La escuela que promueve los saberes campesinos desde las montañas del sur de Bogotá
Desde hace 12 años, una maestra y lideresa social imparte educación con un enfoque rural a los niños de la vereda Los Soches, en la localidad de Usme
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Martha Villalba cursó la primaria entre las montañas de la ruralidad de Bogotá, y la secundaria, entre los muros de la zona urbana. De niña, iba a la escuela de su vereda con ruana y botas pantaneras, y al crecer, tuvo que quitarse la indumentaria campesina para continuar su educación. “No había bachillerato en la escuela y no podía usar la ruana en el nuevo colegio. Sentía que tenía que desprenderme de mi identidad todas las mañanas”, cuenta la mujer de 43 años, con la voz apagada. La imposición de abandonar esa identidad, la empujó en una lucha vital por defender sus raíces. Por eso, decidió convertirse en maestra y crear en 2013 la Escuela de Cultura Campesina, un proyecto de educación no formal que transmite los saberes del campo a los niños y jóvenes de la vereda Los Soches en la localidad de Usme, el hogar en el que ha pasado toda la vida junto a su familia.
Fueron sus padres quienes encarnaron el ejemplo de preservar el legado de los abuelos. Belisario Villalba y María Contreras lucharon por el territorio y lograron que, en el año 2000, se reconociera a Los Soches como un agroparque, que constituye un área especial de conservación protegida ante la amenaza de la urbanización. “La ciudad tiende a querer absorber el campo, pero nosotros hemos resistido”, destaca Villalba en medio de la biblioteca que ha construido a punta de donaciones para los niños de la vereda. En las estanterías, hay libros del cantante campesino Jorge Velosa, textos sobre la protección de los páramos, historias de liderazgo comunitario y hasta relatos escritos por ella sobre los pobladores de Los Soches. Incluso, hay un libro con el retrato de su padre usando un sombrero y una ruana con la mirada en el horizonte como un símbolo de resistencia rural.
Sus padres y más de diez campesinos que han crecido en Los Soches son los docentes de la escuela de Villalba. “Ellos son los sabedores que poseen los conocimientos tradicionales”, explica la educadora, mientras recorre un tramo de la finca de 3.300 metros cuadrados en la que vive con sus padres, su esposo y sus dos hijos: una familia que trabaja unida en nombre de la sabiduría campesina desde su hogar. Es allí donde se reúnen entre jueves y sábados con los integrantes de más de 100 familias de Los Soches para aprender entre todos de las experiencias de vida en el campo. Por ejemplo, doña Rubiela, de 82 años, comparte el oficio de tejer canastos, y Stiven Daza, el hijo de Villalba, enseña a la comunidad a moverse al ritmo de carrangas, rumbas, torbellinos y bambucos. El joven también cursó una licenciatura y, a sus 23 años, está a punto de terminar un máster en estudios culturales latinoamericanos, una formación con la que pretende potenciar el trabajo de la escuela. “Nuestro objetivo es articular la educación tradicional con nuestros conocimientos”, resalta Daza, quien diseñó un diccionario con más de 150 términos propios de la cultura campesina de Bogotá, una ciudad en la que más de 122.000 hectáreas corresponden a áreas rurales.
Crecer en la montaña
Luego de compartir sus visiones sobre la educación, Villalba, su hijo y sus maestros se preparan para recibir a un grupo de veinte niños y adolescentes listos para dejar su energía en la finca. Belisario Villalba prepara el terreno para que los estudiantes siembren plantas aromáticas como la hierbabuena, la manzanilla, la limonaria, la caléndula y el toronjil. Los niños están listos para cavar hoyos y acomodar la tierra que albergará las plantas. “A los campesinos no nos queda grande nada”, señala una alumna de apenas 10 años, que va a la escuela desde que tenía cuatro. Evelin Rodríguez es una más de las niñas que no titubea para tomar una pala y multiplicar el verde de los campos de Los Soches.
Al terminar con la siembra, los alumnos hacen figuras en arcilla, el mismo material que utilizaban sus bisabuelos para construir bloques y levantar casas en las cimas de la montaña. Con la pasta café, diseñan figuras de animales o cuencos para alimentar a los perros, mientras se ríen al comparar sus esculturas. Todo se aprende haciendo y nada parece imponerse. Al finalizar, se lavan las manos y se preparan para que la señora Contreras les enseñe a utilizar el molino para triturar el maíz y preparar las arepas. Los mayores ya conocen de sobra los procesos y ayudan a los más pequeños. Todos se conocen y han conformado una gran familia en la vereda. Marta Villalba les ha enseñado sobre sus orígenes con el profesionalismo de una maestra y el amor de una madre. “Aquí los he visto crecer a todos. Kevin tenía unos 5 años cuando empezó a venir y ahora tiene 15”, exclama señalando a un adolescente de ojos claros que asegura querer seguir viviendo en Los Soches cuando sea mayor. “Aquí es donde me crie y donde quiero estar”, comparte el adolescente con una sonrisa.
El sueño de Villalba no es que cada niño en la vereda se dedique a trabajar la tierra, sino que cada uno pueda desarrollar su máximo potencial en la comunidad. “No queremos reducir la visión del campesino a las labores agrícolas. Hay campesinos médicos, abogados, investigadores, profesores. Lo que queremos es que todos sientan que pueden cumplir sus sueños desde el territorio”, apunta la directora de la Escuela Cultural, un proyecto de acceso gratuito para la comunidad que se ha sostenido a base de labores de agroturismo en la finca familiar. “Recibimos grupos de instituciones educativas que quieren aprender del campo de nuestro proyecto”, apunta la líder comunitaria.
La pertinencia de esa educación con enfoque rural diferencial no es una visión única de Villalba. El Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) ha señalado la importancia de una “construcción colectiva de propuestas curriculares ancladas al territorio y a los procesos comunitarios que se articulen y aporten a las políticas educativas locales y nacionales”, una tarea que la maestra considera pendiente en Colombia. “La educación no está dialogando con el territorio”, dice frente a un país en el que el 25,4% de la población es campesina, según el Departamento Administrativo Nacional de Estadística.
La importancia de ese entorno rural campesino y de su desarrollo es lo que ha motivado el trabajo familiar. “La educación y el arraigo territorial son el motor de un desarrollo duradero, porque se arranca desde las entrañas. Es así como vamos a construir un mejor país”, explica la madre de Stiven y Solangie, dos jóvenes comprometidos con la herencia que está construyendo Villalba y con los pasos recorridos por sus abuelos. “No podemos dejar morir nuestros saberes”, apunta Solangie Daza a sus 15 años, mientras piensa en todas las posibles profesiones que ha contemplado para el futuro. La joven no sabe si será abogada, médica o artista, pero está convencida de que aplicará lo que aprenda en su vereda en cualquier ocupación. Al fin y al cabo, fue su madre desde las montañas quien le enseñó a ella y al resto de niños de Los Soches a soñar en grande.