La rabia
El líder ultra consiguió representar el hastío frente a lo establecido y ofrece un atajo para terminar con la agobiante crisis económica y social de la Argentina
En un lapso asombrosamente breve de 38 meses, en que el panelista extravagante de televisión, mutó a presidente electo de la Argentina, Javier Gerardo Milei hizo dos movimientos virtuosos que pueden tomar toda una vida.
Primero, consiguió representar la rabia de una sociedad agobiada por sus penurias sociales y económicas y enojada por las restricciones de la pandemia. La rabia era, finalmente, contra casi todo lo establecido. El primer destinatario -la casta política- se fue ampliando a una vasta red de instituciones y organizaciones que, de hecho, se irían pronunciando contra la candidatura del liberal libertario. La Iglesia Católica, los organismos de derechos humanos, los clubes de fútbol, los sindicatos, las organizaciones sociales, las universidades públicas, asociaciones de empresarios, distintos colectivos de artistas e intelectuales y la lista de los firmantes sigue. La victoria aplastante de Milei sobre el peronismo gobernante es también una alerta sobre esas representaciones y su potencia política.
A partir del segundo semestre de 2023 Argentina asistía a las celebraciones por los 40 años de recuperación de la democracia: sus seminarios, sus libros, sus paneles. Milei cambió el sentido de la efeméride: dijo en el primer debate presidencial que 1983, el año del fin de la última dictadura militar, fue el inicio de un desierto del que todavía no ha salido. En sus dos discursos de la victoria del domingo miró otro momento de la historia y enalteció la segunda mitad del siglo XIX por sus logros constitucionales y su prosperidad económica. Su presidencia es, de hecho, el más audaz proyecto de desmantelamiento de los restos del Estado Social de Argentina y la eliminación de viejas y nuevas conquistas sociales como la ley del aborto.
Para su segundo movimiento virtuoso -una idea sobre cómo terminar con la inflación- contó con una ventaja decisiva: los números de la Economía que ofrecía su rival, el ministro Sergio Massa. Durante la campaña, frente a las sucesivas malas noticias de aumento de pobreza, caída de ingreso y las disparadas de los precios, Milei propuso un atajo: la dolarización de la economía y la eliminación del Banco Central. A pesar del escaso consenso sobre su aplicabilidad entre los mayores referentes de la Economía, Milei ha sostenido el plan, aunque no lo ha hecho flamear en la noche de la victoria.
Desde el lunes el liberal libertario empezará a pergeñar un nuevo orden político para poder llevar adelante sus reformas radicales. La alianza con Mauricio Macri resultó vital para conseguir los votos que le permitieron pasar del 30% en la elección general al 56% del balotaje. Enterrada la intransigencia inicial de no pactar con otras fuerzas, ahora deberá establecer los términos de un acuerdo que tendrá un capítulo en el Poder Ejecutivo con la presencia de afines al expresidente en el gabinete y otro en el Poder Legislativo para conseguir los apoyos parlamentarios que también necesita. El sistema político ha quedado aún más fragmentado por la división en Juntos por el Cambio (la alianza de Macri) y el peronismo sin un liderazgo nítido y con la crisis que desata una derrota tan sonora.
Muchas de las reformas que propone Milei tendrán gran rechazo de aquella organizaciones que se pronunciación en su contra y tienen gran capacidad de movilización. Sobre eso se abre una de las preguntas más inquietantes de su presidencia: cómo administrará el inevitable conflicto social y cómo manejará las fuerzas de seguridad.
Aunque después de ganar la elección hizo grandes anuncios sobre eras que terminan y eras que comienzan, las urgencias y demandas de la sociedad, incluidos sus votantes, no parecen tener la paciencia de los procesos largos. La representación de la rabia no tiene, siquiera, la garantía de durar los cuatro años de un mandato presidencial.
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