Los daños del ‘atrapar y soltar’: así impacta la pesca recreativa a los océanos de Centroamérica
Son capturas que no se registran en las estadísticas oficiales de las pesquerías, por lo que se desconoce cuántas toneladas son extraídas del mar anualmente. Expertos denuncian que los peces muchas veces mueren tras ser devueltos al mar
EL PAÍS ofrece en abierto la sección América Futura por su aporte informativo diario y global sobre desarrollo sostenible. Si quieres apoyar nuestro periodismo, suscríbete aquí.
Atrapar y soltar. Esa es la premisa de la pesca recreativa en la que se atrapan peces con línea, se suben al bote, se pesan, se les toma una foto como recuerdo para el pescador y se sueltan. Un ejercicio que, en teoría, es inofensivo para la salud del pez, ya que este vuelve al mar con solo un trauma momentáneo.
Sin embargo, esta práctica podría estar cambiando peligrosamente con la cantidad de turistas que buscan este tipo de experiencias. El aumento de guías que cuentan con licencias de pesca sumado a la poca regulación de las actividades turísticas tiene un impacto en la abundancia de ciertas especies de valor comercial, como pargos, langostas y conchas.
“Sabemos que los guías turísticos venden lo que el turista atrapó y no se quiso llevar a restaurantes y hoteles. Esto representa una captura, pero no se contabiliza en los registros oficiales de pesca”, dice Lourdes Palomares, bióloga y científica filipina. Actualmente, la experta lleva a cabo un proyecto de investigación en Belice para determinar el impacto de la pesca recreativa en el contexto actual de calentamiento global y sobre las especies en las áreas marinas protegidas y los arrecifes.
“Muchos pescadores de Belice se han volcado al turismo porque los ingresos en esa industria representan un gran salto económico. El problema es que también tienen licencia para pescar, lo que les permite acceder a zonas protegidas prohibidas para los pescadores y, efectivamente, pescar”, agrega Palomares, quien también es gerenta de investigación del proyecto Sea Around Us del Instituto para los Océanos y la Pesca de la Universidad de British Columbia en Canadá.
En todo el mundo, alrededor de 200 millones de personas practican la pesca recreativa. En Estados Unidos, aproximadamente 54,5 millones de personas se dedicaron a esta actividad en 2022. Incluso, la Oficina Nacional de Administración Atmosférica y Oceánica (NOAA, por sus siglas en inglés) está involucrada en su regulación.
El impacto ecológico de la pesca deportiva
El problema con las capturas de pesca recreativa es que no se registran en las estadísticas oficiales de las pesquerías de los países, por lo que se desconoce cuántas toneladas de especies son extraídas del mar anualmente, particularmente de especies no comerciales.
Y eso es lo que Palomares intenta descifrar. En 2014, participó en la publicación del estudio Capturas de la pesca marina filipina: una reconstrucción desde abajo, 1950 a 2010, en el que se basó en registros fotográficos de los pescadores para conocer especies, tamaños, peso y capturas que esta pesquería realizó entre 1987 y 2013.
Utilizando esa misma técnica, y trabajando con un equipo de Sea Around Us, ahora hace lo mismo en Belice. Analiza registros fotográficos publicados en Instagram, redes sociales y páginas de operadores de turismo para determinar cómo se da la pesca recreativa, concentrándose en la especie y el peso del pez, así como si fue liberado. “Lo que queremos hacer con la investigación es tratar de estimar cuánto está capturando la industria turística, para agregar esos datos a la información sobre capturas de pesca artesanal”, dice la investigadora.
Según la FAO, la pesca recreacional y deportiva “podría usarse como una herramienta de desarrollo social, económico y de conservación biológica”. En América Latina, lugares como Tierra del Fuego en Argentina y Chile, el río Amazonas en Brasil, la Península Osa en Costa Rica, y la Isla Turneffe en Belice, son algunos de los sitios más reconocidos a nivel internacional para este tipo de pesca, que genera millones de dólares en ingresos e incontables empleos y beneficios alrededor del mundo.
Pero el turismo no se regula de la misma manera que las actividades comerciales, lo que complica determinar el impacto ecológico que tienen. Por ejemplo, en 2023 a Belice ingresaron alrededor de 18 millones de dólares por la exportación de la concha reina (Aliger gigas) y la langosta común del Caribe (Panulirus argus). Pero los turistas que practican snorkel a menudo, según Palomares, capturan estas especies para consumirlas en los botes. Lo que no se comen, los guías lo venden en los restaurantes locales para obtener un ingreso extra, y nada de esto queda en el registro de pesca oficial.
El otro impacto es a nivel biológico de los peces. Si están más de cinco minutos fuera del agua, lo más probable es que mueran, incluso si se les devuelve al mar. Además, la temperatura del aire también influye en sus probabilidades de sobrevivencia. De acuerdo con Palomares, el solo registro fotográfico existente les permite “determinar si el pez murió, ya que si hay más de una foto, es probable que ese pez no lo logró, incluso si fue liberado”.
En la lista roja de especies amenazadas ya se encuentran algunas especies de pargos y meros que son susceptibles a desaparecer si estas actividades no se regulan correctamente.
Espacios sobresaturados y falta de información
La investigación de Palomares inició en mayo de este año y aunque aún no cuenta con datos concretos, sí ha encontrado algunos indicadores que pueden determinar el volumen de esta pesquería. “Algunos de estos registros son de grandes pelágicos (marlines, por ejemplo). Lo que hemos analizado en las fotos de trofeo es que pueden ser individuos juveniles”, dice.
Pero, además de tener fuertes indicios del subregistro de las capturas hechas por la pesca deportiva, lo que sí puede asegurar es que esta es otra amenaza que los pescadores artesanales enfrentan. En Belice, la Autoridad para el Manejo de la Zona Costera contabilizaba hasta 4.000 licencias pesqueras. Esto potencialmente supone tener 4.000 pescadores en áreas que soportan solo 500.
“Ahora ya ves dos, tres, cuatro botes pescando en la misma área, porque no tienen a donde ir y eso genera conflictos. En algunas regiones hasta han lastimado y matado a gente por la falta de pesca”, cuenta Néstor López, pescador beliceño con 28 años de experiencia.
Para él y su familia, el problema pasa porque ni las autoridades de pesca, ni ninguna entidad gubernamental de control y vigilancia los mantiene al tanto de las nuevas reglamentaciones que se van introduciendo en el panorama pesquero. “Estamos aislados”, se lamenta López.
El resultado de esta realidad es que son las poblaciones de peces y otras especies de importancia comercial las que se ven más reducidas, lo que pone en riesgo la salud de los ecosistemas marinos.
En 2003, el Sistema de Integración de Centroamérica (SICA), a través de la Organización del Sector Pesquero y Acuícola del Istmo Centroamericano (OSPESCA), sugirió la realización de un diagnóstico para “hacer un programa específico de ordenación y desarrollo de los recursos de (peces) picudos en el Istmo Centroamericano” que fueran la base para implementar iniciativas de desarrollo turístico en torno a la pesca deportivas de esa especie.
21 años después, no existe ninguna reglamentación regional para gestionar estas prácticas. Manoel Cifuentes, de la Asociación Nacional de Pesca Deportiva de Guatemala, mencionó que actualmente se está trabajando en un proyecto impulsado por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) para regular las actividades en el Gran Ecosistema Marino Costero del Pacífico Centroamericano y fortalecer “la gobernanza marina transfronteriza para hacer frente a la actual ordenación y gestión inadecuadas de los recursos compartidos”.
Una de las iniciativas es la de utilizar a los peces picudos y tiburones como biondicadores, ya que estas especies son susceptibles de bioacumular y biomagnificar diversos tipos de contaminantes de esta región del Pacífico que se extiende desde México hasta Ecuador para generar estrategias de beneficio para el paisaje marino, la economía de las comunidades costeras y la salud de los ecosistemas.