De Cuzco a Canadá: las científicas latinas que triunfan (juntas) fuera de casa
Latinoamericanas que tuvieron que migrar para dedicarse a la ciencia se organizan para abrirse espacio y retribuir con su conocimiento a sus países de origen
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En 1993, cuando Yanet Valdez Tejeira decidió que quería ser inmunóloga, en su país, Perú, ni siquiera existía esa carrera. Así que eligió migrar. Primero, se fue un tiempo corto a Estados Unidos y, más adelante, a Vancouver, Canadá, donde hizo su doctorado en Microbiología e Inmunología en la Universidad de Columbia Británica. “Yo tenía una inquietud muy grande por entender qué pasa con nuestro cuerpo, cómo nos defendemos de las enfermedades infecciosas”, cuenta hoy, 26 años después de migrar. Aunque su país le podía dar algunas herramientas para resolver esta pregunta, ella tenía claro que iba a lograr más estando en Canadá, donde hay más recursos para la investigación.
Lo que no sospechaba entonces era que la ciencia puede ser un mundo hostil para las mujeres. Aún hoy, Unicef ha señalado que las áreas catalogadas como STEM (ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas, por sus siglas en inglés), siguen teniendo una alta disparidad en género. Solo el 35% de las matriculadas en educación superior en estos campos son mujeres, mientras que el 72% de los investigadores del mundo son hombres.
A la hora de publicar artículos científicos, una de las estrategias para ganar más prestigio y visibilidad, el panorama no cambia. En junio del año pasado, la prestigiosa revista Nature publicó un estudio titulado Las mujeres obtienen menos créditos científicos que los hombres, encontrando que ellas tienen muchas menos posibilidades de figurar en un artículo o patente que sus pares masculinos y que “las contribuciones científicas de las mujeres tienen sistemáticamente menos probabilidades de ser reconocidas”.
“El camino se transita diferente cuando eres mujer”, asegura la doctora Valdez. “Más aún cuando eres latina. Yo acá, en Canadá, no conozco otra inmunóloga que se vea como yo, de cabello oscuro y piel trigueña. No tienes una imagen de alguien que haga lo que haces y se parezca a ti”. Y es que a ser mujer se suman los retos de ser latina. En el 2008, la revista Plos One publicó un estudio que demostraba que los artículos científicos firmados por autores latinoamericanos recibían menos citas que los que tenían como primer autor a una persona europea.
Cuando era más joven, para sobrevivir, Valdez decidió ignorar esos problemas. “La igualdad era un tema del que no se hablaba y recomendaban no ponerle atención, no hacer ruido”. Pero después de ver el documental Picture a Scientist, en el que se muestra el acoso a mujeres científicas, pudo ver su vida de nuevo: la desigualdad, el doble esfuerzo, las microagresiones. “Regresé a ver mi historia y me di cuenta de cada aspecto”, comenta.
De su experiencia, quedó con una certeza: que parte de su trabajo debía ser luchar para eliminar esas barreras. Hace cuatro años fundó el Comité de Equidad, Diversidad e Inclusión en la Sociedad Canadiense de Inmunología, del que es actualmente presidenta. Con esto, en 2021 consiguió que uno de los paneles centrales del congreso anual que hace la Sociedad fuera sobre género, racismo y diversidad. “Se hizo al principio de toda la conferencia y antes de la plenaria principal, y el ambiente cambió. Como habíamos demostrado, con experiencias y datos, que estos sesgos son inconscientes, durante el evento hubo otra actitud hacía las científicas. Por ejemplo, los hombres ya no estaban interrumpiendo a las mujeres durante las charlas”, recuerda.
Además, la doctora Valdez es parte de la red Immigrant and International Women in Science (IWS) de Canadá, creada por varias científicas, incluyendo la colombiana Edna Patricia Matta, doctora en bioquímica de la Universidad de McGill, y quien hoy vive en Ottawa. Matta recuerda con detalle cómo fue migrar para hacer ciencia. Trabajó en laboratorios sin saber inglés, aprendió a cristalizar las proteínas con herramientas que en su país jamás había visto, le insinuaron que no tenía las capacidades para ser científica, y el investigador que la tenía a cargo le dijo que estaba enamorado de ella. Al rechazarlo, intentó boicotearla. “En el 2018 notamos que éramos muchas científicas migrantes, así que creamos la IWS para apoyarnos, ayudarnos”, cuenta Matta. “Uno cree que tiene una desventaja, pero con la red entiende que no es una cosa de inteligencia o de conocimiento, sino es simplemente un tema de recursos y tener a alguien que lo ayude a navegar”.
Diásporas que se van organizando
Patricia Castillo, bióloga marina y doctora en biomedicina de la Universidad de Murcia, España, sabe muy bien lo que es migrar para hacer ciencia. En Ecuador, donde nació y creció, se mudó a varias ciudades para poder investigar, incluso pasando por la icónica y darwiniana isla de Galápagos. Hizo su doctorado en España, instancias de investigación en Reino Unido y Francia, y, antes de volver a Ecuador en 2014, trabajó durante tres años y medio en la Universidad de Aix-Marsella, también en Francia. “Hablamos mucho de la ciencia, pero no sobre cómo nos cambia la vida hacerla”, cuenta mientras recuerda cómo su carrera profesional le ha llevado también a conocer otras culturas, gastronomías y costumbres.
Volvió a su país atraída por el Proyecto Prometeo, que tenía como objetivo abrir plazas a científicos ecuatorianos y del mundo para lograr una transferencia de conocimiento, pero se chocó de frente con la realidad al descubrir que el programa sólo duró un año. La crisis en el precio del petróleo agotó los recursos que se le habían asignado a la ciencia. Después, pasó meses ofreciendo su investigación a varias universidades, hasta que logró vincularse a una. Castillo es también cofundadora de la Red Ecuatoriana de Mujeres Científicas, un “espacio seguro” para poner sobre la mesa las situaciones de desigualdad. “Hablar de cómo, dentro o fuera del país, vivimos cosas en común, pero darnos cuenta que no es un problema nuestro, sino que el sistema falla”, dice.
Las redes son importantes para cualquier científico, pero aún más útiles para las mujeres y las latinas que están en la diáspora. “Son clave porque ayudan a compartir recursos, encontrar personas que se vean como uno, con las mismas necesidades, y a hacer proyectos en conjunto”, asegura desde Barranquilla, Colombia, Luisa Echeverría, experta en diplomacia científica y miembro de la Organización para las Mujeres en Ciencia para el Mundo en Desarrollo (OWSD), de la que también hacen parte Castillo y Matta. En un artículo que publicó en la revista Frontiers sobre las diásporas científicas de América Latina y el Caribe, explica cómo estas pueden pasar de ser una fuga de cerebros, a una oportunidad para los países: un intercambio de conocimiento o de cerebros.
Son también, como lo señala otra investigación sobre la diáspora mexicana, esta vez en la revista Plos One, una oportunidad para que los científicos del sur se visibilicen. Tras comparar la producción de científicos que permanecían en México y los que migraron al norte global, encontraron que los segundos tenían mayor impacto tanto en su producción como en las colaboraciones.
Pero como lo cuenta Echeverría, “definitivamente Latinoamérica está quedada [atrasada] en el mapeo de su diáspora científica”. No sabemos cuántos hay y qué están haciendo, tampoco sabemos si se han organizado. En la investigación liderada por ella, sólo encontraron 27 iniciativas en la región. “Dentro de los resultados vimos que los países del sur de Sudamérica son los más activos, pero también porque tienen apoyo estatal, como Argentina, que tiene el programa Raíces”, asegura. El problema es que, entre los sesgos de género y la falta de organización para superarlos, la más perjudicada es la ciencia misma, que pierde la oportunidad de ser en sí más diversa.