Bogotá busca la felicidad urbana en su primera Bienal
La capital de Colombia invita a más de 200 artistas del mundo para un evento cultural que aspira a competir con otras metrópolis del arte como La Habana y São Paulo
¿Es usted feliz? Bogotá se lo está preguntando. Una capital que usualmente se asocia a su tráfico estancado y sus lluvias torrenciales, luce una mejor pinta por estos días. La capital de Colombia ha estrenado esta semana su primera Bienal Internacional, con la participación de 200 artistas y un ambicioso proyecto como bandera : “Ensayos sobre la felicidad”. Se refiere, por ejemplo, al goce del baile como pilar de la alegría, o a la toxicidad de los manuales de autoayuda para ser feliz. Las esculturas, pinturas o performances no solo están en instituciones icónicas del centro de la capital andina, sino en calles y parques, donde los transeúntes angustiados por la prisa de la vida cotidiana han empezado a detenerse. Angie y Soraya salieron temprano del trabajo un jueves, y frenaron su paso cuando se toparon con una casa flotando en el aire. Estaba allí, sostenida con una grúa, mostrando un enredado complejo de raíces en su base, en medio de la plaza de Lourdes, al norte de la ciudad.
“Si me pregunta”, dice Angie, a quien efectivamente le preguntan cómo interpreta la obra, “yo creo que el artista quiere decir que se vale soñar, hasta el cielo, que los sueños no tienen límites”. Tener una casa propia es sin duda un sueño para millones de bogotanos, pero la alcaldía interpretó la obra por otro lado, el del desarraigo de quienes se ven obligados a dejar su casa, ya sea por la violencia o por la gentrificación. Para Leandro Erlich, el argentino que creó la instalación, también tiene que ver con la naturaleza ignorada y maltratada. “Yo estaba pensando que se veía medio europea y medio del centro de Bogotá”, opina una universitaria mientras observaba cómo la luz del atardecer resalta el contraste de los ladrillos rojos con el verde de los cerros de Bogotá, una paleta de colores usual para los capitalinos.
La conversación sobre hacer una bienal internacional de esta envergadura en la capital colombiana empezó hace ya varias décadas. En 1988 se organizó un primer esfuerzo, pero con una pretensión muy distinta: el Museo de Arte Moderno de Bogotá presentó las obras de 47 artistas para conmemorar los 450 años de la fundación de la ciudad. Fue un evento más pequeño, de “puertas adentro”. Ahora, la primera Bienal oficial es más de “puertas afuera”.
“Lo que más me gusta es la interacción de la gente con el arte en el espacio público”, cuenta el grafitero Cristian Manzo, quien trabaja en el equipo de logística. La inauguración contó con la instalación temporal de 15.000 flores en el Eje Ambiental, un canal de ladrillo en pleno centro de la ciudad, que refleja el paso ahora subterráneo del río San Francisco. “El Eje Ambiental era un lugar de paso y ese día [de inauguración] fue un lugar de encuentro”, añade Manzo. Ese fin de semana también se instaló una esfera en el Parque de los Novios, al occidente, que, en palabras de un grupo de niños de tres y cinco años, “parece un huevo de dinosaurio”. Se llama Semilla, es de la colombiana Vanessa Sandoval, y en su centro guarda un árbol nativo.
La Bienal se hizo en un tiempo récord para este tipo de eventos. La alcaldía de Carlos Fernando Galán le asignó los recursos desde que empezó su mandato, en enero de 2024, y en menos de dos años se conformó un comité curatorial, se delegaron directores y un equipo técnico de la Secretaría de Cultura, Recreación y Deporte para pensar en la estructura, el tema, la escala, los lugares y la convocatoria. La Secretaría le asignó 7.500 millones de pesos (casi 2 millones de dólares) y 3.000 millones más se gestionaron a través de 65 patrocinadores y aliados públicos y privados, y de la cooperación internacional.
Ese presupuesto y visión, dice María Wills, curadora de la Bienal, permitió hacer algo muy distinto y ambicioso: “Aquí se comisionó obra nueva con honorarios y dinero de producción para artistas, lo que nos permite ir consolidando un ecosistema de arte sano que cuide de las buenas condiciones de trabajo y la profesionalización”. Los fondos se ejecutaron a través de Arteria, un operador privado que agilizó los procesos. Según el secretario Santiago Trujillo, “la sinergia público-privada ha sido vital para cristalizar grandes objetivos de ciudad y hacer realidad eventos que ponen a Bogotá como un epicentro cultural de Latinoamérica”.
Otra obra llamativa está en la plazoleta de la universidad del Rosario, en pleno centro de la ciudad y donde antes estaba una estatua del fundador de la ciudad, Gonzalo Jiménez de Quesada, que un grupo de indígenas Misak tumbó durante las protestas del 2021. Ahora allí hay una enorme piedra, de seis metros, pintada con besos de labial rojo. “No la entiendo, si le digo la verdad, pero tiene su gracia”, dice un vendedor de esmeraldas de la plaza, Lizandro, que la observa todos los días. Se llama Dándole peso a unos besos, y es de Iván Argote, un colombiano radicado en París que espera hacer una besatón abrazando a la piedra el 7 de noviembre, dos días antes del término de la Bienal. Será uno de varios performance en las calles de Bogotá.
La Bienal busca también restablecer la confianza de los bogotanos con su ciudad. “Me encanta ver a la gente disfrutar el arte en la calle sin pensar que los van a robar”, dice una mujer mayor frente al Palacio de San Francisco, un edificio de inicios del siglo XX que alguna fue una asamblea, y donde hay una esfera de madera y metal y otros materiales. La enorme estructura es del paisa Alejandro Tobón, quien busca evocar los materiales que existieron antes en ese mismo lugar durante más de un siglo.
Las obras internacionales se acumulan en ese palacio. Está una enorme proyección de una bandera de vapor hecha por el irlandés John Gerrard, en un paisaje tan árido que evoca el futuro seco del mundo si se siguen explotando recursos naturales al ritmo actual. También están los balones inflables de la española Eva Fàbregas que, rodeados de una tela enorme de color naranja y violeta, evocan el erotismo o, como dice una turista, “podrían ser los intestinos”. Está también la peruana Ximena Garrido-Lecca, quien presenta Insurgencias botánicas, un enorme cultivo hidropónico de frijol en un sofisticado sistema hidráulico hecho en cerámica.
Ciudad de México, otra metrópoli reconocida por ser epicentro del arte, es la ciudad invitada a la Bienal. Una de sus representantes más llamativas es Yunuen Díaz, quien instaló, en la plazoleta del Centro Cultural Gabriel García Márquez, unos nidos hechos de chusque, un bambú andino. Adentro se escuchan los cantos de pájaros y voces de poetas de las dos ciudades. “Como para dormirse”, dice la mujer que ya no le tiene miedo a los ladrones.
Pero lo que más tiene esta Bienal es un gran orgullo bogotano. En una muestra en el Centro Colombo Americano está el citadino Pablo Adarme, quien ‘cocinó’ unos pasteles con la forma de las viviendas del barrio Venecia, donde se construyen segundos y terceros pisos más amplios que el primero. Tunjuelito, Kennedy, Ciudad Bolívar o el monumento a las Banderas son los lugares emocionales que han formado la capital y que aparecen evocados en lienzos, instalaciones, fotografías.
“Así como ha sucedido con Rock al Parque y Salsa al Parque, que ya son derechos de la ciudadanía, es necesario que la Bienal se instale en el calendario cultural, independientemente de los cambios electorales”, asegura José Roca, asesor curatorial. Eso es algo que de alguna forma también quiere el alcalde Galán, según dijo en la inauguración. “Se necesita que esta Bienal se consolide como un proyecto de ciudad más allá de los gobiernos de turno, y que, a través de la apropiación que haga la ciudadanía del ecosistema artístico de Bogotá se garanticen todos los recursos y esfuerzos necesarios para su realización”, afirmó.
En un país donde las bienales han sido más bien efímeras, esta deja el camino trazado para su siguiente edición, la BOG27, que ya tiene asegurado el presupuesto. La concejal Sandra Forero, además, avanza en una normativa que permita proteger la periodicidad de la Bienal, para que sea una obligación de las alcaldías que vengan.
Pero mientras tanto, no todos los espacios de exposición son tan visibles, algunos parecen escondidos. En una planta baja de la Cinemateca de la capital está el trabajo de María Fernanda Cardoso, una bogotana que lleva años viviendo en Australia, quizás el país más lejano con presencia en la Bienal. En un salón oscuro expone fotografías de unas arañas de Oceanía, diminutas y con colores tan vivos que parecen pintados. Arañas del Paraíso, se llama la obra. Las grabó interactuar, seduciéndose en lo que parece un ballet que se vislumbra en una enorme pantalla. Además, grabó en láser los movimientos de las decenas de arañas, que transmite vibraciones en una plataforma donde los espectadores pueden sentir el baile arácnido. “Las arañas no cargan computador”, escribe un niño que dibuja de rojo y naranja a una araña, quizás con la receta para ser feliz en la Bienal de Bogotá.