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Democracia en Latinoamérica
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Resistencia democrática

La democracia necesita de gladiadores que se comprometan activamente y reproduzcan el relato épico que esta requiere para sobrevivir

Manifestantes llevan un cartel que lee "Dictadura nunca más" en una protesta contra Bolsonaro, en São Paulo (Brasil), en 2018.
Manifestantes llevan un cartel que lee "Dictadura nunca más" en una protesta contra Bolsonaro, en São Paulo (Brasil), en 2018.Andre Penner (AP)

La democracia está fuertemente amenazada. Su erosión comienza, como señalan Steve Levitsky y Daniel Ziblatt, con unas elecciones. Cuando la ciudadanía elige liderazgos con discursos que subvierten las formas, las normas y los derechos que una democracia necesita para sobrevivir, el sistema peligra. El hecho de que la gente vote contra la democracia asusta muchísimo. La ciudadanía tiene derecho a elegir a quien quiera -nuevos líderes o los mismos de siempre- y, por supuesto, a defender las propuestas que más les apetezca. Eso es precisamente lo que la democracia les garantiza: que las ideas y los programas compitan libremente y ganen en las urnas la oportunidad de ser aplicadas. El problema está cuando elige en las urnas a liderazgos que socavan la esencia de la democracia.

Que la ciudadanía elija liderazgos que buscan desmantelar las instituciones; que acepte medidas sutiles que limiten sus derechos o que tolere discursos de odio desde el poder -profundizando las grietas y las diferencias entre los que piensan distinto- es absolutamente preocupante. La ausencia de resultados materiales y tangibles (pero también de un relato que los interpele y les incluya) de los gobiernos electos democráticamente ha llevado a sectores de la ciudadanía a elegir a esos liderazgos que además dicen tener respuestas (¿mágicas?) a los problemas que la ciudadanía enfrenta. Suele ser un voto castigo a los “mismos de siempre” (liderazgos y partidos) que no han sabido o no han podido mejorar las condiciones de bienestar de la mayoría de la población.

Que haya líderes que quieren acceder al poder a través de elecciones democráticas y, desde allí, concentrar el poder, convertirse en los únicos que tienen la razón y hacer las cosas solo para los que piensan como ellos, no es algo nuevo. Que esto sea apoyado -y deseado- por personas que, en ese proceso, delegan el poder que tienen y pierden libertades -y derechos-, es dramático. Eso es lo que está pasando en varios países de la región: algunos líderes suben al poder por la escalera democrática y, una vez allí, queman la escalera. Es más, con este tipo de liderazgos, ya se han ido debilitando los consensos básicos sobre las reglas de convivencia, el respeto y la posibilidad de diálogo entre quienes piensan distinto, las normas de cortesía, la independencia de las instituciones, la autonomía de los organismos electorales e, incluso, la vigencia del Estado de Derecho.

Con la intención de repensar la democracia, un grupo plural y diverso de 45 personas pertenecientes a la sociedad civil, la academia, los gobiernos, los partidos y los medios de comunicación de 11 países de América Latina participamos en el Foro Latinoamericano “Recuperar la Iniciativa Democrática”, organizado por Asuntos del Sur, CAF - Banco de Desarrollo de América Latina y Prisa Media (grupo editor de EL PAÍS) en la Ciudad de Buenos Aires. La conversación giró en torno a la necesidad de repensar estrategias que permitan reinventar el sistema democrático en torno a tres ejes: la intermediación representativa, la democracia ambiental y la transformación digital.

El intercambio buscó identificar los irrenunciables de la democracia y mi propuesta está orientada a construir un círculo virtuoso que permita fortalecer sus mecanismos de autoprotección. Primero, atender la distribución efectiva de bienes públicos (educación, salud, riqueza, seguridad) para garantizar el bienestar de la ciudadanía. Se debe asegurar dignidad como un valor en sí mismo -y como una manera de inocular a las y los mesías-. Segundo, fortalecer a las instituciones. No basta con votar y/o ser electo/a, sino que se requieren reglas, derechos y procedimientos. Los problemas de la democracia se resuelven con más democracia. Tercero, invertir en la formación en valores, habilidades y capacidades cívicas a través de metodologías basadas en una pedagogía activa que permita que la ciudadanía “aprenda-haciendo”.

Las elecciones son las que van a salvar a la democracia, porque son las que -como sostiene Adam Przeworski- alimentan la esperanza de poder cambiar las cosas. De ahí que estas tengan que cumplir con una serie de condiciones mínimas: que sean libres, competitivas, limpias, transparentes y justas, incluyentes, con reglas claras y resultados inciertos. Es como barajar y dar de nuevo. La democracia necesita de gladiadores que se comprometan activamente y reproduzcan el relato épico que esta requiere para sobrevivir. Las elecciones son las que van a mantener viva la posibilidad de resistencia democrática, siempre que quien haya sido electo/a en las urnas no queme la escalera con la que subió al poder.

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