La guardiana de las papas que rescató la chiwila, la especie ancestral que crece sobre las nubes
La agricultora ecuatoriana Hortencia Chigchilán recuperó esta variedad que prácticamente había desaparecido. Solo en el país andino hay alrededor de 350 tubérculos nativos
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La última vez que Hortencia Chigchilán había comido chiwila fue hace 24 años. Entonces, no sabía que esa papa ancestral se llamaba así, ni lo importante que sería para ella. Sus últimos recuerdos eran de su infancia, cuando ayudaba a sus padres a cosecharla. Pero, tras la muerte de ambos, cuando teína 14 años, ese legado se esfumó. “Desde entonces ya no la sembramos y la chiwila desapareció. Aquí nadie la tenía, entonces no avanzamos a rescatarla. Hasta que la volví a encontrar”, se ríe esta agricultora de 49 años, mientras camina en medio del páramo, rodeada de retazos de cultivos.
En toda Sudamérica existen más de 4.000 variedades de papas nativas, pero apenas unas pocas especies se conocen. Solo en Ecuador hay alrededor de 350 variedades. Entre ellas, la chiwila, también conocida como pata de perro, papa chimbe, papa bonga, mishque y papa uva, por sus bultos color morado intenso. Es una especie que crece prácticamente sobre las nubes: entre los 3.000 y 3.500 metros de altitud, en las provincias andinas de Cotopaxi y Bolívar. Como el 27,7% de mujeres en Ecuador, Chigchilán ha dedicado toda su vida al trabajo en el campo, al sembrío de cebollas, habas y papas. Y desde hace casi ocho años, a rescatar una papa, a la que conocía como allkuchaki —que significa pie/huella de perro en quichua—, pero que después de encontrarla supo que era la chiwila.
A más de 3.000 metros sobre el nivel del mar, en la comuna de Tigua Casa Quemada, en Cotopaxi, Chigchilán recuerda el día en que volvió a encontrar el tubérculo que no había visto en décadas. Ocurrió en 2017, después de asistir a un intercambio de semillas en Toacaso, a una hora y media de su comunidad. Cotopaxi es la segunda provincia con mayor superficie sembrada de papas en Ecuador, solo después de Carchi (26,8%), al norte del país. Chigchilán había llevado otros tipos de papa al intercambio, sin imaginar que ese día encontraría lo que creía perdido. Al verla, se acercó a la mujer que vendía la semilla. “Le supliqué que, por favor, me la vendiera a mí y no a otra persona”, recuerda. “Ahí me dijo que cada papa costaba un dólar”. No se lo pensó dos veces: “Dije: ‘No me importa, yo me la llevo porque yo me la llevo’. Agarré cuatro papas por cuatro dólares. ¡Carísima!”, cuenta entre risas.
El rescate de la chiwila no fue sencillo. Cuando sembró las primeras papas, notó que tenían muchos químicos. No eran como las que recordaba cuando era niña: estas eran más grandes de lo normal. Para recuperar la semilla, decidió no usar químicos; sólo abono orgánico. Después de siete meses, logró una cosecha: “Fui al campo, metí la mano en la tierra, y les dije a mis hijos: ‘¡Ya ha habido papas!’”.
Recogió un canasto repleto. “Mis hijos no sabían que esta papa existía. Cuando la probaron, se quedaron emocionados porque no la conocían”, dice Chigchilán, sentada en una silla de madera en un cuarto de adobe, donde guarda costales de yute llenos de semillas. “Aunque comimos pocas. La mayor parte eran para ser semilla”, añade.
Pese a que Chigchilán ha logrado recuperar la chiwila y la cosecha dos veces al año, enfrenta nuevos desafíos. Los cambios de temperatura de los últimos años han afectado la producción, amenazando la supervivencia del cultivo y el sustento de su familia. “Sufrimos una helada de casi 15 días. Eso acaba de quemar a las papas y ya no produce más”, relata mientras señala las hojas secas de la chiwila.
El legado de cuidar las semillas
Cuando Chigchilán volvió a encontrarse con aquella papa, sabía que era una especie ancestral. Como ella, muchos campesinos conservan las semillas de manera silenciosa, porque eso les enseñaron sus abuelos. Pero solo después de las capacitaciones con la Red de Guardianes de las Semillas —una organización dedicada al rescate de especies en peligro— supo que la chiwila, más que un recuerdo de su infancia, era una de las más importantes.
Rogelio Simbaña, coordinador de empoderamiento campesino de la Red, fue su guía y quien la acompañó en el rescate. En las capacitaciones, enseñaba a los agricultores cómo conservar las semillas ancestrales, los beneficios del cultivo intercalado y los impactos del monocultivo en la biodiversidad y la variedad de especies autóctonas. “El sueño de ella fue rescatar la chiwila y empezamos juntos a trabajar con esta semilla”, asegura Simbaña, que la conoció en una de las visitas a las comunidades de la sierra ecuatoriana.
Para Chigchilán las capacitaciones significaron tejer una red: intercambiar experiencias con otras personas, en su mayoría mujeres, dedicadas a la agricultura. Solo en el país andino, las mujeres representan el 50% de la población rural y sostienen la vida de sus propias comunidades y de las grandes ciudades: producen más del 60% de los alimentos consumidos en los hogares, según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO).
Simbaña, que también es permacultor, y ha dedicado su vida al cuidado de la tierra en su comunidad. Desde hace más de diez años, ha recuperado cuatro especies de maíz que se habían dejado de cultivar. El experto explica que esto responde a los sistemas de producción convencionales, que han separado a los campesinos de los conocimientos agrícolas ancestrales, que respetan los ciclos de naturaleza y conservan las especies nativas.“Las semillas sí pueden desaparecer. Al dejar de consumir, pierdes la identidad, pierdes las técnicas de cultivo, las especies se extinguen y ya no cultivas más”, advierte. “Se cultivan otras especies que el sistema convencional te dice y prácticamente desaparece”.
Para Chigchilán, el rescate de una papa fue algo más: se trató de un reencuentro con sus padres y con su niñez. “Imagínese volver a encontrarla. Fue como si estuviera encontrando de nuevo una familia”, dice emocionada. “Me daba emoción de volver a verlas en estos tiempos porque ya no existían”.