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Venezuela vive días de ebullición ante la perspectiva de un posible cambio

La comunidad internacional intenta impulsar un acuerdo político de última hora entre el chavismo y la oposición

La líder de la oposición venezolana, María Corina Machado, posa en el centro de la imagen, durante un acto de campaña el 10 de julio en el municipio de Puerto La Cruz.
La líder de la oposición venezolana, María Corina Machado, posa en el centro de la imagen, durante un acto de campaña el 10 de julio en el municipio de Puerto La Cruz.MIGUEL GUTIERREZ (EFE)
Juan Diego Quesada

En Venezuela, por primera vez en 25 años, se ha abierto la posibilidad de un cambio real. El chavismo, en el poder desde finales de los años noventa, llega muy desgastado a las elecciones presidenciales de este 28 de julio y, según los sondeos más fiables, la oposición tiene serias posibilidades de ganar. Llegados a este punto, todo el mundo se pregunta qué ocurriría al día siguiente de un escenario como este. La comunidad internacional trata de conseguir, en estas dos semanas que quedan por delante, que las dos partes se sienten delante de un documento y firmen el compromiso de respetar el resultado, sea cual sea.

Detrás de ese acuerdo se encuentran, principalmente, los presidentes de Colombia y Brasil, Gustavo Petro y Lula Da Silva. Hace dos meses, en una reunión en Bogotá, pactaron elaborar ese texto que debe servir de garantía para una posible transición en Venezuela. Las partes se comprometen a no alentar el fantasma del fraude y a no perseguir a sus rivales políticos desde el Gobierno. Para unos, se trata de una manera de enseñarle una salida al chavismo, que desde hace una década gobierna un país arruinado económicamente y que ha vivido el mayor exilio de la historia de Latinoamérica, con más de siete millones de migrantes.

Para otros, este acuerdo permite que el autoritarismo del chavismo, que controla todas las instituciones del Estado, no se agudice y Venezuela llegue a una situación similar a la de Nicaragua o Cuba, donde no existe ningún atisbo de voluntad democrática. En el caso venezolano, Gobierno y oposición han negociado durante años un acuerdo político en México que se refrendó en Barbados en octubre del año pasado. En la isla caribeña se firmó celebrar elecciones presidenciales en el segundo semestre del año, lo que está por ocurrir, y que el oficialismo permitiera la inscripción de los principales líderes de la oposición.

La líder indiscutible de la oposición

Lo segundo no se ha llegado a cumplir del todo. El chavismo utilizó la maquinaria burocrática para inhabilitar a María Corina Machado, la líder indiscutible de la oposición. Machado había arrasado meses antes en unas primarias opositoras, en las que cosechó más del 90% de los votos. En Venezuela no se contemplaba un fenómeno electoral semejante desde la irrupción de Hugo Chávez en 1998. En encuestas, Machado vencía claramente a Nicolás Maduro, el presidente-candidato oficialista. Separada María Corina de la carrera, ella, que en el pasado abogaba por no participar en elecciones anteriores para no validar al chavismo, está decidida a continuar por la vía electoral y le ha cedido todo su capital político a Edmundo González Urrutia, un diplomático de 74 años que hasta ahora se había movido entre los bastidores del poder.

Maduro, su operador político Jorge Rodríguez y el vicepresidente del partido, Diosdado Cabello, pensaban que, sacada de la ecuación María Corina, el chavismo tendría allanado el camino. No ha sido así. En muy pocas semanas, el desconocido Edmundo González puntea en los sondeos. Sus actos, en los que va acompañado por Machado, mueven a multitudes. Él reconoce con total naturalidad que el liderazgo le pertenece a ella y que él solo es un instrumento de cambio para un bien mayor. “Creen seriamente que pueden ganar, notan las ganas de cambio de la gente allá por donde van”, cuenta una fuente próxima al candidato. “Pero existe la duda de si el chavismo va a querer soltar el poder, así como así. Queda muy poco tiempo y ese acuerdo de garantías no termina de concretarse”, añade.

A las intentonas de Petro y Lula, se ha unido la negociación paralela del Gobierno con la Casa Blanca, reanudada a expensas de Maduro. El presidente venezolano descolocó a todo el mundo al anunciar la semana pasada que aceptaba sentarse a discutir con la administración de Joe Biden. Justo en este momento de máxima incertidumbre. Los funcionarios estadounidenses, después de tiras y aflojas durante años con el chavismo, no son muy optimistas y tienden a creer que se trata de una forma de ganar tiempo. Aunque el chavismo detenta el poder absoluto y deja muy pocos espacios a los opositores, su narrativa durante toda la campaña se ha basado en que los antichavistas cuentan con el apoyo de Estados Unidos (”somos David contra Goliat”, ha repetido Maduro), y que las sanciones internacionales, que no les permiten vender petróleo ni oro en el mercado internacional oficial, les hacen partir con desventaja.

“Para mí, a día de hoy, no están garantizadas las elecciones”, señala una fuente del más alto nivel al tanto de las negociaciones. “Maduro puede decir que no se dan las condiciones para unas elecciones justas y que es mejor aplazarlas. Las encuestas que ellos mismos manejan son catastróficas para sus intereses. Pueden ver que el final está cerca, pero no sé qué tanto están listos para reconocerlo”. La suspensión de los comicios podría ocurrir y es algo de lo que se habla abiertamente en Venezuela, pese a que ya está todo preparado. Pero existen otras formas de desnivelar la contienda. En estos escasos días, por algún motivo —en realidad no se necesita ninguno— las autoridades podrían inhabilitar a Edmundo González y dejar solo a Maduro frente a otros opositores de muy poco peso, que puntúan por debajo del 3% en las encuestas.

Ni siquiera haría falta llegar tan lejos. Con solo quitar la candidatura de González de la alianza de partidos con la que se presenta se abonaría la confusión y los votantes que señalaran esa casilla perderían su voto. Edmundo González aparece tres veces en esa tarjeta, Maduro un total de 13. Quitarle una al opositor podría ser demoledor. En cualquier caso, todos los escenarios son posibles. Hay quien desconfía de que lo que pretenden Petro y Lula sea efectivo. Los acuerdos anteriores, como el de Barbados, no se han respetado. ¿Por qué ahora sí?

Venezuela ha entrado en territorio desconocido. Historiadores, politólogos, analistas y la gente de la calle se encuentran igual de perdidos. Pronosticar conlleva un riesgo. El verdadero reto, piensan muchos, comienza después del 28 de julio. Si las urnas arrojaran una victoria de Maduro, el país seguiría en la parálisis. Estados Unidos ha revertido el levantamiento de sanciones y la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca complicaría aún más las cosas. El presidente, no obstante, ha sido muy duro contra la gestión de su Gobierno en campaña —a veces con más dureza que la propia oposición— y ha prometido acabar con la corrupción y la desidia. Si fuese derrotado y el chavismo lo reconociera, su lugar lo ocuparía Edmundo González a partir del 10 de enero de 2025, quien ha prometido una transición ordenada, calmada, sin traumas ni ánimo vengativo. Gobernaría desde el Palacio de Miraflores, la sede del Gobierno, un país controlado casi de forma absoluta por el chavismo, desde el sistema judicial hasta el Ejército. Algunos visualizan esa escena; otros la ven casi imposible y creen que nada va a cambiar, aunque tampoco pueden asegurarlo. Venezuela vive horas de incertidumbre.

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Sobre la firma

Juan Diego Quesada
Es el corresponsal de Colombia, Venezuela y la región andina. Fue miembro fundador de EL PAÍS América en 2013, en la sede de México. Después pasó por la sección de Internacional, donde fue enviado especial a Irak, Filipinas y los Balcanes. Más tarde escribió reportajes en Madrid, ciudad desde la que cubrió la pandemia de covid-19.
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