Iván Gómez, el pionero en economía circular que hizo crecer su empresa a punta de resiliencia
Gaia Vitare fue la primera empresa del país en obtener una licencia ambiental para el manejo y la reutilización de residuos eléctricos y electrónicos. Arrancó hace 26 años con dos trabajadores; hoy tiene 120 y trabaja con unos 500 recicladores

Según los registros de la International Data Corporation (IDC), en 1994 se vendieron en Colombia 142.100 computadores de marcas como IBM, Compaq o Packard Bell. Diez años antes habían sido 5.324. Esta invasión no solo comenzó a transformar la vida de los colombianos, también a saturar los basureros. ¿Qué hacer con todos estos materiales? La obsesión por responder esa pregunta convirtió a Iván Ricardo Gómez (Bogotá, 46 años) en pionero en el manejo de residuos eléctricos y electrónicos en el país.
Se había graduado como bachiller técnico en electricidad y electrónica, y trabajaba en un centro de servicios autorizados de Compaq, mientras estudiaba ingeniería ambiental en el Sena. “Una de mis tareas consistía en entregarles la basura a los recicladores. En esa época no exigían certificados de disposición de esos materiales, pero comencé a investigar qué hacían con ellos en Estados Unidos, Europa y Asia, y a darme cuenta de que había iniciativas interesantes sobre el adecuado manejo de los residuos”, relata.
Esas primeras investigaciones lo animaron a proponerle a su supervisor que le permitiera llevarse a su casa los residuos, lo que a la postre terminó llevándolo a salirse de Compaq y, en 1999, a crear Gaia Vitare, la primera empresa colombiana especializada en el tratamiento de residuos eléctricos y electrónicos. Arrancó con los tres millones de pesos que heredó tras la muerte de su madre. La primera sede fue la terraza de su casa; la segunda, una bodega de 72 metros, en el sur de Bogotá, que le arrendó un tío sin costo los primeros seis meses. “Procesábamos al mes más o menos tres toneladas de cobre, aluminio y algo de plástico. Los primeros trabajadores fueron uno de mis hermanos y dos vecinos”, recuerda.
El éxito radicaba en la innovadora idea de ver valor en lo que antes se consideraba basura, y en encontrarle un segundo uso a componentes que de otra manera terminarían en un basurero. “Investigamos cómo aprovechar ese material y devolverlo al mercado, es decir, incursionamos en la economía circular cuando ese concepto aún no existía”.
El primer cliente grande en ver el potencial fue Compaq, que en 2001 contrató a Gaia Vitare para que fuera su proveedor para la disposición final de los computadores que ya no servían. Entusiasmado con la perspectiva, Gómez invitó a su entonces novia, Aura Milena Melo, a unirse al proyecto. “Estudiamos la misma carrera y ella tenía un poquito más de experiencia en tratamiento de residuos”.
Tras graduarse de Ingeniería, ella consiguió una beca para hacer una maestría y una pasantía en una empresa de manejo de residuos en Alemania. Lo que aprendía lo compartía con Gómez para ir tecnificando a Gaia. Lograron aumentar su capacidad instalada, llegando a procesar 30 toneladas mensuales, obtuvieron de la Secretaría de Ambiente de Bogotá la primera licencia ambiental para la disposición final y reutilización de residuos eléctricos y electrónicos en el país, consiguieron más clientes e inversionistas y continuaron aumentando la capacidad del negocio.
Para 2013, reciclaban todo tipo de electrodomésticos, tarjetas electrónicas, plásticos, vidrios e incluso baterías, lo que los convirtió en uno de los pocos proveedores especializados en ese tipo de componentes en el mundo. Además, abrieron sedes en Cali y Medellín, aunque el material seguía procesándose en Bogotá.
Pero en noviembre de ese año cambiaron las suertes de Gómez y de Gaia. Su tío, el hermano de su esposa y un tercer trabajador de la empresa murieron en un accidente de tránsito, ocurrido cuando viajaban a Cali para recoger residuos. “Fue un momento muy difícil. Era surreal. Teníamos velaciones en los tres pisos del edificio de la funeraria. Por esa época hubo otras muertes en la familia, entonces con Aura [con quien se había casado en 2009] íbamos casi que cada semana a un funeral, mientras en la casa estaba nuestra hija pequeña”.
Poco después, a esas tragedias se sumó una que casi lo derrumba. En 2014, su esposa se hizo chequeos generales de salud porque tenían la ilusión de tener otro hijo, le diagnosticaron leucemia y murió poco después. “Yo trataba de animarla para que no me dejara solo con nuestra hija de 2 años. Ese fue el nocaut para decir: ‘¿Qué hago yo en este mundo?’”, recuerda.
Seis meses después, tras haberle dejado la empresa a sus socios para dedicarse a su hija y a reflexionar sobre la vida, regresó, impulsado por la memoria de su esposa y la ilusión de darle un futuro a su hija.
Innovar sin pausa
Para 2019, Gaia había ampliado sus instalaciones en Bogotá, contaba con unos 80 trabajadores y había sumado a su catálogo el manejo de los gases refrigerantes que afectan la capa de ozono y de las pilas no recargables. En noviembre de ese año, obtuvieron una licencia para manejar residuos hospitalarios, como medicamentos vencidos, alcohol, formol y equipos médicos. “En diciembre conseguimos contratos con la red de hospitales de Bogotá. Eso nos permitió, en pleno confinamiento por la pandemia, tener un salvoconducto para movilizarnos y continuar trabajando”, cuenta. Hasta la fecha, ese ha sido su mejor año de ingresos.
En 2022, ganaron una convocatoria del PNUD (Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo) para investigar cómo seguir innovando en la economía circular, en particular en el manejo de los plásticos de autopartes y automotores. “Nosotros propusimos fabricar filamento para impresión 3D. Montamos el proceso y un laboratorio con el acompañamiento del Instituto de Capacitación e Investigación del Plástico y el Caucho. Convertimos carcasas de neveras, televisores y lavadoras en distintos filamentos con los que fabricamos, entre otras cosas, prótesis para personas discapacitadas”, cuenta. El proyecto de investigación, entregado al Ministerio de Ambiente, tuvo un amplio reconocimiento.
A finales de ese año, sin embargo, un incendio acabó con el 75% de la infraestructura de la empresa. Su magnitud fue tal que generó una columna de humo que obligó a cerrar el aeropuerto El Dorado durante siete horas y que los bomberos tardaron 72 horas en apagar el incendio. Gómez se tomó una semana para hablar con las autoridades, los vecinos, los inversionistas, los proveedores y los trabajadores, y comenzó buscar la manera de reconstruir la empresa. “Pensé: ‘Tengo la experiencia, la formación, están los clientes, los trabajadores y los proveedores, que nos apoyan’. Miré al cielo, hablé con Dios, y dije: ‘Hagámosle”, cuenta.
El reto era enorme: “¿Quién va a invertir en una empresa que se acaba de incendiar, tiene pérdida en el activo y está al borde de la quiebra?”, se preguntaba. Se le ocurrió negociar con la aseguradora para encargarse de la limpieza del lote y deshacerse de los escombros. “Nos ganamos 350 millones en ese trabajo, que se hubiera ganado otra empresa. Además, nos quedó todo el reciclaje, que luego facturamos”. Con un mejor panorama, en 2023, tocó la puerta del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) para que patrocinara la reconstrucción de Gaia. “Fue muy parecido al programa de emprendimiento Shark Tank”, recuerda. La propuesta les gustó y, en 2024, visitaron las instalaciones. “Nos dieron dos millones de dólares”, cuenta.
Hoy, producto de ese financiamiento, Gaia Vitare procesa 160 toneladas de material residual al mes, tiene 120 empleados, colabora con más de 500 recicladores y trabaja en la adecuación de un laboratorio de investigación y un ‘vertipuerto’ para drones. Antes de la conflagración, su planta era de 3.600 metros cuadrados, ahora es de 7.500. “La sede que estamos construyendo es más segura y más bonita”, dice.
Gómez dice que heredó el espíritu resiliente de su mamá, una mujer cabeza de hogar que trabajó muy duro toda la vida, y que lo fortaleció en el ambiente en el que creció. “En la infancia me tocó ser vendedor ambulante de helados. En el barrio en el que me crié había un centro de distribución de drogas y grupos delincuenciales. El 99% de las personas de mi edad con las que me crié están muertas o en la cárcel”, narra. Él supo ver en el estudio y en su mente analítica y creativa la posibilidad de salir adelante. Hoy, sigue confiando en eso mismo para navegar los momentos buenos y también los difíciles de la vida.
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