“Me da miedo dejar de ver tortugas en mi playa cuando sea viejito”
Cristian Intriago, de 25 años, lidera un proyecto de conservación y monitoreo de nidos de los reptiles más longevos del mundo en Puerto Cabuyal, Ecuador. Al país arriban cuatro de las cinco especies que transitan Latinoamérica, la mayoría en riesgo de extinción
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La primera vez que Cristian Intriago, 25 años, vio una tortuga, la encontró en la orilla de su playa mordida por un perro. Él apenas tenía 10 años pero recuerda perfectamente la sensación que le generó. “Era enorme y preciosa, pero la habían dejado fatal… Sentí rabia. Necesitaba saber más de ella”, cuenta ahora en el Puerto Cabuyal, en la provincia ecuatoriana costera de Manabí. Después de verla herida, llegaron otras que habían sido pescadas por redes de arrastre y tiradas por la borda. Las amenazas son una constante en la vida de estos reptiles. “Y ahora, encima de todo, llega el cambio climático y lo pone todo aún más difícil”, lamenta. “Me da miedo dejar de ver tortugas en mi playa cuando sea viejito”.
La rabia de ese niño se convirtió en interés. En la escuela libre en la que estudiaba planteó la situación que había vivido y su deseo por conocer más “de estos animalitos” para los que sobrevivir es un reto enorme. Según los expertos, tan solo uno de cada mil ejemplares que logran eclosionar, sobreviven hasta la edad adulta, ya que su travesía desde el cascarón hasta la orilla es una auténtica aventura amenazada por varios depredadores. Los tutores escucharon sus inquietudes y empezaron a investigar junto a los alumnos. “Aprendí cosas fascinantes, me llamaba mucho la atención cómo los grados definían tanto su vida. Me obsesioné con ellas”, reconoce el joven. Hace tres años, fundaron un grupo de estudio, monitoreo y protección de tortugas y huevos, llamado Caparazón de niños.
Ahora es él quien imparte las clases en su antigua escuela. “Les cuento lo que sé de las golfinas, las carey o las verdes… Estos chicos son el futuro. Si son conscientes de que tenemos mucho poder para cambiar las cosas, igual no se extinguen”, dice. Aunque suena convencido de ello, la mueca de preocupación no se le borra de la cara.
El cambio de la temperatura lo complica todo: desde la alimentación que encuentran al peligro de quedarse sin playa donde anidar por la subida del nivel del mar y la propia definición de su sexo. La arena en la que las tortugas ponen sus huevos hace de incubadora durante los 60 días que suele durar el proceso. Del día 20 al 40, estos huevos se vuelven termosensibles y cualquier fluctuación climática inclinará la balanza hacia un sexo u otro. Cuanto más frío, más machos saldrán. Y con temperaturas más calientes, más hembras. Lo ideal serían 29 grados. Esta temperatura pivotal permitiría un equilibrio de casi 50 y 50, con alguna mayoría de hembras; un escenario óptimo teniendo en cuenta que los machos se aparean con varias hembras y estas dan a luz cada tres años, aproximadamente.
Un calor excesivo generaría que los huevos se cocinaran o un exceso de hembras, como está pasando en otras zonas como México y Centroamérica. En el caso de Ecuador, el cambio climático se ha traducido en rachas de mucho frío, lluvias y ventarrones que han provocado que las tortugas se demoren más en anidar y el miedo de las autoridades ambientales de que la camada salga sin apenas hembras. “El año pasado, a estas alturas ya teníamos nueve nidos, de unos 100 huevos cada uno. Ahora solo tenemos dos registrados. Lo más probable es que el 90% de los que nazcan, que serán como unos diez, serán machos”.
Esto no solo dificulta el apareamiento. Las tortugas hembra dejan sus huevos en la misma orilla en la que nacieron, unos 25 años después. “Si acá no nacen hembras, dejarán de llegar. Dejaremos de verlas”, cuenta preocupado Intriago.
Los indicios científicos parecen predecir esta tendencia, aunque aún es pronto para tener certezas. Shaleyla Kelez, bióloga líder del programa de Vida Silvestre de WWF Perú, es cautelosa. “Hace falta aún tiempo para ser rotundos, pero es innegable que estos cambios térmicos van a tener consecuencias”, narra por videollamada. “Confiar en la resiliencia histórica de las tortugas no es suficiente. Además, hay que tener en cuenta que son ‘animales sombrillas’. Cuando las cuidas a ellas y a sus ecosistemas, estás cuidando a muchísimas otras especies también. Son claves en la cadena alimentaria”.
Uno de los desequilibrios que se producirían tras la extinción de los quelonios sería el aumento del número de medusas en el Mediterráneo, ya que las tortugas dorso de cuero son sus principales depredadoras. O un descenso de oxígeno a causa del envejecimiento del pasto marino que ya no consumirían las tortugas verdes, por ejemplo.
Y la extinción no está tan lejos. De las siete especies de tortugas, seis están en peligro de desaparecer. La laúd o dorso de cuero es la que está en una condición más grave, sobre todo en el Pacífico. En las últimas tres generaciones, se ha extinguido el 90% de su población. De acuerdo con un estudio publicado en la revista Nature, firmado por la Red para la Laúd del Océano Pacifico Oriental (LaúdOPO), si no se toman medidas urgentes, en 2050 no quedará ningún ejemplar. En el caso de las cabezonas, esta pérdida no baja del 70%. Son los vertebrados más amenazados. “Se están haciendo muchos esfuerzos desde la investigación para protegerlas, pero es un reto enorme”, asegura Kelez.
Ecuador es uno de los países más biodiversos del mundo. Y un privilegiado por la presencia de quelonios. Aquí arriban cuatro de las cinco especies que transitan en el Pacífico este. Para Cristina Miranda, coordinadora de investigación de Equilibrio Azul, una organización que se dedica a la conservación de este reptil y sus ecosistemas que lleva en el país desde 2004, estamos “a contrarreloj”. “Me preocupa el aumento del nivel del mar. Temo que se acaben quedando sin espacio en las playas para anidar”, explica.
“Esta es la laúd”, grita un niño de unos cinco años con la cara pintarrajeada por un compañero. “Eso es”, responde orgulloso Cristian Intriago, aguantando un cartel plastificado hecho por los alumnos hace semanas. En cada folio, una foto de la especie y sus características básicas escritas con rotuladores de colores. Esta especie ha llegado a las costas de Manabí. “Nosotros hemos visto alguna y es algo mágico”, dice. Los pequeños son quienes patrullan en turnos de mañana y noche para asegurarse de que ningún perro ni ninguna persona está perturbando los nidos. Irocco, el más pequeño del grupo, no se pierde ninguna expedición. “Es el primero al que se le abren los ojos a las 4″, cuenta su madre paseando hacia los nidos.
Allá, un grupo de diez chicos rodean el espacio vallado en el que se lee: “Especie golfina. Fecha estimada de eclosión: 07/08/2022″. Desde ahí, el líder de Caparazón de niño explica que es muy probable que tarden más. ”Nosotros podemos asegurarnos de que los perros no se los coman. Ojalá volver a las temperaturas de siempre estuviera en nuestras manos”.