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Seis asesinatos en cuatro años: los kakataibo se declaran en emergencia en la Amazonia peruana

Tras el asesinato de Mariano Isacama, las comunidades amazónicas refuerzan las guardias indígenas para defenderse ante el acecho del narcotráfico y la ausencia del Estado

Arbildo Meléndez, líder kakataibo asesinado en 2020.Hugo Alejos

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Herlin Odicio recibió la llamada de teléfono el domingo. Era el padre de Mariano Isacama Feliciano, su compañero del pueblo kakataibo, una etnia de poco menos de 4.000 personas que vive en la Amazonia norte de Perú. Como él, Isacama era miembro activo de la Federación Nativa de Comunidades Kakataibo (Fenacoka), donde ambos ocupaban roles de liderazgo. Y, como él, había recibido amenazas por WhatsApp desde hacía varios meses por parte de los narcotraficantes y madereros ilegales que acechaban su área en la región de Ucayali, en Perú.

El padre le dio la noticia por teléfono: su hijo Mariano, de 35 años, no aparecía desde el viernes por la noche. Herlin pensó que tal vez había ido a otro pueblo para participar en procesos locales y regionales de la federación. Pero al día siguiente, cuando la comunidad celebró la fiesta de San Juan y éste seguía sin aparecer, comenzó a preocuparse. Según dice, presentó una denuncia, pero el Estado no tomó acción al respecto. Fue entonces cuando Fenacoka puso en marcha la búsqueda del joven de la mano de las guardias indígenas. La mañana del domingo 14, luego de 22 días de su desaparición, un pescador sintió un olor fuerte en la carretera y encontró, en la cuenca del río Yurac, el cuerpo de Mariano Isacama.

Su historia se une a las de más de 35 líderes indígenas asesinados en Perú en los últimos diez años. Como Mariano, seis de ellos eran miembros del pueblo kakataibo, quienes han vivido fuertes amenazas desde 2020. La etnia lleva años enfrentándose al narcotráfico que se extiende en su territorio, penetrando cada vez más dentro de la selva, donde el Estado peruano tiene una presencia débil.

“Mariano era un líder comprometido en la defensa de su comunidad”, recuerda Enzo Galvez, vocero de la Organización Regional Aidesep, Ucayali. “Siempre estaba dispuesto a ayudar y apoyar en lo que fuera necesario, sin pedir nada a cambio. Narraba eventos deportivos y ceremonias, y se involucraba en cualquier actividad que beneficiara a su comunidad.”

Era, además, líder de diversas iniciativas comunitarias para resistir a la creciente criminalidad que acecha la Amazonia. “Mariano siempre venía denunciando que taladores ilegales y narcotraficantes estaban en los territorios”, comenta el apu Julio Cusurichi Palacios, vocero del Consejo Directivo de Aidesep, una organización indígena peruana que representa a 64 pueblos amazónicos.

Por eso, las sospechas de quién está detrás de su muerte, para los kakataibo, van en una sola vía. “Creemos que han sido los narcotraficantes”, dice Herlin, vicepresidente de Fenakoca. Él apunta a que fue una venganza por el activismo de Isacama. Si bien su pueblo se ha visto amenazado por el aumento de la minería ilegal tras la pandemia, además de la tala ilegal y el tráfico de manera, para Herlin, los principales retos que enfrenta su comunidad están asociados a la presencia del narcotráfico. “Se convierten en lo que les conviene: madereros, agricultores, ronderos...”, enumera.

Isacama no tenía esposa ni hijos. Deja atrás a sus padres, ya mayores. “Tratamos de darles apoyo moral y fuerzas”, comenta Herlin. “No será mucho, pero debemos hacer algo para seguir dándoles esperanza.” Además de aumentar las tensiones entre los pueblos indígenas y los trabajadores ilegales de la Amazonía peruana, la muerte de Isacama deja un lastre en el liderazgo de la comunidad. “Siempre estaba presente. El tiempo dirá cuánto nos hace falta”, apunta.

Morir por defender la tierra

Marcelo Odicio, presidente de Fenacoka, ha viajado en los últimos días a Lima para reunirse con las autoridades centrales de Perú con una misión era clara: dialogar, hacer ruido y elevar la petición de su comunidad para que el asesinato de Mariano Isacama no quede impune. “Nos reunimos con el viceministro de Interior [Julio Díaz Zulueta] y nos mencionó que ellos mirarán el caso de manera directa, para acelerarlo”, comenta. Entre sus planes está reunirse con la fiscal que está investigando el asesinato para conocer los avances. Pero la justicia regional en la Amazonia peruana – asegura – está muy permeada por el narcotráfico y la corrupción. Por eso, en la comunidad temen que no se investigue este crimen como debería.

Fue en 2020 cuando asesinaron al primer líder kakataibo: Arbildo Meléndez. Como jefe de la comunidad nativa Unipacuyacu, Meléndez solía denunciar cómo, a pesar de que fue reconocida en 1995, seguían sin demarcar su territorio. Alertó que estaba recibiendo amenazas y en abril de 2020 – en plena pandemia – le dispararon. Aunque las autoridades atraparon al asesino, lo liberaron cinco días después porque “aparentemente no había peligro de fuga”. Cuatro años y siete meses de esa muerte, el responsable fue condenado a cuatro años de prisión.

Los asesinatos de los otros kakataibos han tenido patrones similares: eran líderes que denunciaban el narcotráfico, el tráfico de tierras y de madera. “Desde entonces, lo que vivimos parece una pesadilla, porque en cualquier momento puede ser alguno de nosotros”, lamenta Marcelo Odicio. Ese temor les ha llevado a cambiar sus rutinas, sus horarios, sus rutas de tránsito, a vivir en alerta.

En toda la Amazonia peruana, advierte Cusurichi, “se ha vuelto una amenaza defender el territorio”. La región se ha convertido en una especie de caleta de la que todos quieren sacar provecho. Los colonos, los narcotraficantes y las empresas que se han instalado en zonas cercanas a los territorios indígenas, o incluso sobre estas mismas, para adueñarse de la tierra. Ante esto, las comunidades quedan desprotegidas, sobre todo porque, como pasó con Unipacuyacu, la titulación de tierras colectivas se dilata, prolonga, ignora o nunca sucede a nivel regional.

“Hemos visto cómo a ganaderos les titulan tierras individuales, antes de hacerlo con tierras indígenas colectivas que lo llevan exigiendo por muchos más años”, explica Odicio. “Las direcciones regionales no quieren titularlas”. Por esto, durante su viaje a Lima, además de velar porque el caso de Isacama no quede impune, también se reunió con el ministro de Justicia y Derechos Humanos, Eduardo Arana, a quien le pidió que los Gobiernos regionales cumplan con sus funciones, que acaben con “el entrampamiento de los procesos de titulación de tierras nativas”.

Ante el silencio, impulsar la guardia indígena

Al declarar el estado de emergencia permanente en la Amazonia peruana, Aidesep condenó “la falta de acción gubernamental contra las organizaciones criminales y las economías ilegales”, y afirmó que “esta terrible situación obliga a las organizaciones indígenas amazónicas a defenderse mediante mecanismos de autodefensa y justicia indígena”. En otras palabras, ante el silencio, las comunidades indígenas han entendido que lo que está en sus manos es fortalecer su guardia indígena.

“Ya hemos socializado esta idea con las bases para que cada comunidad tenga su guardia indígena y puedan autoprotegerse”, cuenta Marcelo. El siguiente paso, una vez las conformen, es solicitar ante el Gobierno que las reconozca legalmente, que les dé personería jurídica. “Estamos en el proceso de ingresar los registros ante la Superintendencia Nacional de Registros Públicos para que se oficialicen”.

Además, cuenta Cusurichi, han solicitado al Gobierno que ayude a las guardias indígenas financieramente. “Necesitamos un presupuesto para la logística, internet, y el control y vigilancia, como más embarcaciones”, comenta. “La estrategia del poder económico quisiera ver una Amazonia vacía. Pero no, nosotros hemos vivido aquí por miles de años y no solo ha sido para nosotros, sino para proteger al mundo del cambio climático”.

Herlin Odicio, por su parte, hace énfasis que, para el caso de Mariano Isacama, se “realizará la justicia indígena”. Según cuenta, sus asesinos ya han sido identificados y las guardias indígenas “no darán marcha atrás”. En el tono de los tres no se percibe necesariamente nostalgia o derrota. Son comunidades que resisten. Es lo que siempre han sabido hacer. “Nosotros salimos adelante”, dice Marcelo Odicio ya en su trayecto desde Lima, de vuelta a su comunidad. “Siempre hemos seguido adelante, pero, esta vez, nos toca salir al frente para asegurar nuestra existencia”.


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