“Se ha priorizado la visión mercantil de la naturaleza”: la crisis de valores detrás del cambio climático
Un estudio publicado en la revista científica ‘Nature’ propone redefinir los conceptos de desarrollo y bienestar desde una óptica distinta al crecimiento económico por un futuro más justo y sostenible
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La relación que hemos desarrollado con la naturaleza, la forma en la que la percibimos e interactuamos con ella, requiere de cambios urgentes para poder preservarla. Creer, por ejemplo, que el valor de un árbol de caoba reside en el precio que obtendrá su madera preciosa en el mercado, y no en que constituya un elemento de convivencia y belleza en sí mismo, es parte del origen del cambio climático que enfrentamos. Así lo afirma un revelador estudio publicado en la revista Nature. El trabajo, en el que han participado más de 80 investigadores de la Plataforma Intergubernamental de Ciencia y Política sobre Biodiversidad y Servicios de los Ecosistemas (IPBES), concluye cómo aquellos principios que infravaloran la naturaleza —los que rigen la mayoría de las sociedades—, han llevado al mundo a la crisis ambiental actual.
“Hay muchas formas de entender y ver la naturaleza, pero se ha priorizado solo una, la mercantil”, explica Patricia Balvanera, bióloga del Instituto de Investigaciones en Ecosistemas (IIES) de la UNAM y una de las autoras del trabajo que ha identificado cuatro enfoques “centrados en valores” que pueden fomentar las condiciones necesarias para un cambio transformador hacia un futuro más justo y sostenible.
La primera perspectiva que propone el estudio consiste en reconocer la diversidad de valores que existen respecto a la naturaleza. Según sostienen los autores, vivimos en una sociedad en la que los principios medioambientales basados en el mercado tienden a prevalecer sobre otros no mercantiles que tienen numerosas contribuciones de los ecosistemas a las personas y que han sido ignorados en el último siglo.
Tras la recuperación de la Segunda Guerra Mundial, pero sobre todo a partir de los años ochenta, se incentivó la idea de que la vida de los seres humanos y el desarrollo económico dependían de la naturaleza. “Lo que impulsó la óptica de mirarla en relación a cómo vivimos de ella, de asumir el medio natural como una fábrica de todo aquello que necesitamos”, expone Balvanera. De acuerdo con la científica, esta visión tuvo distintas implicaciones. “Por un lado, provocó que concibamos a la naturaleza como algo ajeno a nosotros, que está allá afuera. También llevó a establecer principios alrededor de la prosperidad de las poblaciones humanas desde una perspectiva materialista, la cual asume la naturaleza como un mero instrumento de bienestar”, afirma.
De acuerdo con el estudio que ha codirigido, basado en una revisión de más de 50.000 publicaciones científicas, documentos sobre políticas y diversas fuentes basadas en conocimiento de pueblos indígenas y comunidades locales, ese continuo predominio de un conjunto limitado de valores ha demostrado ser inadecuado para resolver la doble crisis de biodiversidad y del cambio climático. Como solución a este declive, el trabajo propone un segundo enfoque: incorporar otros principios no mercantiles a la toma de decisiones en todos los sectores.
“En las negociaciones globales y locales ha habido mucho énfasis en la biodiversidad, pero la naturaleza es mucho más que eso, incluye seres vivos y los que no lo son, así como los diversos vínculos que podemos establecer con ella”, explica Balvanera, para quien la concepción de la naturaleza “como una mera fábrica de insumos nos ha llevado al establecimiento de indicadores de bienestar dirigidos exclusivamente a cuánto nos puede ofrecer ésta, la cantidad de peces y de madera, de plantas medicinales, a la mayor o menor regulación climática que puede soportar el planeta”.
Con el fin de transitar a futuros más justos y sostenibles resulta fundamental, concluye el estudio, “despegarse de la predominancia de los beneficios a corto plazo y del crecimiento económico a toda costa”, la cual se ha mantenido en detrimento de incluir los numerosos valores de la naturaleza en las decisiones económicas y políticas. Para ello, los científicos proponen un tercer enfoque dirigido a reformar las iniciativas legales y marcos institucionales que hoy existen.
Como sostiene el estudio, a pesar de los acuerdos para incorporar los valores de la naturaleza en las acciones, como el Marco Global de Biodiversidad de Kunming-Montreal (GBF), convenio que tiene como fin adoptar un plan global para salvar la decreciente biodiversidad del planeta, y los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU, las políticas ambientales y de desarrollo predominantes aún priorizan un subconjunto de valores, particularmente aquellos mercantiles, ignorando otras relaciones con el medio ambiente.
“Dada las condiciones de pobreza y desigualdad, muchos países como México han decidido convertirse en fábricas de commodities para exportar sus recursos. Un ejemplo claro son los beneficios que se lleva Canadá de la minería extractivista en el territorio, o las plantaciones de palma de aceite que enriquecen a las transnacionales a costa de destruir paisajes”, explica Balvanera, una de las autoras del estudio que desvela cómo una “crisis de valores” sustenta las tantas otras entrelazadas: la pérdida de biodiversidad y el cambio climático, la aparición de pandemias y las injusticias socioambientales…
Para acabar con dicha inequidad y respaldar los valores alineados con la sostenibilidad, el cuarto enfoque que propone el informe demanda la necesidad de cambiar las normas sociales y equilibrar los valores que cimientan las estructuras sociales, promoviendo principios como el cuidado, la solidaridad, la responsabilidad, la reciprocidad y la justicia, tanto hacia las personas como hacia la naturaleza.
“A lo largo de esta evaluación nos dimos cuenta de que el modo en que se concibe nuestra relación con la naturaleza determina mucho la forma en que se plantean y se priorizan las reglas de la sociedad”, destaca Balvanera. Según explica, las naciones pueden dar preferencia a valores instrumentales, cuando la naturaleza es percibida como un activo económico, por ejemplo, o a otros de tipo sociocultural. “Aquellos que engloba el concepto Madre Tierra, un cúmulo de principios que rigen los comportamientos de ciertas comunidades, y que se reflejan en sus narrativas y canciones”. Mientras “unos priorizan ganancias y venden la naturaleza por 3 pesos, existen poblaciones que defienden su arraigo al territorio y su conocimiento en torno a él”, defiende la bióloga.
Son precisamente estos últimos los más desprotegidos y los más vulnerables a los efectos del cambio climático. “Los valores en torno a la naturaleza de los pueblos originarios y de las comunidades locales no son considerados. Estos grupos tampoco participan en la toma de decisiones, a pesar de que son quienes se llevan el mayor costo de la degradación ambiental”, sostiene Balvanera. Si queremos un futuro mejor, concluye, “es urgente cuestionar la supremacía del desarrollo económico que gobierna el mundo para repensar otras formas de bienestar y desarrollo, incidir en la raíz del sistema desde una interacción humano-naturaleza que nos lleve a rutas mucho más justas y sostenibles”.