Petro busca en las redes sociales la batalla contra Hernández
El candidato estrena nueva estrategia al alejarse de la plaza pública y recorrer el país con pequeñas reuniones con gremios y familias emitidas en directo
Gustavo Petro llegaba tan desorientado a dormir en su apartamento de Bogotá de madrugada que no atinaba a encontrar su habitación. Durante la campaña de la primera vuelta se acostaba a medianoche y volvía a estar en pie a las cinco de la mañana. Visitaba tres ciudades en un día. Confiaba en que dar mítines emotivos por toda Colombia, como antes lo hicieron Jorge Eliécer Gaitán y Luis Carlos Galán, le asegurarían el triunfo. Sin embargo, un rival que se deja ver poco en público y que hace campaña con mensajes en Tik Tok y WhatsApp como Rodolfo Hernández ha puesto en peligro su victoria.
La estrategia de Petro ha dado un giro en la última semana y, a la vista de los resultados, le funciona. Ha cambiado las plazas públicas por algo que sus asesores llaman micropolítica: pequeñas experiencias con ciudadanos comunes que retransmite en sus redes sociales. Estos días ha dormido en casa de una familia de pescadores, ha jugado un partido de fútbol, se ha subido a taxis y camiones —aunque no sabe conducir— y ha compartido comida de rancho con unos mineros. Al día siguiente de la votación en primera vuelta, los sondeos colocaban siete puntos por delante a Hernández, un empresario de la construcción de 77 años aupado por su mensaje contra la desprestigiada clase política. Ahora, diez después, la tendencia se ha revertido y esas mismas encuestas arrojan un empate técnico.
Hace unos días, Petro durmió en la casa de madera de una familia víctima del conflicto armado en el Chocó, en el mar Caribe. Bailó reguetón con un hijo adolescente. La madre lo despidió emocionada: “Muchas gracias. Dios me lo bendiga y usted sea presidente. Dios tiene poder”. El vídeo no apareció en ningún noticiero, solo en sus redes sociales.
La experiencia es menos desgastante. Petro luce hoy descansado y de buen humor. Estuvo sombrío hace unos días, cuando iba por detrás en las encuestas. Se abrocha el cinturón cuando escucha el ruido del motor de su avión, a punto de coger velocidad en la pista.
—Candidato, los defensas que le cubrían en el partido de ayer le dejaron meter el gol.
—Ni hablar, no me quite mérito. Fue un golazo—, bromea.
A su lado se acomoda el español Antoni Gutiérrez-Rubí, su principal asesor. El cerebro detrás de este nuevo enfoque en su campaña le enseña en el ordenador portátil el plan del día: visita a una mina en la ciudad de Paipa y después un encuentro con taxistas y camioneros en Duitama. En esta región, Boyacá, Hernández sacó más votos que Petro en la primera vuelta.
En un debate con los otros candidatos, Petro dijo que Colombia exporta tres males: carbón, petróleo y cocaína. No era la declaración más prudente dirigida a un sector con miles de trabajadores y menos a 48 horas de que abrieran las urnas. Meses atrás, ya comentó algo por el estilo. “Dije que el carbón es un veneno, pero no me expliqué bien”, trata de aclarar ahora.
Gutiérrez-Rubí le propone que le diga a los mineros que no serán ellos, los más humildes de la cadena, los que paguen el cierre de las minas y el cese de las exploraciones de los que habla Petro. Le insiste que les recuerde que eso no ocurrirá de la noche a la mañana, sino que será un proceso paulatino.
—No queremos parecer la izquierda quieta que interviene. La palabra cerrar es mala para nosotros y los más débiles de la cadena no pueden pensar que tus ideas tienen un coste. Hay que garantizarles que durante la explotación actual habrá garantías laborales, que podrán acceder a una pensión —, continúa el asesor.
—Ese ese el gran debate del mundo. ¿Cómo haces una transición económica y energética que salve la humanidad?—, le contesta Petro, que tiende a la abstracción.
Sobre el terreno, cinco mineros y una minera le esperan en la boca de una pequeña excavación, sentados en un banco. Almuerzan en unas ollas que un perro callejero merodea con la esperanza de robarlas. Los trabajadores no son nada condescendientes con Petro. “Nos ven feos, doctor”, le dice el propietario de la mina. “Que la minería es depredadora con la naturaleza es una falsa creencia que hay que echar atrás”, añade el mayor de ellos. “La producción de energía limpia no es más del 6%. El día que el carbón sea reemplazado nos reemplazarán. Hasta entonces tenemos que seguir produciendo”, le busca las cosquillas un hombre de edad mediana.
Petro les habla de la crisis climática: el planeta, en un siglo, podría desaparecer o vivir unas catástrofes inmensas. Les propone transitar desde ya hacia energías verdes con la ayuda del Estado y anticiparse así a la crisis social que provocaría el cierre repentino de las explotaciones en unos años. Los mineros le escuchan atentos, aunque no parecen del todo convencidos.
“Han vendido la idea de que usted nos va a joder, va a acabar con nosotros”, le suelta uno. “Deme tranquilidad”, le suplica otro. El más joven no se anda con rodeos: “Dice Rodolfo que si usted gana el 7 de agosto, el 8 manda cerrar toda la pequeña minería”.
Ahora sí sale el Petro más enérgico, que andaba un poco dubitativo. “Eso no es cierto”, zanja. Lo que hay que transitar —recuerda lo que le ha dicho Gutiérrez-Rubí en el avión— es hacia un modelo en el que los mineros sean propietarios de energías eléctricas. El coque, un combustible que se utiliza en la fundición de mineral de hierro en los altos hornos, continúa sin ningún problema. Y, en cuanto se agoten las demandas de petróleo, hay dos alternativas: cultivar papas o instalar paneles solares con la financiación del Gobierno. Eso, dirá después, es lo que tenía que haber explicado el día que habló del carbón como un veneno.
Los taxistas y los camioneros le esperan en una explanada. El recibimiento es más caluroso que el de los mineros. Mientras habla con ellos los enfoca en teléfono móvil: el propio candidato está retransmitiendo en directo el encuentro. Gutiérrez-Rubí le hace algunas indicaciones discretas por detrás. Los conductores le piden que acabe de una vez con Uber, pero él les responde que será mejor encontrar una forma de convivir: quitarlo sería dejar a mucha gente sin empleo. Llega de nuevo el debate de las energías limpias:
—¿Quién compra un carro de 125 millones de pesos contra uno de cinco?, le cuestiona un taxista.
—Ahí es donde entra el Gobierno. A la sociedad le interesaría que los carros fueran eléctricos. Hay que subvencionar el costo del vehículo.
Su equipo le anima a zanjar la conversación porque tiene que salir a toda prisa: el aeropuerto de Paipa cierra en un cuarto de hora. De camino a coger el avión rumbo a Cartagena de Indias, donde le espera otro evento, cae en la cuenta de que no ha dado grandes discursos de dos horas a la multitud, en los que suele perder la voz. Se ha dirigido, y así lo tenían planeado sus estrategas, a colombianos anónimos que le han podido decir lo que querían, sin guion.
Ya no se ve a ese candidato distante e inaccesible subido a una tarima, rodeado de guardaespaldas. A la espera de que los próximos días se compruebe el impacto que han tenido las filtraciones de grabaciones de su equipo de campaña, donde se discuten estrategias para atacar a rivales político, esta nueva forma de mostrarse por ahora le ha funcionado, y ha recortado la ventaja de Rodolfo en las encuestas.
Eso sí, Petro es Petro y no es un político pragmático en su discurso. De nuevo en el aire, con una bebida y un paquete de papas fritas en la mano, retoma la discusión con los mineros:
—Si fuera un demagogo hubiera ido ahí a decirles que van a estar aquí dentro de unos años y les voy a apoyar y van a estar ahí sus hijos y sus nietos. Pero les estaría mintiendo.
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