Ya es oficial: Brasil es más mestizo que blanco
El último censo confirma, tras 150 años, un cambio de mayoría racial que obedece a causas demográficas, pero también a las políticas de acción positiva
La primera vez que notó que allí pasaba algo extraño fue de crío, en la escuela. El típico colegio privado brasileño donde la mayoría son blancos. Sus compañeros llamaban color carne a una pintura beige rosáceo. Para él, en cambio, el lapicero color carne era otro. “Yo agarraba el lápiz amarillo quemado, una especie de mostaza, y me lo ponía en la parte interna del antebrazo para demostrarles de qué estaba hablando”, cuenta Gleyson Borges. Cumplidos los 31, se define como negro, pero no siempre fue así. Este diseñador gráfico que firma su arte urbano como A Coisa Ficou Preta (la cosa se ha puesto negra) llama la atención ante el hecho de que él mismo elegía, precisamente, el punto donde la piel es más clara. “Yo quería acercarme todo lo que pudiera al patrón [de belleza imperante]”.
Como cientos de miles, de millones de brasileños, Borges se descubrió negro a través de un largo proceso que es simultáneamente personal y colectivo. Una transformación social que se aceleró a medida que fue derribado el mito de que Brasil es, tras la esclavitud, un paraíso de armonía racial sin discriminación. “Siempre fui negro, pero saberlo es algo que ocurrió en la vida adulta”, explica el artista en una entrevista por videollamada desde su casa, en Maceio (Alagoas).
Los datos del último censo confirmaron, a finales de diciembre, un relevante cambio que probablemente moldeará la sociedad brasileña en las próximas décadas. Por primera vez en siglo y medio, los que se definen como mestizos (45%, 92 millones de personas) han superado a los blancos (43%, 88 millones) como el grupo racial más numeroso. Supone un sorpasso que culmina una profunda transformación en el modo como los brasileños se definen en términos étnico-raciales. Aquí cada cual elige entre las casillas oficiales: mestizo (en portugués, pardo), blanco, negro (preto), indígena y amarillo (descendiente de asiático).
La antropóloga Lilia Schwarcz, 66 años, que se define como blanca, es una de las grandes historiadoras brasileñas y estudia la cuestión racial desde hace décadas. “La verdad es que los mestizos siempre fueron mayoría. Creo que la actual clasificación revela políticas de auto-orgullo de una sociedad que durante mucho tiempo estuvo bajo la influencia de políticas de blanqueamiento. Se definía como más blanca y ahora pasa a definirse como mestiza”, explica. Durante décadas, quien estaba en el limbo marcaba blanco, asociado históricamente a lo bello, a lo positivo, frente a todo lo negativo que aún se asocia con el negro, desde las listas negras hasta denigrar. En el registro, tendían a clarear al bebé.
Eliazete de Souza, 65 años. “Parda, nunca me consideré de otro color, ni blanca ni mestiza”
Esta especialista atribuye ese cambio de percepción social a la lucha del activismo negro, las políticas de afirmación positiva, las de cuotas, los estudios afrobrasileños,… “Todo eso generó una comprensión distinta por parte de la población”, dice Schwarcz en un intercambio de mensajes. Subraya que “las autoridades van a tener que reaccionar y organizarse en función de esa mayoría mestiza en términos de salud, sociales, incluso de representación institucional”.
El cambio se ha acelerado en las dos últimas décadas gracias a múltiples políticas impulsadas por los Gobiernos del Partido de los Trabajadores. Y el movimiento negro se apuntó un tanto crucial cuando el Estado adoptó su definición de persona negra como descendiente de africano, es decir, incluye a negros y mestizos, que en Brasil son la mayoría (56%), no como en EE UU, donde rondan el 14%.
La implantación de las cuotas, hace una década, tocó un nervio. Numerosas familias blancas pusieron el grito en el cielo cuando muchos más estudiantes pobres, mestizos y negros entraron a la universidad; sentían que sus hijos estaban siendo discriminados. A propósito o no, los progenitores indignados obviaban la historia.
Cinco millones de esclavos traídos de África durante 350 años colocaron los cimientos de lo que sería Brasil, en las plantaciones de caña de azúcar o las minas de oro. En ningún otro país de América fue tan duradera la esclavitud. Abolida en 1888, las autoridades reclutaron 3,5 millones de inmigrantes europeos para sustituir la mano de obra y —no menos importante para ellos— blanquear la raza. El sueño de los eugenistas que querían perfeccionar la especie humana con sus teorías racistas, que no quedara rastro de la sangre africana, no se ha cumplido.
Carlos Magno Pires, 60 años. “Siempre me consideré mestizo, lo dice mi acta de nacimiento”
A principios del XX, las élites locales calculaban que, con aquellos italianos, alemanes, españoles, sirios… en diez generaciones Brasil sería un país blanco. Sin embargo, pocos tienen una paleta mayor de tonos de piel, como bien sabe la multinacional de la cosmética L’Oréal, siempre atenta a la clientela. Brasil es “un laboratorio a cielo abierto. Desde el punto de vista de la industria cosmética tenemos ocho tipos de cabello y 55 tonos de piel, entre los 60 catalogados por nuestros científicos en todo el mundo”, explicó el jefe de su filial brasileña, Marcelo Zimet, a la revista Veja.
Son tantos que no es infrecuente que asalte la duda al rellenar la casilla de color/raza. A los brasileños que se quejan de que nunca los alfabetizaron en esta cuestión, los activistas antirracistas les responden: “¿Que no sabes si eres negro o blanco? Pregunta a la policía, que lo tiene claro”. Y, ante la sospecha de abuso de las cuotas raciales, el candidato en cuestión es sometido a una comisión que dictamina si cumple los requisitos.
Ya el primer censo, en 1872, preguntó a los brasileños sobre su color/raza; la mayoría se declaró mestiza, pero luego los blancos siempre fueron más. Detalla Marta Antunes, del Instituto Brasileiro de Geografia e Estatística (IBGE) y que se define como blanca, que el la institución no puede afirmar en qué medida la actual ventaja de los mestizos obedece a razones demográficas o antropológicas. Ella apunta tres factores: cuestiones demográficas, como parejas interraciales o la fecundidad; el cambio en la manera en que la sociedad piensa su etnicidad y que ahora se pregunta con asiduidad.
Hasta hace una década “muchos no se habían parado a pensar en ello”, recuerda. En los cuarenta se creó la categoría amarillo —en la estela de la inmigración japonesa—. En los noventa, resucitó la de indígenas. Añade que el IBGE ha perfeccionado sus métodos con vídeos explicativos o con el abordaje a los indígenas que viven fuera de sus tierras, un colectivo en el que “había mucha confusión entre etnia y raza”. Gracias a esas innovaciones, los nativos se han duplicado (del 0,4% al 0,8%) en una década.
Jucelia da Silva, 32 años. “Siempre fui negra, pero en el registro dice mestiza, no sé por qué. Lo mismo pasa con mis hermanos y mis hijos”
Tampoco es raro cambiar de categoría a lo largo de la vida, como demuestran los miles de políticos que se blanquean u oscurecen entre una elección y otra. Tanto el cantante Caetano Veloso como su colega Gilberto Gil se consideraban mestizos en los setenta, como cuenta el primero en su autobiografía Verdad Tropical. Y Neymar contó al diario Estadão en 2010 que nunca había sufrido racismo “dentro ni fuera del campo. Porque no soy negro, ¿sabe?”. Reveló también que cada 20 días se alisaba el pelo. Pelo estropajo es un insulto racista que no entiende de fronteras.
Brasil convirtió el mestizaje en seña de identidad nacional. Y aprovechó que aquí no hubo leyes de segregación racial, como en EEUU, para presentarse al mundo como un paraíso tropical sin discriminación y ni tensiones raciales. Es el llamado mito de la democracia racial.
La filósofa Suely Carneiro, de 73 años, una de las grandes intelectuales negras del Brasil contemporáneo, lo definía en una entrevista publicada en 2022 como “una forma de racismo sofisticado y perverso porque produce una conciencia distorsionada para todos los implicados en las relaciones raciales”. La idea de que no había racismo permeó la sociedad aunque las estadísticas lo desmintieran una y otra vez. Los brasileños negros y mestizos viven menos, cobran menos, son más pobres, y enferman más que sus compatriotas blancos.
En 1900, 1920 y 1970, el censo no preguntó por la raza ni el color. Pero en 1976, las autoridades lo plantearon de manera abierta, sin casillas. La respuesta fueron 136 tonos de piel que la antropóloga Schwarcz enumera en su libro Nem Preto nem Branco, muito pelo Contrário (Companhia, das Letras, 2013). Incluye definiciones como bien blanca, bien morena, morena bronceada, morena color canela, tirando a blanca, casi negra o, con términos ya desterrados por discriminatorios, como mulata (que deriva de mula).
Borges, conocido como A Coisa Ficou Preta, no recuerda exactamente la primera vez que le preguntaron sobre su color/raza. Cree que fue en algún censo. “Fue un shock”. Le asaltó la duda: “Yo sabía que no era blanco, pero no sabía si era negro, que es un color retinto. Y no tenía noción de mestizo. La verdad, no recuerdo qué marqué”.
Luciano Donizete, 52 años. “Me considero negro, pero mi documento dice mestizo. Creo que porque mi madre y mi padre son más claritos”
Y, como el arte, sobre todo a las rimas del rap de Emicida, le ayudó a redescubrir su negritud, los pósters que pega en las calles persiguen extender esa misma conciencia a otros con lemas como: “Si el libro no lo dice, ¿qué color les das a los personajes?”.
La artista y fotógrafa Angélica Dass, de 44 años, se define como negra, creció en “una familia muy colorida” de Río de Janeiro y vive hace muchos años en España. Su proyecto más famoso es Humanae, una colección de 4.000 retratos tomados en 20 países. Cada uno, emparejado con su tono exacto de piel en la escala Pantone. Cuenta que vivir fuera de Brasil le dio la distancia para alumbrar esta denuncia: “Hay personas que son tratadas como menos humanas por el color de su piel, que tienen menos derechos por su cantidad de melanina”, denuncia en una entrevista telefónica. Considera que tanto ella como Humanae “son fruto de ancestros que fueron oprimidos y opresores”.
Entre sus proyectos, Dass elige 280 chibatadas (280 latigazos) como el que mejor refleja su país natal. Combina imágenes de una infancia feliz en una familia multicolor con tuits racistas. E incluye una encuesta realizada en 1988 por la Universidad de São Paulo que concluyó: “Un 96% afirma que no tiene perjuicios raciales; un 99% conoce a alguien que sí los tiene”. Excelente materia prima para la reflexión y el debate.
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