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La milenaria lengua yuracaré se resiste a la extinción gracias a un diccionario y a sus 900 hablantes

Con una historia marcada por el repliegue cultural, el pueblo tropical boliviano publica la obra más completa de su idioma

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La historia de los yuracarés se puede contar a partir de su negación a integrarse en los procesos coloniales de Bolivia. Indios establecidos en la frontera que une las últimas estribaciones de la cordillera con los llanos y valles del país, no existe constancia de que tuvieran contacto con los incas, como sí ocurrió con otras tribus de tierras bajas en el Antisuyo, la región noreste de este imperio. En el virreinato, las misiones evangelizadoras apenas integraron a algunos en las reducciones. Después, desde la segunda mitad del siglo XX, quechuas y aimaras migraron a la zona que estos habitaban para cultivarla. Su relato histórico escribió un nuevo capítulo este año, con la publicación del diccionario yuracaré-castellano, un intento de salvar una lengua con 900 hablantes.

El documento es un trabajo de largo aliento que se desarrolló durante casi un cuarto de siglo, hasta finalmente ver la luz el pasado septiembre. Tiene más de 6.000 entradas y, si bien existen versiones anteriores — una incluso del siglo XIX—, esta es la más completa y la única que ofrece una decodificación gramatical de la lengua. Al menos, así la presentan sus ideadores: el antropólogo francés Vincent Hintzel y el etnolingüista neerlandés Rik van Gijn, quienes coincidieron haciendo sus trabajos de posgrado en tierras calientes bolivianas. Se les unieron Gerónimo Ballivián Asencio Chávez, Alina Flores y Rufino Yabeta, cuatro nativos de la nación, compuesta por 6.500 personas, según el censo de 2024.

Uno de los coautores es Gerónimo Ballivián, de 77 años, franja de edad de la gran mayoría de los hablantes yuracarés. Intercala sus oficios entre carpintero, mecánico, maderero, arquitecto y profesor de lengua. Vive en la región tropical de Cochabamba, uno de los dos departamentos, junto al Beni, donde se asienta el pueblo originario. “Estoy muy contento con el diccionario, es un regalo de Dios”. Ballivián fue evangelizado por misioneros extranjeros a los 12 años; su religión ancestral, al igual que la vestimenta y las prácticas sociales y funerarias originarias, han ido desapareciendo. Existe, sin embargo, una fuerte convicción en la comunidad de hacer pervivir su cultura, reflejada en centros como el Instituto de Lengua y Cultura Yuracaré (ILCY).

“Hay mucho trabajo que hacer con nuestra historia. El matrimonio, las danzas, las fiestas, el cómo vivir, ya no se practican. Si alguien no lo relata, no lo escribe, no lo explica, se perderá en el tiempo”, asegura el septuagenario indígena. Habla de “levantar un pequeño edificio de madera” donde se reúna y enseñe la historia y cultura de su nación: “Tiene que haber documentos, hasta leyes yuracarés. Me hubiera gustado hacer un libro al respecto para repartir en los colegios. Serán los mismos hijos los que les cuenten muchas cosas a sus padres”.

Una de las razones detrás de la extinción de las tradiciones tiene que ver con la vergüenza de sus practicantes frente a las normas morales de Occidente, según cuenta desde Francia el coautor Hintzel. El antropólogo vivió largos periodos desde fines del siglo pasado con familias yuracarés y presenció la ya extinta práctica de iniciación a la adultez, en la que adolescentes, hombres y mujeres, se introducían huesos de animales en el cuerpo. “Hubo una presión terrible en la época de los vecinos colonizadores andinos, que las tachaban de costumbres salvajes y bárbaras. Eso no ayuda a que se mantengan estas prácticas. En su cosmovisión, estaba relacionado con una sociedad que dependía mucho de la caza y necesitaba resistencia física al dolor”.

El idioma parece ser entonces la última trinchera contra la dominación cultural. Es el primer paso fuerte desde que las naciones de las tierras tropicales de Bolivia, minoritarias y más desorganizadas que las andinas, exigieran reconocimiento y participación ciudadana desde la década de 1990. El proceso se institucionalizó con la Constitución de 2009 que llamó a los nativos a organizarse territorialmente: así se logró la titulación de la tierra y se creó el Consejo Educativo Yuracaré, institución que respaldó y contribuyó al diccionario. El texto busca ser una representación honesta y actualizada del idioma, explicando la construcción de las oraciones y tomando ejemplos del habla cotidiana.

Para Hintzel, esta es una versión definitiva frente a las anteriores tres versiones: “Es un diccionario vinculado a una gramática, lo que no lo reduce a una lista de palabras o a un vocabulario. Tampoco hemos puesto traducciones de la Biblia [como hicieron las ediciones anteriores ], sino de las propias narrativas ontológicas de los yuracarés, algo que no hicieron los misioneros. Recoge lo que dicen, desde ejemplos mitológicos hasta cristianos”.

En esa búsqueda de honestidad, era necesario incluir la vasta amplitud de palabras yuracarés para nombrar el entorno selvático que atraviesan los numerosos ríos donde se establecen. “No han dejado ningún bicho, idioma, planta, ave o pez sin nombrar”, explica el antropólogo francés. “Todo es perfectamente conocido. Con eso hay un saber enciclopédico sobre la vida de estas especies que cohabitan el mismo espacio. Cada hombre o mujer podía reconocer 260 tipos de pájaros, a veces solo con oír su canto, por el color de su huevo o el tipo de frutas que comía”. Como ocurre con otras lenguas amazónicas, el yuracaré tiene además una gran variedad de onomatopeyas. Los nativos tienen canciones dedicadas a los árboles y animales, al viento y las aguas, que son cantadas para el respectivo amo con el fin de ganar sus favores. Los chamanes solían obtener sus poderes del espíritu dueño del bosque, que vive en una gran casa dentro de los árboles de mapajo.

El diccionario es una ofensiva importante para evitar la desaparición de su lengua, pero el problema es estructural, no solo por la cantidad de hablantes, sino por su edad media. Existe una proporción importante de personas que entiende la lengua, pero no la usa. “Los adultos mayores hablan el idioma entre sí, pueden hacerlo con los hijos y estos les contestan bien. Pero cuando los hijos van a sus casas ya no hablan yuracaré entre ellos, hablan español. Y los nietos solo lo escuchan con sus abuelos, entienden menos y lo hablan peor. El esquema funciona más o menos así entre tres generaciones”, afirma Vicent Hirtzel. El Gobierno intentó responder con la ley Avelino Siñani de 2010, que pregona un sistema educativo inclusivo que respete la diversidad cultural y lingüística.

La normativa era prometedora, pero su regulación ha sido ineficiente o directamente inexistente. Hay ítems técnicos para que se produzca material didáctico, pero no hay profesores yuracarés. Para revertir la extinción, dice Hintzel, el proceso requiere una actitud “política” y decidida de los hablantes. Una disposición que parece corresponderse con la naturaleza de un pueblo que no rechazó frontalmente la interacción con los demás, pero prefirió el repliegue antes que la confrontación. Como dice el autor del diccionario, “buscar su propio camino”.

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