Cuerpos envenenados para lucir más bellos
Una modelo argentina murió tras ser operada por el cirujano Aníbal Lotocki, condenado en 2022 por mala praxis. Su caso y los de otras víctimas han conmocionado al país, donde los procedimientos estéticos son moneda corriente
La fachada de la lujosa residencia del cirujano Aníbal Lotocki luce escrachada con pintura negra. “¡Asesino!”, gritaban decenas de personas el pasado miércoles frente a sus puertas. En sus rejas, las modelos Pamela Sosa y Stefy Xipolitakis colgaron carteles que decían “tenemos veneno en el cuerpo” y “nos están matando uno por uno”. Las dos pasaron por las manos de este cirujano años atrás para hacerse retoques estéticos con los que querían verse más bellas. Ese mismo mediodía, Xipolitakis había asistido a la última despedida en el cementerio de su colega Silvina Luna, de 43 años, quien también confió en Lotocki para agrandar y elevar sus glúteos. Es la cuarta paciente de Lotocki que fallece y su caso ha conmocionado a la sociedad argentina, donde los procedimientos estéticos son moneda corriente: sólo en 2022, se realizaron más de un millón.
Hace una década, Lotocki era el cirujano de moda entre las famosas argentinas. Había abandonado Chile, donde un periodista expuso las condiciones de falta de higiene en las que trabajaba, y carecía del título de especialista en cirugía plástica, pero aun así se ganó su confianza. “En lo de Aníbal Lotocki, poniéndome más bella aún. Gracias por brindarme lo mejor”, publicó en las redes sociales la vedete trans Oriana Junco en agosto de 2015. “Hoy, visitando a Aníbal Lotocki para el toque de frescura facial que me deje espléndida para arrancar el nuevo año”, había difundido la actriz Iliana Calabró meses antes. Modelos, bailarinas y cantantes se pasaban el contacto del médico y expresaban en público su agradecimiento por las cirugías. En cambio, los problemas derivados de estas se guardaron en secreto, por vergüenza, durante años.
Cuatro de ellas, lo denunciaron. “Tenía inseguridad y no me sentía suficiente. Del otro lado me encontré con un psicópata”, contó Silvina Luna, que estaba entre las querellantes, en una entrevista. Tras la operación, había sido diagnosticada con un cuadro de hipercalcemia (alto nivel de calcio) e insuficiencia renal. Un producto que le había inyectado el médico había ingresado en su sangre. Un juez les dio la razón: Lotocki fue condenado a cuatro años de cárcel y a cinco de inhabilitación por mala praxis. Desde entonces son una decena las que se han atrevido a contar en voz alta el infierno que atraviesan.
Las víctimas de Lotocki son la punta del iceberg. “Se calcula que hay unos dos millones o más de personas inyectadas en toda Latinoamérica, es una pandemia”, advierte Gustavo Schenone, responsable de la comisión de bioseguridad de la Sociedad Argentina de Cirugía Plástica, Estética y Reconstructiva (SACPER). Schenone pide esperar a los resultados de la autopsia de Luna para conocer el material que le inyectó Lotocki. De ser metacrilato, se trataría de un polímero con aplicaciones médicas como la fijación de prótesis de cadera, pero no autorizado para procedimientos estéticos como el relleno de glúteos o senos. “Se usan distintas sustancias, pero ninguna de ellas está pensada para ser inyectada. Son tóxicas”, agrega.
Este cirujano plástico, con años de investigación sobre los trastornos derivados de las inyecciones mamarias, subraya que el principal riesgo es que la inyección llegue a una vena o arteria: el ingreso de esa sustancia al torrente sanguíneo provoca la muerte. En los demás casos, puede que el resultado inicial parezca bueno, pero se trata de una bomba de tiempo insertada en el organismo que tarde o temprano va a provocar problemas, como los que han comenzado a visibilizarse. “No se inyecten”, pide Schenone. En caso de querer modificar el contorno corporal, solicita recurrir a un profesional que realice procedimientos aprobados e informe de los riesgos que conllevan.
El caso ha abierto también un debate sobre los cánones de belleza. Luna saltó a la fama en 2001 con su participación en la segunda edición del reality Gran Hermano. El escrutinio público sobre su cuerpo fue permanente y los kilos que aumentó durante su paso por el programa fueron motivo de burla. Ella, ante las cámaras, mostraba el abdomen y meneaba divertida. “Está gorda. Y se ríe de estar gorda”, le reprochó una nota de aquella época en la revista Gente. Tras el fin del reality, Luna se convirtió en una de las mujeres más conocidas de la televisión argentina. Trabajó como modelo, actriz, vedete... Pero la industria le cobraría una y otra vez la “irreverencia” de desobedecer “el mandato inapelable de la delgadez”, escribió la periodista Camila Alfie en un artículo reciente. “De cara das divina (…) pero de la cintura para abajo es como que no te movés, el culo de Lotocki te pesa”, le diría, por ejemplo, el jurado de un reality en 2017.
La activista Lala Pasquinelli, que en 2015 creó el proyecto Mujeres que no fueron tapa (MQNFT) para problematizar los estereotipos de género, propone ver más allá del caso particular de Luna: “El problema no es la mala praxis –que sí lo es, por supuesto–, el problema es que las personas sientan que si no se someten a estas intervenciones no valen nada”. “Para alcanzar ese ideal de belleza tenés que hacer todo lo que esté a tu alcance, y nos convencen desde que somos muy pequeñas”, continúa Pasquinelli. La activista cuenta que, según una encuesta hecha por MQNFT, el 76% de las mujeres asegura que estuvo a dieta entre los cinco y los 17 años para adelgaza por motivos estéticos: “De esos niveles de presión estamos hablando”.
Argentina es el séptimo país donde más procedimientos estéticos se realizan al año, después de Estados Unidos, Brasil, Japón, México, Turquía y Alemania, de acuerdo con el último informe de la Sociedad Internacional de Cirugía Plástica Estética (ISAPS, por las siglas en inglés), publicado en septiembre. En 2022, se registraron más de un millón: poco menos de la mitad fueron cirugías y el resto fueron tratamientos sin intervención quirúrgica, como la aplicación de botox. Entre las operaciones, las más frecuentes son el aumento de pechos (77.700) y la liposucción (49.000). El informe muestra, además, que el 16% de los cirujanos realiza implantaciones mamarias a menores de 17 años –la media global es del 6%–.
Pasquinelli señala la “conexión” que existe entre la muerte de Luna y los estándares de belleza. En el país sudamericano, dice, el ideal femenino está representado por “una mujer que es blanca, delgada y joven, con el pelo lacio y largo, que aparece sexualizada”. Una imagen, señala, que se acerca más a la de “una persona que habita el centro o el norte de Europa” que a la de la población argentina. “Tenés que tener este cuerpo porque si no, no vas a ser elegida en el mercado del amor y los deseos, ni en los trabajos”, avisa y continúa: “Es una forma de violencia de género. Si bien hay estándares de belleza que hoy empiezan a tener más insistencia sobre los varones, esto no les impide cumplir el rol social para le que son educados”.
La modelo estaba esperando curarse de una infección bacterial para recibir un trasplante de riñón, pero su estado de salud empeoró. Luna pasó 79 días ingresada en un hospital y murió el pasado 31 de agosto en Buenos Aires a los 43 años. Aunque Lotocki había sido condenado a prisión e inhabilitado, seguía en libertad y atendiendo pacientes. “¿Cómo es posible que al día siguiente de ser declarado culpable su consultorio siguiese lleno? Es un tema de estudio”, se cuestiona Schenone.
Este miércoles, en el exterior de la casa de Lotocki, los participantes de la marcha colocaron velas, fotos de la modelo fallecida y carteles que pedían justicia por Luna y por Mariano Caprarola, otra de sus víctimas, de 49 años, fallecido días antes. “Es un siniestro, psicópata, enfermo y narcisista, que hizo plata a costa de todos nosotros. ¿Alguna vez pidió perdón? Jamás”, dijo la vedete Pamela Sosa ante los asistentes. Sosa, expareja del médico condenado, subraya que además de envenenar sus cuerpos, cuando comenzaron a aparecer los primeros problemas culpaba a sus pacientes. A algunas les decía que las molestias eran porque empezaron a hacer ejercicio demasiado rápido, a otras porque usaben tacones, a otras porque se habían saltado algún control. Tardaron mucho tiempo en darse cuenta de que la culpa no era suya.
“Es muy grave que te violen el cuerpo, que pasen sobre vos, que te pongan un veneno y que te maten”, señaló a su lado Xipolitakis, otra de las víctimas. “Silvina no lo pudo ver preso, pero nosotros lo vamos a lograr por su memoria. Lo único que deseo es que no se me calcifiquen los riñones, me tengo que hacer controles cada seis meses, como todos”, detalló.
Fuera de los focos de las cámaras de televisión, Julieta Miranda se apoyaba sobre las rejas con dolor. En una mano sostenía tres velas y en la otra las fotos de sus glúteos amoratados. Ella, una mujer trans de 32 años, se operó hace más de una década con Lotocki por recomendación de una amiga. “Tenía ansiedad por operarme lo más pronto posible”, cuenta y explica: “Las trans queremos, no solamente parecernos a una mujer, sino que nos acepten, entrar por los ojos”. “Cuando llegué al consultorio, [Lotocki] solo me preguntó cuándo me quería operar. Nunca me hizo una ficha médica y a la semana y media me operó”, relata.
Cuando le aparecieron los primeros síntomas en los glúteos, ya no volvió al consultorio del cirujano por miedo. “El miedo a que nos haga un juicio y nos saque lo poco que tenemos”, acota a su lado otra mujer trans, Nahiara López, de 29 años que también fue paciente de Lotocki. Ningún otro médico, al conocer los antecedentes de Miranda, ha aceptado volver a operarle los glúteos. Cada seis meses, se hace análisis gracias al apoyo de una ONG: “Por ahora, en sangre, está todo bien; en dolores físicos, no”. Miranda cuenta que vive “en una incertidumbre”: “Hoy puedo decir que estoy bien. Pero ¿y mañana? ¿y de acá a un año, a dos años?”.
La bailarina María Celeste Molina tenía 30 años cuando decidió recurrir a Lotocki para mejorar sus glúteos. Llegó a él por recomendación de colegas. “Todas nos pasábamos la data. Se decía que era bueno y que te quedaba el cuerpo perfecto. Ibas con una pierna flaquita y te la dejaba increíble”, recuerda de ese momento. Dos años después comenzó a tener problemas: la sustancia inyectada comenzó a bajar de los glúteos a los muslos y a las pantorrillas y se le inflamaron todas las piernas. Cuando le consultó por los dolores le dijo que se debía a que trabajaba sobre tacones. Lo creyó durante un tiempo, hasta que comenzó a consultar a otros médicos y se enteró de la existencia de otros casos. “Me daba mucha vergüenza contarlo porque todos me decían: ‘¿para que fuiste?’ Lo escuché hasta de mi propia familia”, cuenta.
Una ley para “de calidad y seguridad sanitaria”
A raíz del caso de Silvina Luna, la SACPER ha puesto en marcha una campaña de firmas para exigir una ley de especializades médicas que prohíba que los médicos sin formación se desempeñen como especialistas. Por otro lado, un grupo de más de 300 afectados y familiares de víctimas de mala praxis impulsa también una ley para mejorar la atención de los pacientes, las condiciones de trabajo de los profesionales de la salud y reducir los eventos médicos inesperados durante la atención. El proyecto de la Ley Nicolás es impulsado por la Fundación por la vida y la salud, a la que pertenecía la modelo fallecida, y obtuvo en agosto dictamen por unanimidad en comisiones.
Este miércoles, ante la casa de Lotocki, miembros de la organización habían acudido a pedir justicia. “Si el colegio de médicos hubiera suspendido la matrícula de Lotocki a tiempo, se hubieran ahorrado muchas muertes”, critica Viviana Satinosky, neuropsicóloga y madre de un joven que murió tras un mal diagnóstico. Satinosky explica que hay “muchísimos” casos de mala praxis y que uno de los principales obstáculos a la hora de obtener justicia son las demoras en la resolución de los casos: “Cada uno de nosotros, [llevamos] años y años de juicios”.
Tras la muerte de Silvina Luna, el abogado que la representa, el mediático Fernando Burlando, lamentó que Luna “no pudo ver una condena” firme. En tres semanas, calcula, estarán los resultados de la autopsia de la modelo, que determinarán qué sustancias había introducido el cirujano en su cuerpo. “Hay una gran mezcla de angustia, de miedo y de enojo, sobre todo, entre los que denunciaron a Lotocki”, señaló Burlando. A su alrededor, decenas de personas seguían gritándole ante las rejas de una vivienda ostentosa rematada por gárgolas. Las víctimas decían que tienen miedo, que las pacientes “se están muriendo”, que todas viven “crisis de angustia”. Sobre las rejas, una cartel escrito a mano despedía a la modelo: “Descansa en paz, princesa”.
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