El Macondo de Gabo y por qué el desarrollo tiene que ser solidario
En tiempos en los que la ayuda es más imperativa que nunca, dejar de crear políticas coordinadas para prevenir los desastres de origen natural es cimentar nuestra propia destrucción
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Macondo estaba destinado a sus desastres y catástrofes por su falta de solidaridad. El propio Gabriel García Márquez comentó varias veces que el pueblo de Cien años de soledad, aquel lugar tan latinoamericano de gitanos y mariposas amarillas, a la orilla de un río de aguas diáfanas, elaboró su propia destrucción por falta de hermandad, por la soledad de cada personaje al enfrentar los infortunios cada uno por su lado.
Y esa falta de fraternidad podría bien ser la causa de la destrucción de nuestro mundo real. El futuro nos exige ser solidarios. Es el único camino que nos queda frente a los escenarios complejos que enfrentaremos en los próximos años.
La última Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, conocida como COP27, se centró justamente sobre la responsabilidad —y solidaridad— que implica el desarrollo. De allí que se consiguiera un logro histórico para la humanidad con la creación de un fondo para pérdidas y daños, así como otra iniciativa, liderada por España y Senegal, para desarrollar la resiliencia y la prevención ante las sequías. Es justo que los países que menos han contribuido a crear la crisis climática no sean quienes carguen con los costos de los desastres. Una catástrofe de origen natural acaba en un instante con años de grandes esfuerzos e inversiones, y esto tiene un costo aún mayor en los países pobres.
Solidaridad también es avanzar hacia marcos regulatorios para que todo el planeta pueda tener acceso a Sistemas de Alerta Temprana Multi-amenaza. Estas son las iniciativas que impulsan el Secretario General de Naciones Unidas, liderada por la Oficina de Naciones Unidas para la Reducción del Riesgo de Desastres junto con la Organización Meteorológica Mundial, para garantizar que todo el planeta tenga acceso a estos sistemas de alerta temprana, en particular los países menos adelantados y los pequeños Estados insulares en desarrollo.
Se trata de un compromiso simple, pero vital. Tan solo 24 horas de aviso reduce la mortalidad, las pérdidas económicas y afectaciones hasta en un 30%. Es clave adaptarlos a diferentes grupos, generar acciones previas con una preparación adecuada, así como ampliar las medidas de protección social para realmente no dejar a nadie atrás.
Debemos también plantearnos la solidaridad en cuanto a los recursos y apoyos que damos. Mientras que algunos países de las Américas y el Caribe están entre los cinco primeros del mundo en inversión en investigación y desarrollo (I+D), el resto de la región todavía dista mucho de estar a niveles aceptables. Además, existe una tendencia a reducir el espacio fiscal de los Estados y a rebajar la contribución a la ciencia y la tecnología de los presupuestos nacionales.
Esto es contraproducente si realmente queremos reducir el riesgo de desastres y sus impactos en nuestras sociedades. El desarrollo y la difusión de metodologías, herramientas y asistencia técnica con base científica para fortalecer la prevención, mitigación y adaptación al cambio climático ayuda a reducir la cantidad población afectada y las pérdidas económicas.
Es por ello que la VIII Plataforma Regional para la Reducción del Riesgo de Desastres en las Américas y el Caribe, que se celebrará del 28 de febrero al 2 de marzo, en Punta del Este, Uruguay, tendrá como eje central la ciencia y la tecnología para la gestión integral en esta área. Estará centrada, además, en consolidar los enfoques para identificar, registrar y reportar los impactos en cascada, ya sean directos o indirectos asociados a los desastres, tal y como propone el Marco de Sendai para la Reducción del Riesgo de Desastres (2015-2030).
Es también un espacio de encuentro para que los Gobiernos, los organismos intergubernamentales, el sector privado, la sociedad civil, las agencias de cooperación y la academia, así como otros actores relevantes de la región intercambien experiencias. Todo bajo un enfoque contundente y preciso: la prevención salva vidas.
En tiempos en los que la ayuda se hace más imperativa que nunca, dejar de abordar el diseño de políticas explícitas trabajadas de manera conjunta entre múltiples sectores y niveles de gobierno, no avanzar en la acción con el sector privado y la sensibilización y no involucrar a la sociedad en general, es cimentar nuestra propia destrucción. Es nuestro deber, entonces, construir entre todos sociedades preparadas y resilientes para hacerle frente a este escenario.
En su ensayo sobre los poderes intelectuales del hombre, publicado en 1786, el filósofo escocés Thomas Reid aseguró que una cadena es tan fuerte como su eslabón más débil. Esta máxima se aplica a la perfección ante el escenario que enfrentamos y la solidaridad que se nos exige.
La COP27 fue un encuentro de progresos significativos para poder estar a la altura de la crisis que tenemos por delante, aunque todavía queda mucho camino por recorrer. Es importante, sin embargo, aprovechar estos logros y ayudar aún más a que todos los países puedan tener un futuro resiliente, próspero y equitativo. Sin desastres.
Al final de Cien años de soledad, cuando Aureliano Babilonia descifró los pergaminos de Melquíades, se dio cuenta que era muy tarde, que Macondo sería arrasada por la catástrofe y que las estirpes no solidarias, condenadas a un siglo de soledad, no tendrían una segunda oportunidad sobre la tierra. Todavía estamos a tiempo de actuar, de ser solidarios, de construir una segunda oportunidad a través de la prevención. Nuestra supervivencia depende de ello.