Deyson Quejada, el hijo enamorado de Buenaventura que enfrenta la violencia y la pobreza con fútbol
Este líder comunitario creó la Fundación Golazo para atender niños y jóvenes de barrios vulnerables del puerto a través del deporte, el apoyo escolar y la concienciación ambiental


“Buenaventura es mi casa y el barrio Miraflores mi familia”, dice Deyson Quejada (29 años) al hablar del lugar donde nació, en el Pacífico colombiano, y del barrio popular en el que creció jugando fútbol, mañana, tarde y noche. “Es la tierra donde me puso Dios, la que me ha dado todo y la que quiero ver bien junto a su gente”. Se trata del creador de la Fundación Golazo, una organización que utiliza el fútbol como herramienta de transformación social en el mayor puerto de Colombia. “Soy testimonio vivo de cómo el fútbol transforma vidas, y lo veo todos los días con el trabajo que realizamos”, enfatiza.
Todo surgió a partir de un diplomado en fútbol que realizó en 2014 y que le permitió liderar proyectos deportivos en barrios vulnerables de su ciudad, como el suyo, ubicado en la comuna seis del puerto. Golazo comenzó como un torneo. A esa primera edición, que se realizó en 2020, asistieron unos 150 niños de seis escuelas de Buenaventura. En 2021, lo volvió a organizar y el número de participantes ascendió a casi 1.000. “Tuve que rechazar escuelas porque no daba abasto”, recuerda Quejada. Atraídas por el éxito, varias empresas mostraron su intención de apoyar la iniciativa, y en agosto de 2022 se consolidó formalmente la Fundación Golazo.
Es estos tres años, ha expandido y diversificado su trabajo, con un programa de Escuelas Deportivas para la Paz que trabaja con niños y jóvenes en tres barrios de extrema vulnerabilidad y altos índices de violencia. Al tiempo que hacen los entrenamientos deportivos, los apoyan con las tareas escolares, y les dan formación en habilidades sociales y valores. “El objetivo es frenar la deserción escolar”, revela Quejada, y aclara, con orgullo, que este año 71 de los 75 niños con los que trabaja aprobaron el año.
Tecnólogo en Gestión Portuaria y Deporte, Quejada cursa cuarto semestre de Deporte en la Universidad de Magdalena, sede Buenaventura. “Para mí el fútbol ha sido solo motivo de felicidad”, dice. Todo lo que ha podido hacer, afirma, ha sido gracias a las ayudas que le han brindado personas con las que se ha encontrado en la vida. “Yo soy el resultado de eso. Entonces, siento una responsabilidad moral de hacer lo mismo con otros”.
Golazo también ha desarrollado un programa que ofrece alternativas de Educación Superior a jóvenes que no logran dar el paso hacia la profesionalización deportiva. “Tenemos convenios con 12 carreras técnicas laborales y damos becas del 70% de la matrícula para los jóvenes que terminan el bachillerato”, señala. También cuentan con alianzas con empresas para la realización de prácticas profesionales. A eso se suman los ‘Parches en paz’, una iniciativa en la que, una vez al mes, se reúnen niños y jóvenes alrededor de una olla comunitaria, de una película o de donaciones de juguetes, para hablar sobre la comunidad e inculcar la amistad, el respeto o la hermandad.
“Creo mucho en la palabra de Dios”, explica Quejada, quien se involucró por primera vez en círculos religiosos a los 17 años, cuando un amigo de fútbol le pidió que lo acompañara a una reunión de jóvenes. Su amigo nunca volvió, pero Quejada no dejó de asistir. “Encontré un espacio con jóvenes como yo, de contextos como el mío, con problemas como los míos. No estaban allá para juzgarnos ni señalarnos, sino para permitir que nos expresáramos libremente. Construí muchas amistades y aprendí de liderazgo”. Esa experiencia le despertó no sólo la pasión por el trabajo comunitario, sino una “necesidad de servir a los demás”.
El espacio seguro que Quejada encontró en sus encuentros religiosos ahora lo replica en la cancha. “Intentamos inculcar no solo que se pongan en los zapatos del otro, sino que caminen en ellos. Son niños de barrios en conflicto, víctimas de violencia, de la pobreza, del bullying”, asegura Quejada, quien advierte que muchos de ellos sienten vergüenza de su situación: “Los compañeros del colegio les dicen: ‘Tu casa es fea, tus papás no te compraron el estrén; tu ropa no es de marca”. Por ello busca motivar un cambio profundo en la mentalidad de todos. “Ha sido difícil, pero también muy satisfactorio”, concluye.
Golazo también le apuesta a la conservación ambiental en una ciudad con ecosistemas clave como los manglares, en peligro por el mal manejo de los residuos de plástico, según la Alcaldía municipal. Con su iniciativa EcoGol, la organización realizan procesos de formación y conciencia ambiental con niños de 30 escuelas de fútbol. Les enseñan sobre la reutilización del plástico para fabricar camisetas o pupitres, o de su conversión a madera plástica, con la que también se construyen estructuras. “La idea es que recojan los residuos sólidos de su casa; que guarden la chuspa del arroz de la mamá, y la entreguen para hacer ese proceso. A los niños que más reciclan los premiamos con uniformes o guayos”.
“El fútbol no conoce de estratos”, remarca Quejada, quien comenzó a jugar a los 11 años “siempre de suplente”, confiesa riendo. En ocasiones, en su casa no alcanzaba “ni para tener los tres platos de comida al día”, pero no hacía falta sino un balón o una pelota de trapo para congregar en una cancha. “El fútbol es un imán que atrae a niños y potencia sus sueños, les da esperanza para salir adelante por un buen camino”, precisa el líder comunitario.
Buenaventura suma décadas afectada por la violencia: guerrillas, grupos paramilitares, bandas criminales. “La ciudad está controlada por dos grandes bandas y mi barrio, Miraflores, ha estado siempre en la frontera entre ambas”, explica Quejada. Cuenta que llevar pistola en la cintura y robar tiendas era parte de la vida normal de un adolescente: “Yo me crié viendo el cuento y da mucho pesar que amigos de la infancia siguieron ese camino. Ha sido una tierra muy excluida y golpeada por los grupos armados, pero es también un territorio en el que muchas personas proponemos y hacemos cosas, y vamos ganando espacio para mostrar lo positivo”.
No es extraño que a Quejada lo paren en las calles de su barrio para agradecerle por su trabajo. Habitantes antiguos le recuerdan que lo cargaron cuando niño y lo vieron jugar largas horas a la pelota. Verlo ahora trabajar por su gente “los llena de orgullo”, asegura él. Fue, de hecho, ese cariño lo que terminó convenciéndolo para lanzarse como edil de la localidad dos. No fue planeado ni era algo que se hubiera imaginado. “Estábamos apoyando a otro candidato, pero no generaba conexión ni confianza con la gente. Faltando una semana me convencieron de lanzarme”. Ganó con 726 votos. Quería jalonar recursos públicos para seguir financiando proyectos comunitarios y fortalecer los procesos en los barrios, pero confiesa: “Si me preguntan qué he hecho, la verdad no he podido gestionar ni un abono. El sistema público es muy complejo y funciona siempre con padrinos”, reprocha.
Quejada, en todo caso, no pierde la fe en el fútbol, práctica que llama “transformadora de vidas” y “grano de arena por la paz en Buenaventura”.
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