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¿Para qué sirve un cuarto de silencio en una cárcel de mujeres de México?

El programa Libre-Mente probado en la cárcel de Chalco le permite a las reclusas usar el silencio para trabajar el autoperdón y el reconocimiento de la historia emocional que las llevó a estar privadas de la libertad

Un centro de readaptación social femenil en México.Mónica González Islas

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Abrir un cuarto para el silencio. Abrirlo en Chalco, en una cárcel de mujeres, en el Estado de México, para que las reclusas puedan resguardarse por unos minutos del ruido, del miedo, del caos y la tensión que impera en la prisión. Un cuarto para desafiar las dos cárceles: la de los barrotes que las priva de su libertad y la de su cabeza. Regalarles con esto a las reclusas una herramienta fundamental a la que siempre pueden acudir: su propio silencio.

La psicoterapeuta venezolana radicada en Miami Catalina Goerke, creadora del programa In the name of silence (En el nombre del silencio), llevaba años usando el silencio como una herramienta terapéutica para que sus miles de seguidores y pacientes trabajaran sus más profundas heridas emocionales. Tras los resultados de sus programas, una pulsión la empezó a interpelar intensamente: “¿Cómo adaptar las herramientas del silencio a entornos complejos en donde nadie se les ha acercado a las personas a decirles “tú tienes emociones”, sino que siempre les han dicho que lo único que tienen son problemas?. El silencio pone a las personas a reconocer cómo se hablan a sí mismas y la calidad de la guerra interna que las habita. Por eso, pensamos que cárceles y hospitales eran lugares con los que teníamos que empezar a trabajar”, explica la terapeuta.

En tiempos en los que la salud mental parece ser cada vez más un asunto urgente, llevar esta forma de terapia a las más de 3.000 reclusas de la cárcel de Chalco no nacía sólo de la intención de hacer una buena obra. Nacía, más bien, de la urgencia de tramitar en los lugares de más alta tolerancia la necesidad de que las heridas emocionales no se hereden. “Yo creo inmensamente en el patrón de las herencias emocionales”, explica Goerke. “Necesitamos darles segundas oportunidades a las personas para que tomen su historia y la sanen y que así dejen de sentirse víctimas, abusadas, abusadoras, señaladas de la vergüenza. Eso hace posible que sus hijos, que son los que van a convivir con mis hijos y los hijos de quienes nos leen, dejen de repetir ese patrón de herencia”.

Ante cualquier resistencia social a invertir en sanar emocionalmente a las personas que están privadas de la libertad, la terapeuta tiene una reflexión adicional: ”Tenemos que pensar que una forma de asegurar que las generaciones futuras no se encuentren con otro sicario, con otro delincuente es que esos niños que tienen a sus padres o madres en las cárceles hoy, no reciban sus historias sin haber sido tramitadas, sino que puedan recibir una herencia emocional de reivindicación, de dignidad, de sanación, de valentía y no de humillación y de todos esos dolores”.

La situación de salud mental de las reclusas se agudiza en México, donde hay 446 centros penitenciarios de los que solo 11 son exclusivos para mujeres; el resto son mixtos. Esto, según La Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH), hace que las cárceles estén pensadas más para los hombres que para las necesidades de las mujeres y, además, acarrea temas de hacinamiento, prostitución y permanencia irregular de menores. Ante estos contextos, recurrir al silencio no ha sido una decisión caprichosa de Goerke. La apuesta del programa por llevar a las reclusas a abstraerse del ruido externo e interno tiene una explicación desde la psiquiatría.

Según explica la experta, en el hemisferio derecho del cerebro es en donde tenemos la capacidad del autorreflejo, esa parte que nos permite mirarnos al espejo y decir “ese soy yo”. “Ahí están las células hipercomplejas que solo se despiertan cuando la conciencia racional cae y habilitan esa capacidad que tengo de dejar de pensar un rato y serenarme. En ese silencio, las reclusas aprenden a verse y a identificar cómo se hablan a sí mismas y hacemos que dentro de la práctica crucen al inconsciente de esas memorias dolorosas que hacen mucha correlación con lo que están viviendo en su presente”, asegura la psicoterapeuta. Enfatiza, además, que “el silencio es un destapar de la forma como aprendes a habitar tu mundo interior, da mucho centro, claridad, autogestión y da, sobre todo, una sensación de ‘sé quien soy’ y ‘sé lo que quiero’. El silencio es, en últimas, la capacidad de escucharte, así sea muy incomodo estar contigo mismo”.

El programa bautizado Libre-Mente, que dura ocho semanas y que se inició con 45 mujeres que se inscribieron voluntariamente en la prisión, busca proveer un espacio de sanación del pasado, autoperdón, introspección, serenidad, reconocimiento de emociones, visualización de un futuro y paz interior.

A cada mujer se le entrega un cuaderno con preguntas simples pero poco frecuentes en estos contextos: “¿Cómo me siento?”, “¿Qué pienso yo de mí?” También se hacen dinámicas en las que las reclusas cuentan qué hubiesen necesitado que les dijeran en diferentes situaciones difíciles que han sobrellevado. “Logramos un espacio de muchísima compasión, que no se logra en terapia tradicional en donde se busca entender por qué actúas así, y no por qué te sientes así. La terapia tradicional lo que busca es que dejes de generar problemas o que te comportes distinto, pero no indaga en por qué te sientes como te sientes. La idea es poder llegar a enseñarles la metodología y que se habilite este cuarto de silencio en más cárceles a donde van, no porque están castigadas, sino a donde van a llorar, a escribir, a ausentarse de todo ese ruido”.

En ese contacto cercano con las mujeres de Chalco, Goerke ha encontrado elementos comunes en el trabajo a través del silencio. Lo primero es el rechazo natural de estas mujeres a mostrarse vulnerables. Mostrar en dónde les duele en ese espacio de guerra es mostrarle al otro su punto más vulnerable. Lo segundo es que hay niveles altísimos de ansiedad. Muchas de las mujeres no han recibido todavía penas, y llevan años sin ser condenadas. “Esa ansiedad que no cesa de preguntarse cuándo me van a sacar de aquí, cómo cambio este momento presente, cómo salgo de esta sensación de injusticia, ese nivel de ansiedad voraz, casi carnívoro, esa urgencia se come a la persona”, explica Goerke, quien ratifica su intención de llevar este programa también a las cárceles de hombres. “No estamos separados en nuestros dolores por género”, afirma la psicoterapeuta quien, además, busca llevar esta metodología a otras cárceles de Latinoamérica para que el silencio sea finalmente una libertad interior que todas y todos pueden invocar.

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