El argentino que cultiva vegetales en la Antártida: “Es un sistema sin límites, se puede producir cualquier cosa”
El agrónomo Jorge Birgi cosecha verduras en una base argentina para abastecer al personal. Hoy hay más de 400 plantas en módulos de producción hidropónica
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Corría el año 2015 cuando el ingeniero agrónomo e investigador argentino Jorge Birgi recibió un correo electrónico con una pregunta que avivó su curiosidad: ¿es posible producir verduras en la Antártida? Tras ocho años de investigación y desarrollo, cuatro viajes al continente blanco y adversidades de todo tipo, dos de las trece bases que administra la Argentina cosecharon en 2022 la primera tanda de verduras de hoja, con el objetivo de abastecer al personal civil y militar. Hoy ya hay más de 400 plantas en módulos de producción hidropónica y ya proyectan incorporar nuevas especies.
Ni bien recibió el correo electrónico, Birgi (41 años, Santa Cruz) se puso a trabajar en el diseño de un módulo de producción, sin conocer al detalle las condiciones climáticas de la Antártida. Allí, en las bases más próximas al continente, los inviernos pueden azotar con temperaturas de 35 grados bajo cero. Experto en desarrollos productivos en zonas áridas y semiáridas, el investigador del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) y de la Universidad de la Patagonia Austral se volcó de lleno al proyecto. Primero, a través de pruebas en 3D. Luego, con viajes al territorio.
Ni bien publicó los primeros estudios de un módulo en 3D en Internet se despertó el interés del Comando Conjunto Antártico. “Me pidieron que viaje a la Antártida para ver cómo se vivía, cómo era el terreno y cuáles eran las condiciones”, recuerda Birgi en diálogo con América Futura. El investigador acaba de regresar al continente luego de una recorrida por las Bases Marambio – la más conocida y una de las más pobladas – y la Base Esperanza. En esos dos lugares fue donde se instalaron los módulos de producción hidropónica. Cada una de ellas tenía con 240 plantas monitoreadas en tiempo real a distancia y administradas por el mismo personal que integra las campañas antárticas, que se renueva todos los años. Eso supone un desafío a la hora de capacitar y preparar a quienes gestionarán los cultivos a diario.
Tienes un e-mail, tienes una planta
El correo electrónico que dio origen al interés científico fue enviado por integrantes del equipo médico de la Base Carlini. “Querían saber si existía posibilidad de mejorar la dieta del personal, porque no tienen disponibilidad de verduras frescas todo el año, comen muchos enlatados, que tienen alto contenido de sodio”, explica Birgi, quien trabajó durante el desarrollo junto al vicecomodoro Federico Vasallo, del Comando Conjunto Antártico; y el suboficial César Ismael Araujo Prado, a cargo de la división de Prevención de Accidentes, Seguridad e Higiene y Ambiental.
Para 2019, Birgi ya había desarrollado diseños en 3D que habían sido validados en el terreno: era posible plantar verduras en la Antártida. Pero cuando todo parecía concretarse, la pandemia de coronavirus alteró los planes y los dilató dos años, debido a que las restricciones sanitarias impedían el acceso al continente blanco. En 2022, con la campaña de verano que abastece a todas las bases, se enviaron parte de los materiales. “Había que solicitar permisos, no está permitido hacer cualquier cosa, hay que respetar protocolos y nosotros elevamos los niveles de seguridad”, dice Birgi.
Antes de viajar, las semillas son sometidas a análisis en el laboratorio de fitopatología para determinar sus características y calidad. El traslado tampoco es sencillo: se deben embalar en frascos de doble fondo que viajan en cajones de alto impacto. “El desafío era darle forma a la mecánica de trabajo, los materiales voluminosos deben viajar en el rompehielos Almirante Irizar, que sale en diciembre y regresa en marzo y hasta el año siguiente no vuelve a partir. Si tenés que llevar algo grande, hay que esperar a la próxima campaña”, explica. “Cualquier demora nos obligaba a esperar un año más”.
El modelo de producción es posible debido a que no se utiliza tierra, sino que se realiza en un medio líquido, lo que permite acceder a cultivos en sitios donde hay suelo de mala calidad, disponibilidad escasa de agua o condiciones climáticas adversas. En el caso de la Antártida, se cumplen las tres condiciones. “A pesar de que está la mayor reserva de agua dulce, tener agua es difícil porque está todo congelado”, remarca el ingeniero.
Los tiempos de cultivo, además, son mucho menores. Durante la investigación, Birgi y su equipo proyectaban que habría cosechas cada 45 días, debido a que en las pruebas en el laboratorio en Santa Cruz el proceso duraba 64 días. “En las bases, un cultivo de lechuga demora 30 días”, ejemplifica, y aclara que es debido a que las plantas reciben luz y calor las 24 horas. “Las plantas hacen la fotosíntesis las 24 horas y, por ende, producen más”.
Pizza con rúcula y el desafío de la espinaca
El objetivo del proyecto es mejorar la alimentación del personal civil y militar de las bases mediante la producción de las especies de hoja, con métodos hidropónicos de interior. Hay países que tienen cultivos con una tecnología similar, aunque sólo destinados a investigación, como el proyecto Eden-ISS que se desarrolla en la base alemana Neumayer III.
Según Birgi, los módulos argentinos abastecen a entre 140 y 150 personas, que cada dos semanas pueden comer de forma escalonada ensaladas. “Por ahora tenemos acelga, perejil, rúcula – que es la estrella -, una variedad de lechuga verde y otra morada”, explica. En el corto plazo, se incorporarán albahaca morada, albahaca verde, espinaca y rabanitos. El ingeniero aclara que se podría producir, además, todo tipo de frutas y verduras. “Podríamos tener frutillas [fresas], tomates, pero antes se debe evaluar e investigar los cultivos”, remarca.
Birgi, que monitorea desde el continente día a día los cultivos, explica que las verduras plantadas allí tienen una mejor textura. “No tienen ningún elemento agresivo que las haga crecer de forma diferenciada, son plantas muy blandas, crocantes”, grafica, y cuenta que, desde la primera cosecha, todos los sábados en las bases argentinas se cena pizza casera con rúcula.
¿Un modelo para producir alimentos?
En medio de la crisis por efecto de la sequía que azota a la Argentina, sumado a las dificultades del país en el acceso al agua, la tierra y la energía eléctrica en las zonas más alejadas, Birgi cree que el cultivo hidropónico podría extenderse y ayudar no sólo a mejorar la calidad de los alimentos que se consumen, sino a ahorrar agua, reducir la contaminación y garantizar productos frescos en aquellas zonas que, por cuestiones climáticas, no se pueden cultivar de forma convencional.
Pero, además, el investigador apunta a que trascienda a las necesidades de la Antártida. “Se puede utilizar en cualquier lugar del país, desde escuelas rurales a comunidades muy alejadas”, se entusiasma, y dice que se puede cultivar cualquier fruta o verdura, con modificaciones según la variedad.
A Birgi le cuesta encontrar palabras para describir a la Antártida. “Hay glaciares, mares congelados y nieve, es un lugar hermoso donde se hace un trabajo muy sacrificado. Retrocede ocho años y recuerda el correo electrónico que lo llevó a plantar verduras en el lugar más extremo del planeta. “No sé cuál será el balance final, pero aplicando tecnología que permita producir localmente, podríamos ahorrar mucho. Es un sistema que no tiene límites, se puede hacer cualquier cosa”, concluye.