabras incómodas que, paradójicamente, se han vuelto más presentes por su ausencia”, afirma la artista peruana, que lleva 20 años viviendo en Madrid. “Cuando ocultas algo con insistencia, siempre acaba reapareciendo como un fantasma”.
Gabriela Wiener: "Los museos han hecho luz de gas a la reflexión sobre las colonias"
Huaco retrato (Literatura Random House), el nuevo libro de la peruana Gabriela Wiener, empieza en las salas del Museo del Quai Branly de París, donde la autora recorre los pasillos de la colección que lleva su apellido y el de su tatarabuelo, el explorador Charles Wiener, un judío austriaco que, a finales del siglo XIX, saqueó miles de objetos prehispánicos del Perú (y dejó su semilla a su paso). Ante las vitrinas atestadas de huacos, esas piezas de cerámica que buscaban representar los rostros indígenas con la mayor precisión posible, Wiener cree reconocerse a sí misma.
“Hay una identificación constante a lo largo del libro entre el huaco y la protagonista para señalar la cosificación y la instrumentalización de eso que en el siglo XIX se entendía como el otro y el subalterno, pero que sigue vigente. Ese otro que fue el salvaje, el caníbal, el monstruo, y es hoy el migrante que padece la ley de extranjería y los discursos de odio de Vox”, asegura Wiener. “Los museos son otro espacio en el que se ha hecho luz de gas a la reflexión sobre la colonialidad cuando lo que subyace es un etnocidio en toda regla, el desmantelamiento cultural de los pueblos originarios a causa de la imposición militar y religiosa de otra cultura”.
La autora lamenta que los museos españoles exhiban “el tesoro imperial de la conquista sin acompañarlo de un aparato crítico”. La cuestión de las restituciones de obras, en el orden del día para los museos franceses o alemanes, también resulta más discreta aquí que en otras latitudes. “A día de hoy, hay fuertes resistencias. España ni siquiera ha reparado las heridas de su historia reciente. Sin embargo, creo que es una cuestión inevitable e inminente. Hay mucha gente que comprende esa necesidad de justicia y reparación, de construcción de memoria histórica respecto a los pueblos originarios, y de hacerlo con su propia población, en particular con los migrantes de sus excolonias en el presente”.
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