Sin virus mortales ni colapsos inminentes: ¿cómo hablar de los riesgos de salud sin miedo?
Periodistas especializados de la región dan pistas sobre cómo cubrir potenciales emergencias sanitarias para ayudar a la población a tomar decisiones informadas
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Si en los últimos años ha sentido que el mundo está al borde de una nueva catástrofe sanitaria por culpa de un patógeno que luego ha desaparecido de su radar como si nada, no está solo. “No hay mejor titular que Viene un virus mortal”. Lo dice Myriam Vidal Valero, una periodista científica mexicana, y no lo dice de manera positiva. Son titulares que han surgido con la gripe aviar, con el sarampión, con el metapneumovirus de China, con las cifras récord de dengue en América Latina, con el mpox. La lista es larga. Y después del ruido inicial, sigue siempre el silencio. Hasta que llega otra alerta.
Es una constante en la manera en la que la mayoría de los medios hablan de estas potenciales emergencias de salud: la alarma. “Creo que una cobertura puede ser alarmante si hay evidencias que lo justifican. Las audiencias deberían estar informadas de por qué está siendo tan alarmante”, apunta Valeria Román, ex vicepresidenta de la Federación Mundial de Periodismo Científico y cofundadora de la Red Argentina de Periodismo Científico. Pero cuando la alarma llega sin datos ni contexto que la justifiquen, es una forma de clickbait.
En español, se podría traducir como “ciberanzuelo” y es una práctica en los medios, especialmente digitales, que consiste en publicar titulares sensacionalistas para atraer lectores. Y los temas alrededor de la salud son víctimas fáciles. “Apelan a tus miedos más grandes”, describe Fabiola Torres, periodista científica peruana fundadora de Salud con Lupa, una iniciativa de periodismo de salud independiente. “¿Esta información ayuda solamente a crear miedo o es una herramienta para que sepamos advertir sobre el peligro y tomar una decisión informada?”, se pregunta.
Para ella, las coberturas de salud hechas desde el alarmismo desinforman. “Hablan de crisis sin precedentes, colapso inminente (...) Hay un lenguaje de lo extraordinario” que refuerza la percepción de que los problemas “son puntuales y no estructurales”, agrega la periodista peruana. Pone de ejemplo la última ola de dengue en su país, donde la enfermedad es endémica. Si se trata como algo extraordinario, parece que no hubiera forma de evitarlo. Si se trata como algo es estructural, hay conocimiento previo, hay responsables y hay acciones para combatirlo.
“La desinformación juega un rol que a veces subestimamos”, advierte Román. Durante la pandemia de covid-19, uno de los ejemplos más claros fue la circulación de la noticia del dióxido de cloro como una cura contra el virus. “No había ninguna información, ninguna prueba de eficacia”. Román recuerda que, en Argentina, “hubo una familia que le dio a su niño el dióxido de cloro para la covid-19 y el niño murió”. La justicia absolvió a los padres al considerar que “recibieron desinformación” y dieron el falso tratamiento sin malicia.
El dióxido de cloro era una respuesta rápida ante el abismo de no saber qué remedios existían para la covid-19. Y ahí está una de las claves para Román: “A muchos periodistas les cuesta aún informar las incertidumbres, todo tiene que ser una certeza, pero la realidad es mucho más compleja”. Especialmente en la ciencia. “Todo el mundo piensa que la ciencia te está dando una verdad absoluta. Y más bien la ciencia es una cosa que se está autocorrigiendo todo el tiempo”, cuenta Myriam Vidal.
No saber comunicar la incertidumbre es uno de los problemas detrás de las dinámicas actuales en la cobertura de salud. La periodista mexicana reconoce que es algo que “requiere entrenamiento”. Eso significa tener periodistas especializados. “Hay medios que no le dan tanto espacio a este tipo de coberturas y mucho menos van a tener a alguien que sepa hacer las preguntas específicas (...) Cuando tienes a un periodista cubriendo cinco notas al día, es muy complicado que se pueda hacer eso”. Román remacha: “Tener periodistas especializados y tener el tiempo necesario para hacer una buena reportería es algo que pide muchos recursos y, en la lógica de los medios, sobre todo los privados, puede llegar a ser difícil”.
Un estudio de la Universidad Pública de la Matanza, en Argentina, le pone cifras a este problema. En un año (entre 2017 y 2018), contabilizaron que se publicaron 173 notas sobre salud en 25 digitales del país, menos de una noticia cada dos días. Solo el 22% estaban firmadas por un periodista y la mitad no tenían una autoría determinada. Además, el 36,8% de estas publicaciones solo aparecían al bajar al menos cinco veces la portada web, y un 32,3% ni siquiera estaba en la portada. Son cifras que no se pueden generalizar a toda América Latina, pero indican el espacio que ocupa la información de salud. Al menos antes de la covid-19.
Torres valora que la pandemia fue “una maestría de periodismo de salud” para quienes tuvieron que cubrirla. Sin embargo, el cubrimiento de la covid-19 ha bajado de manera sostenida: un estudio contabilizó los artículos publicados en The New York Times entre enero de 2020 y agosto de 2022 y halló que la mitad se escribieron en los primeros ocho meses de ese periodo. En los últimos ocho, solo se publicaron el 12% del total. Junto con el descenso de la atención mediática, Torres siente que también “se ha perdido” la comunidad de periodistas que había aprendido a hablar de salud.
Pero la pandemia sí dejó rastros positivos. Según Román, “desde los medios le damos más importancia a la evaluación de riesgo (...) Estamos en un nivel mayor de sensibilidad a cualquier patógeno, a cualquier enfermedad”. Agrega que también hay más trabajo en prevención para hablar de los problemas antes de que exploten. “La gripe aviar está recibiendo una cobertura global y regional mucho más amplia que en 2006″, cuando hubo otro brote. Un estudio de la Universidad Carlos III de Madrid comparó la cantidad de noticias de salud en 2015 y en 2023 en múltiples medios españoles y concluyó que el espacio ocupado por este tipo de información incrementó del 2,2% al 5,5% en prensa y del 5,5% al 7,3% en radio y televisión.
Eso puede ayudar a encontrar las formas de hablar de los riesgos y las emergencias de salud sin mover a las audiencias desde el miedo. “Muchos problemas de salud pública tienen una atención intensa por un tiempo y luego desaparecen de los medios, aunque los problemas persisten”, lamenta Torres. “Una cobertura intermitente solo ayuda a enfocarse en el desastre, pero no ayuda a ver avances”. Ella apuesta por coberturas “más sostenidas” que “permiten exigir rendición de cuentas” y mostrar soluciones.
Vidal defiende la formación y especialización de periodistas para fomentar un espíritu crítico también dentro del ámbito de la ciencia y la salud. “Ser críticos es aprender a cuestionar. Y aprender a detectar cuándo posiblemente hay una cosa que no cuadra (...) Es un conocimiento acumulado al final sobre el cual contrastar la información”, explica. También pone en valor “generar redes” para debatir los temas y compartir conocimiento.
Pero la periodista mexicana va un paso más allá y llama a una reforma más generalizada. “El modelo de negocios del periodismo tiene que empezar a repensarse (...) Posiblemente el negocio no está en competir contra la inmediatez. Más bien puede ser dar mejor calidad, más valor”. Es la apuesta de Salud con Lupa, que lleva seis años priorizando las coberturas de contexto, a contracorriente de los picos informativos y financiándose de manera independiente.
“Yo confío en que, en los siguientes años, a medida que sea más nítida la importancia de que el cambio climático es un problema de salud pública, también se reconocerá la necesidad de tener más periodistas que cubran este tema”, opina Torres. La OMS reconoce la crisis climática como el principal desafío del futuro. “Tenemos que entender que todo lo que repercute en los seres humanos repercute en las otras especies vivientes, y al revés”, recuerda Valeria Roman. “Eso implica un aprendizaje, más periodistas especializados en ciencia, salud, ambiente”. Torres se pregunta: “¿Cuánto tiempo nos va a tomar entender eso en América Latina? No lo sé, pero estoy convencida que en los siguientes años vamos a terminar reconociendo que es así”.