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Los bailadores de la Calle del Sabor prueban que la salsa en Cali está viva

En el Congreso colombiano avanza un proyecto que busca declarar patrimonio cultural a la salsa caleña, la Feria de Cali y las expresiones del Bulevar del Río, tras aprobarse en primer debate una iniciativa para blindar esta cultura como símbolo nacional

La Calle del Sabor en Cali es un hervidero de salsa brava. Más de ocho parlantes suenan al unísono en un tramo de solo 60 metros de largo por 10 de ancho cada viernes y sábado, sin falta. Son las 5.00 p.m., y aunque suena La última rumba, de Henry Fiol, es apenas el inicio de la infinita lista de canciones imperdibles que revolotean en las esquinas de la ciudad. De las botellas de cerveza caen gotas, como anticipando el caldero que será el asfalto en una hora o dos. Mientras la calle se llena de a pocos, Alexander Cortés (Cali, 55 años), conocido como El Canguro, castiga un cencerro. “Aquí nacimos pa’ la salsa, aquí morimos por ella”, sentencia con los ojos muy abiertos, como extasiado por el ruido.

A las 6.30, la cuadra ya es un torbellino humano. En el espacio —que tiene ya más de 20 años, pero se ganó su nombre tras la pandemia y el estallido social de 2021— brillan los tradicionales bailadores, melómanos salseros que aprendieron a danzar en las casas. “Aquí está La Vieja Guardia, los que íbamos a los aguaelulos [rumbas juveniles improvisadas hasta el amanecer]. Aquí bailamos hasta que se acabe la música”, explica El Canguro.

La elegancia es lo primero para el bailador. Usan camisas de flores vibrantes, pantalones de colores intensos y zapatos rojos que marcan cada golpe de timbal. También hay botas negras que desafían la gravedad y cabelleras que bailan solas. Otros llevan camisas que son un carnaval en sí mismas, combinadas con pantalones clásicos y zapatos de punta que son puro swing. La magia de la noche se siente a las 7.00, cuando se encienden las luces del jolgorio.

Mientras la calle vibra, en el Congreso de la República se cocina una iniciativa para blindar esa cultura. La Cámara de Representantes aprobó la última semana de octubre, en primer debate, el proyecto que busca declarar a la salsa caleña —ya reconocida en 2022 como Patrimonio Cultural Inmaterial—, a la Feria de Cali y las expresiones del Bulevar del Río como Patrimonio Cultural de la Nación. La iniciativa, impulsada por María Fernanda Cabal, senadora del Centro Democrático, obligaría al Estado a priorizar recursos para su preservación y promoción internacional. Cabal destaca que el año pasado “la Feria atrajo a más de 80.000 turistas, generó 22.000 empleos y movió 480.000 millones de pesos”, unos 120 millones de dólares. La meta es que la ley esté firmada en diciembre, cuando se celebre la 68ª edición de la Feria.

Entretanto, en la calle, la salsa está viva y en los bafles estalla Quítate la máscara, de Ray Barreto. La gente grita y saca los güiros; la música no para. Pero Luis Alberto Cabezas (El Gran Tony, otro bailador), hace una pausa para hablar con este diario: “Cali es la capital mundial de la salsa y la salsa es patrimonio de Cali… El que quiera más, que le piquen caña”, comenta. El Gran Tony también aprendió a bailar en la casa.

Wilberto Taborda explica el fenómeno. Su apodo de bailador es El Fantástico de la Salsa, y relata que “el vicio de tirar paso” comenzó a los 13 años: “Mi academia fue un espejo grande, ovalado. Me metía al cuarto, ponía música de Richie Ray, de Joe Cuba, y me ponía a ensayar. Por eso soy bailador, no bailarín”, dice con orgullo. La distinción es importante: el bailarín sale de las academias que abundan en la capital del Valle. “Nosotros no tiramos la mujer al aire… bailamos con lo que llevamos en la sangre”, complementa El Canguro. “Es algo como animal, una cosa que llevamos dentro”, aquilata.

La transformación

La Calle del Sabor cierra la calle décima, entre las carreras tercera y cuarta, a una cuadra del Bulevar del Río, en pleno centro de la ciudad. Es paralela a la calle novena o calle del pecado, una zona estigmatizada por su vida nocturna. “Esto era puro bar de mujeres, discotecas, ambiente pesado. La música lo transformó todo”, rememora El Canguro. “Todo estaba cerrado [por las restricciones sanitarias], pero la gente buscaba un lugar para encontrarse a bailar”, cuenta Brayan Medina (Armenia, 34 años), uno de los comerciantes que lidera la organización del espacio. “Éramos solo 10 personas escuchando música en la tienda de Arnover. Hoy llegan hasta 3.500 personas en una sola noche”, complementa.

La rumba en Cali es de otro calibre. Aquí la salsa, esa música híbrida de “raíces cubanas, pero de sazón neoyorquina” (como dice Henry Fiol en el documental La salsa vive, dirigido por el caleño Juan Carvajal), encontró una segunda vida tras la muerte sufrida en su cuna. El maestro José Lebrón, arreglista de los míticos Hermanos Lebrón, comparte con EL PAÍS que si bien ignora muchas cosas, sabe con certeza que “la salsa vive en Cali”.

Tal vez por eso es que a sus 77 años está a punto de mudarse definitivamente a la Sultana del Valle. “Ahora sí voy a instalarme”, comparte desde Nueva York, donde ha vivido la mayor parte de su vida. Dos de sus hermanos ya lo hicieron: Frank, el menor, se enamoró de Cali, se casó, tuvo una hija y nunca volvió a Estados Unidos; Ángel también echó raíces en la capital del Valle. “La gente me dice que soy más alegre cuando estoy allá”, cuenta el también pianista del grupo.

El primer contacto de los Lebrón con Colombia fue en 1979, cuando los contrataron para tocar en Buenaventura, el puerto sobre el Pacífico cercano a Cali. “La gente nos hizo sentir muy bien”, recuerda. Pero fue en 1989, en la Plaza de Toros de Cali, cuando entendieron que allí era otra cosa: “La gente enloqueció, se abalanzaba sobre nosotros. No lo esperábamos. Fue una mezcla de miedo y sorpresa”, confiesa. Desde entonces, la conexión se volvió íntima. “Es único. Desde por la mañana ponen música en la calle y nadie se queja”, dice. Para él, la Sucursal del Cielo es el termómetro de la salsa: “Si una canción pega en Cali, pega donde sea”.

Foco turístico

La rumba convoca a los caleños, pero también es un imán para visitantes de otras latitudes. “Cali huele a caña, a chontaduro, a mango biche”, dice con sorna uno de los dos hombres y cuatro mujeres que conforman la familia Calderón Montejo, llegados desde Manizales. Señalan que tienen los oídos inquietos, pero que están “malditos con dos pies izquierdos”. Desde Brasil, Igor Rosa, un joven de 22 años, comenta que llegó a la Calle del Sabor porque le “dijeron que era imperdible”. Aterrizó en Cali por tres días, como parte de su recorrido por Colombia. “La gente aquí ha sido muy amable, mucho más cálida que en Bogotá”, detalla.

Hay también ecuatorianos. Ingrid y Mabel Sevilla, hermanas afrodescendientes oriundas de Esmeraldas, vinieron con la hija de Mabel, de 10 años. “Cali es la capital de la salsa, eso se sabe en toda parte. En nuestro pueblo bailamos estos ritmos, pero hay que venir a Cali para vivir la verdadera pasión”, dice Ingrid, mientras su sobrina gira como un trompo al ritmo de un son montuno.

Un proceso de formalización ha empujado al sector. Lorena Moreno y Fernanda Vergara, dos tenderas de la Calle del Sabor, coinciden en ello. “Esto era un desorden. Ahora, con el apoyo logístico de la Alcaldía, trabajamos con tranquilidad. Las ventas suben, la gente viene, compra y se queda bailando hasta el cierre”, dicen. A pocos metros, el olor a carne se mezcla con el del licor. Los Asados de Segundo, un reconocido vendedor de picadas, lo resume sin rodeos: “Si no estás aquí un viernes, estás en nada”.

Alex Álvarez, DJ Dutty, uno de los organizadores del espacio, expresa que el ideal es “que la movida se consolide como un evento de la ciudad para que se reconozca como parte del distrito turístico… Pero sin perder la esencia”. Esa tensión entre lo espontáneo y lo formal recorre todo el fenómeno salsero. Pero no hay que preocuparse: en Cali nadie atrapa la música, menos aún si suena Tiahuanaco, de Alfredo Linares, que es cuando la algarabía revive y la energía del Canguro, del Fantástico de la Salsa y del Gran Tony parece inagotable. Ya es la una y han cerrado, pero la salsa en Cali es inmortal.

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