Susana Baca: “En el Perú, el racismo es una enfermedad”
La famosa cantante peruana, que está de gira por Europa, cuenta en entrevista con América Futura cómo persiste el racismo en su país, qué significa la negritud y cómo llegó a ser quien es
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Desde su pelo corto y algo cano, y desde unos ojos dulces que saltan en su tez morena, Susana Baca (Lima, 78 años) habla sobre su infancia, su carrera, sus compromisos sociales y sobre qué es ser negro en el Perú, un país donde, dice, “el racismo es una enfermedad”.
- Hace unos años —cuenta— llegué a la casa de un diplomático junto con Ricardo (su esposo) y una amiga. Inicialmente no me dejaron pasar. A pesar de que la invitada era yo…
Cuando tenía ocho años y estudiaba en un colegio de Chorrillos, el distrito limeño donde vivió, llegó una profesora de danza para organizar un conjunto de ballet. Como ella bailaba y cantaba desde niña —y sus compañeras y maestras lo sabían—, estaba segura de que sería elegida. Pero no fue así. “Escogieron a las chicas más blancas, no a las negras y andinas”, recuerda.
Ese día, relata en su libro, Yo vengo a ofrecer mi corazón. Memorias, “odié mi color, dudé de mí”. Poco antes, otro episodio también marcó su identidad con dolor. Llegaron a su colegio unas señoras para invitar a los niños a una nueva leche con dulce. A ella y a otra compañera, “las diferentes”, las pusieron al final de la fila y les dieron menos.
“Descubrí con la dulce y deliciosa leche condensada el sabor de la discriminación. En ese momento, tomé conciencia de mi color”, escribe. Más tarde, ya en la secundaria, llegaron unos maestros del Conservatorio Nacional de Música para seleccionar niñas con aptitudes musicales y darles becas. Las propias alumnas de su salón la escogieron a ella. Y el maestro del conservatorio la aplaudió. Nunca la llamaron. Tenía 13 años y, otra vez, sentía que rondaba la segregación.
“Todo eso me fortaleció”, explica Baca, quien a la fecha ha dado más de 600 conciertos en varios países del mundo, y que ahora mismo realiza una gira por Europa. Comenzó en Lanzarote (Islas Canarias, España) el 15 de abril y la llevará por Francia, España, el Reino Unido, Bélgica, los Países Bajos, Portugal, Italia y Suiza, para terminar el 27 de mayo en el teatro Arniche de Alicante, España.
Ha ganado tres Grammys Latinos, en los años 2002, 2011 y 2020. También numerosas distinciones, como la Orden del Sol del Perú, la Orden de las Artes y las Letras de la República de Francia, el Doctorado Honoris Causa de Maestra en la Música Latina en Berklee University (Boston, EEUU) y el Premio ‘Vela de la Esperanza’ otorgado por Amnistía Internacional.
Susana Baca nació en su casa, en un callejón de Lince, un distrito limeño. Desde la Colonia, en los callejones del Perú vivía la gente pobre en general; entre ellos los esclavos, cuando ya habían obtenido la libertad o incluso si seguían dependiendo de un amo. Algunos tenían un solo caño (grifo), de donde salía el agua para las viviendas y en donde se reunía la gente para lavar la ropa, llenar sus baldes, discutir y sobre todo cantar y bailar. Buena parte de la música negra del Perú nació allí.
Para ella, vivir en uno de ellos fue como tener una segunda familia. Significaba contar con autoprotección, con cercanía. Porque los callejones funcionaban casi al modo de un palenque (lugar a donde huían los esclavos fugitivos). Y sobre todo eran centros culturales, donde se organizaban jaranas interminables. Cuando fue Ministra de Cultura (2011), procuró que se les reconociera como tales, pero no lo logró. Sin embargo, los siguió visitando.
El cultivo de la negritud
Baca, como gran parte de los afroperuanos, cultiva la ‘negritud’, que en sus palabras es “una manera de ser, de sentir la historia que hemos vivido; es reconocer nuestro aporte. No hemos sido solamente esclavos. Hemos sido parte de esta nación, hemos luchado por su independencia”, dice. En rigor, la negritud es un movimiento intelectual, político y literario surgido en los años 30 en París, cuando los poetas Aimé Césaire (Martinica), Léopold Sédar Senghor (Senegal) y Léon-Gontran Damas (Guayana Francesa) lanzaron la revista L’Etudiant Noir (El Estudiante Negro), para propiciar la toma de conciencia de los negros sobre su identidad, su historia.
Ella lo ha asumido así y además incorporó en su itinerario vital el ser maestra. Estudió Educación en la Universidad Enrique Guzmán y Valle, situada a unos 30 kilómetros al este de Lima, donde se encontró con casi todas las etnias de este país. Tras graduarse, ejerció como profesora de primaria en sitios donde la población negra era prácticamente ausente.
Enseñó durante un tiempo en el pueblo de Ochonga, situado a más de 3000 metros de altura, en la sierra centro del país, a donde tuvo que ir con su asma a cuestas, y donde se cantaba en quechua, no en español. Apeló al canto para enseñar y absorbió la tradición andina, que siente llevar en su corazón, sobre todo cuando sus alumnitos le cantaban la canción Negra del alma.
Fue un trabajo que extrañó el resto de su vida, aun cuando por esos tiempos ya era una cantante conocida. En la sierra, también vivió episodios un poco extraños para ella, como la costumbre de pagarle a un hombre negro para que cargue un niño y le saque el mal de ojo. Todo eso le sirvió para acercarse más a la diversidad. “Escuchar todas las voces de mi país me da alegría”, dice.
A Susana Baca le costó muchísimo ser quien es. Tuvo que sortear desprecios y ninguneos no sólo en la infancia; también cuando persistió —contra viento, marea y tormentas sociales— en ser artista, en cantar y bailar. Una vez, en 1985, se quedó varada en Berlín con sus músicos, tras una descoordinación que hubo luego de un festival al que asistió en la Unión Soviética.
Pasó días de angustia y estrechez, pero jamás, desistió de su vocación artística, que le da identidad, compromiso social y palabra política. Hace poco, tras la ola de represión desatada por el Gobierno de Dina Boluarte, que ha dejado cerca de 50 muertos, lanzó un vídeo en el que critica a la presidenta, a los parlamentarios y a los manifestantes violentos. En una parte dice que se quiere “imponer un Estado ajeno, a un pueblo que reclama otra forma de justicia y de vivir”.
Baca ha lucido su cálida voz en prestigiosos auditorios de varios países y lo ha hecho también en barrios humildes, como un asentamiento humano de San Juan de Lurigancho, el distrito más grande de Lima y del Perú. Fue para apoyar a los comedores populares, los comités barriales que preparan ollas comunes. “No había equipo de sonido, ni un tabladillo. Solo un altoparlante. Pero igual hice mi presentación con mucho amor”, cuenta. En febrero del 2021, lanzó junto con Wendy Sulca y Marié, otras dos artistas peruanas, la canción Mujer Montaña para apoyar la campaña Vivir sin miedo, destinada a luchar contra la violencia de género.
Mientras cocina y se escucha el sonido de las olas en su casa de Santa Bárbara, a unos 110 kilómetros al sur de Lima, un lugar donde en el pasado hubo esclavos, evoca conciertos y experiencias memorables. Como cuando se presentó en Nigeria y una multitud la esperaba en la puerta del local del concierto cantando Toro mata, una famosa canción del folclor negro peruano.
“Me llené de lágrimas”, declara. En otra ocasión, le dieron la letra de La veguera, un tema que dice “Negrita, pero más linda que un día de primavera”. Cuando la cantó dijo: “Linda como una mañana en tiempos de primavera”, sin el ‘pero’. Porque, en sus ojos, este es el país de todos, la tierra que la vio nacer en un callejón. Y no hay pero que valga para no quererla.