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Un peronismo derrotado entra en proceso de reconstrucción

La caída de su candidato presidencial, Sergio Massa, frente al ultra Javier Milei obliga al movimiento a reagrupar fuerzas y encumbrar nuevos liderazgos

simpatizantes de sergio massa
Una pareja de simpatizantes del peronismo se abraza este domingo en Buenos Aires.Vicente Gaibor
José Pablo Criales

“Hoy termina una etapa en mi vida política”, dijo este domingo por la noche Sergio Massa rodeado de la militancia peronista. Faltaban todavía unos minutos para que Argentina se enterara de que el ultraderechista Javier Milei le había ganado las elecciones por 11 puntos porcentuales, pero el panorama ya era claro. Massa reconoció su derrota, agradeció los esfuerzos de una coalición que se unió para convertirlo en un candidato competitivo a pesar de ser el ministro de una economía en crisis, y anunció que daría un paso al costado. Podría haber sido presidente, pero ahora ni siquera será el líder de la oposición. Al igual que su vieja enemiga y última aliada, Cristina Fernández de Kirchner, Massa no tendrá ningún cargo cuando Milei asuma la presidencia el próximo 10 de diciembre. Ambos fueron los últimos dos grandes dirigentes que tuvo el peronismo en los últimos 15 años, que ahora se asoma a un panorama inédito: con la derecha tradicional agrupada tras la irrupción de Milei, el gran movimiento popular de Argentina corre contra el reloj para rearmarse.

Massa había sido un candidato de emergencia. Líder de un partido que creó para disputar el poder al kirchnerismo en 2015, la derrota contra el liberal Mauricio Macri los unió en las siguientes elecciones para devolver al peronismo al poder. Massa era el líder de la tercera pata de la coalición que volvió al Gobierno en 2019. Presidente de la Cámara de Diputados, fue un cómodo espectador de la pelea entre el presidente, Alberto Fernández, y su vicepresidenta, Cristina Kirchner, hasta que en julio de 2022 asumió el Ministerio de Economía para frenar las balas con su espalda política. Sabía que era su última oportunidad, y no falló: un año después de asumir como ministro fue nombrado candidato presidencial, casi al cierre de las listas electorales.

El peronismo necesitaba “unidad” para vencer a Milei y a una derecha tradicional empoderada. Y Massa, ese político duro contra el crimen, pragmático en lo económico y con relaciones empresariales y extranjeras que no gustaban a la militancia kirchnerista, fue ungido. Massa era el candidato para esta campaña: con Argentina escorada a la derecha, hablando de ajustar el gasto estatal y armar a la población ante la inseguridad, el peronismo ponía su caballo en la carrera.

Sergio Massa
Sergio Massa, durante el discurso en el que ha reconocido su derrota en las urnas, en Buenos Aires.ADRIANO MACHADO (REUTERS)

Se le plantó un solo hombre. “Apoyo sí, cheque en blanco no”, resumió una de las voces de ese peronismo inclinado a la izquierda que se le había resistido, el dirigente social Juan Grabois. Grabois desafió a Massa en las primarias en nombre de Cristina Kirchner. Sacó su propio millón de votos y abrió una de las incógnitas que envuelve hoy al peronismo. Massa iba a tener que mantener un equilibrio delicado como presidente, entre llamar a la centroderecha en el “Gobierno de unidad” que había propuesto y acomodar a ese sector propio que le escrutaría. Derrotado, su paso al costado deja acéfalo al peronismo en un momento crucial.

En los papeles, el peronismo ejercerá como el principal partido de la oposición: ha retenido la primera minoría en el Congreso. Pero nadie tendrá la mayoría necesaria. Milei gobernará con su partido como tercera fuerza parlamentaria, y necesitará más que el apoyo de su nuevo socio, el expresidente Macri, para imponer su agenda. Con gran parte del arco político en su contra, incluso si enfrente está Milei, lo que pueda hacer el peronismo para ser una oposición competitiva es otra incógnita.

Cristina Fernandez de Kirchner vota
Cristina Fernández de Kirchner vota en Río Gallegos, durante la mañana del 19 de noviembre. STRINGER (REUTERS)

Con Kirchner recluida en su hogar en la Patagonia, con Massa sembrando incertidumbre sobre su futuro, y con el presidente Alberto Fernández sin poder propio y fuera de la película desde hace casi un año, el gran rostro visible del peronismo que enfrenta este desafío será el gobernador de Buenos Aires, Axel Kicillof, que retuvo el poder en la provincia más poblada del país. Kicillof, antiguo ministro de Economía de Cristina Kirchner, sabe el desafío que tiene por delante: desde hace meses que convoca a dejar “de vivir de Perón, Evita, Néstor y Cristina” para “construir una nueva utopía”. “Hay que componer una nueva canción, no cantar una que nos sepamos todos”, pidió en septiembre. “Yo no me dedico a la música, soy militante y dirigente”, le respondió otro de los hombres fuertes que hoy dará la batalla, el hijo de la expresidenta y diputado nacional, Máximo Kirchner.

Kicillof gobernará el gran bastión en soledad. Mientras el kirchnerismo —o lo que quede de él— se atrinchera en Buenos Aires, otras provincias que dependen de la recaudación nacional de impuestos no tendrán más opción que sentarse a la mesa de Milei. Entre ellas están las que responden a la vicepresidenta, como Tierra del Fuego, en el sur, La Pampa, en el centro, o Santiago del Estero, en el norte. También están las del peronismo federal, más conservador y opuesto al que lideró durante casi dos décadas la expresidenta Kirchner, como Córdoba, gran centro agroexportador convertido en bastión de Milei en el plano nacional, o Salta, en el norte andino. El peronismo federal ha intentado durante años proyectar un liderazgo propio. Ahora tendrá otra oportunidad.

“Primero la Patria, después el movimiento y luego los hombres”, dice una de las consignas con las que el general Juan Domingo Perón construyó su movimiento político. La patria les acaba de decir que no en las urnas y el movimiento está en desbandada. Los hombres encargados de levantarlo son todavía un misterio.

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Sobre la firma

José Pablo Criales
Es corresponsal de EL PAÍS en Buenos Aires. Trabaja en el diario desde 2019, fue redactor en México y parte del equipo de la mesa digital de América. Es licenciado en Comunicación por la Universidad Austral y máster de Periodismo UAM / EL PAÍS.

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