María José Álvarez, socióloga: “El mayor motor de la movilidad social es la educación pública, pero es insuficiente”
La experta advierte sobre los vacíos de las políticas de Colombia para que haya más estudiantes de primera generación, los primeros en sus familias en llegar a la universidad
María José Álvarez Rivadulla (Montevideo, 47 años), profesora de Sociología de la Universidad de Los Andes, ha vivido las diferencias de clases en sociedades desiguales. Como hija de migrantes españoles sin educación y egresada de una escuela pública, no sintió grandes desventajas en la educación superior de Uruguay. Pero al llegar a Colombia, hace 17 años, conoció la brecha y los privilegios. “La desigualdad como la segregación son más pronunciadas en la sociedad colombiana”, sostiene en su libro El costo de las oportunidades (Ediciones Uniandes, 2025), un análisis sobre el desaparecido programa Ser Pilo Paga, que pone de relieve los obstáculos y esfuerzos para ascender en la escala social.
Durante ocho años, la académica siguió la trayectoria de decenas de bachilleres de bajos recursos, la mayoría hijos de padres sin título profesional, que recibieron un apoyo estatal para entrar a la universidad de su elección, mediante un crédito que se hacía condonaba al finalizar sus estudios. Criticado por la izquierda por canalizar dinero público a instituciones privadas de élite, el programa fue determinante en un país donde la mitad de los graduados de secundaria no logran transitar a la educación superior, según concluye sobre su seguimiento a los beneficiarios desde el inicio del pregrado hasta el ingreso al mercado laboral.
Pregunta. ¿Cómo impactó ‘Ser Pilo Paga’ la movilidad social?
Respuesta. Fue un caso único de apertura de oportunidades para estudiantes de primera generación, los primeros de sus familias en acceder a la educación superior. Por primera vez, con excepción de las dos o tres universidades públicas más importantes, una alta proporción de estudiantes en universidades de altísima calidad no pertenecía a las clases más privilegiadas o medias. Se generaron redes diversificadas que contrarrestan la desigualdad y son claves para la movilidad social. No solo era abrir la puerta, sino lograr interacciones improbables en una sociedad tan segregada.
P. Fue un programa controvertido. ¿Valió la pena?
R. Sin duda valió la pena, aunque no es la única política en la que nos debemos enfocar. Cambió la vida de miles de jóvenes, que luego han transformado sus trayectorias familiares. Muchos son los principales proveedores, los que mandan a la hermana a clases de inglés, los que invierten en el emprendimiento de un tío. Son modelos para sus comunidades, al señalar que la educación es un camino para la movilidad social. Cuando se abre la puerta a jóvenes con resultados académicos que desafían su nivel socioeconómico, la sociedad recupera talento que de otro modo estaría perdiendo. Se genera desarrollo humano y crecimiento económico.
P. ¿Por qué es importante esa diversidad de redes sociales?
R. Para las personas menos privilegiadas, el capital social resulta clave. Es muy probable que tenga mejor futuro el niño con una madre cabeza de familia y sin educación, que vive en un barrio con clases sociales distintas, que el mismo niño en un barrio homogéneamente pobre. Son redes que impactan las expectativas sobre ese niño y las que él tiene, pueden mostrarle modelos distintos o generar contactos para el futuro. Aún más si ocurren a nivel educativo, como en los colegios. Ojalá esa mezcla se lograra en Colombia a nivel de educación elemental o media, pues los efectos de esa heterogeneidad son mayores cuanto más expuesto estés a gente distinta a lo largo de tu vida.
P. ¿Y se crearon en las universidades de élite?
R. Esperaba menos integración de la que encontré, dado lo tarde en la vida que ocurrían esas primeras interacciones, a los 16 o 17 años. Me pareció muy esperanzador que se formaban relaciones de estudio, de amistad y reconocimiento mutuo.
P. Pero no fue fácil y el esfuerzo recayó en los becados…
R. Los menos privilegiados llevaron en sus hombros los costos. Primero, el del éxito académico. Tenían que compensar desigualdades de base, como leer fluidamente en inglés. Muchos decían: “Yo era el mejor de mi colegio, pero acá soy promedio”. También enfrentaron el costo económico, de capital cultural y emocional de hacer amigos. Nunca se habían encontrado con jóvenes de clase media o alta. Se preguntaban cómo me relaciono, cómo hablo, cómo me visto; sentían el miedo a ser discriminados. En una sociedad tan segregada, nunca se habían visto como iguales.
P. ¿Cómo reaccionaban?
R. Me decían: “Yo sabía que era pobre, pero no tan pobre”, “sabía que en mi casa había necesidades, pero no que había gente con esos privilegios, esas escuelas tan bien dotadas, esas casas tan grandes”. Recalibraban cómo se sienten en la estructura social y cómo ven la desigualdad.
P. El Gobierno de Gustavo Petro acabó la financiación de becas en universidades privadas para fortalecer la universidad pública. ¿Qué opina?
R. El mayor motor de la movilidad social es la educación pública, pero en países tan desiguales como Colombia no es suficiente, se necesitan distintas estrategias para distintos problemas. Me preocupa que hoy esos jóvenes, a quienes en un momento les ensanchamos el embudo de la movilidad social, tampoco estén en otras instituciones, porque no existe una política nacional dirigida a ellos. Estamos perdiendo talento.
P. Está la meta de abrir 500.000 nuevos cupos en instituciones estatales…
R. Abrir cupos es muy importante, pero el impacto se da a mediano plazo. Una universidad de calidad no se forma de un día para otro, y las que ya existen no necesariamente tienen posibilidad de abrir muchas plazas nuevas. Para lograr equidad tenemos que pensar en cosas como las cuotas raciales de Brasil, que aumentaron la proporción de personas afrobrasileras; antes era menor de la que existe en su población. Las becas de sostenimiento también son claves.
P. ¿Cómo aterrizar esas otras soluciones?
R. Colombia necesita creatividad y alianzas entre lo público y lo privado. No creo que debamos tirar por la borda experiencias positivas como ‘Jóvenes a la U’, de Bogotá, que han buscado mejorar con un menor pago del Estado a las universidades y fijándoles más condiciones. Creo que no hay que elegir entre esto o la universidad pública, pueden coexistir para generar más oportunidades.
P. ¿Cómo deben responder las universidades privadas?
R. Están en un momento crítico por los cambios demográficos, sin donaciones para subsistir como las universidades gringas. Hay que ahondar la tradición que tienen muchas de generar becas. Hoy son menos diversas, y ahí perdemos todos porque los estudiantes de primera generación son muy recursivos, han tenido que enfrentar más dificultades y tienen mucho por enseñar.
P. Una vez graduados, ¿con qué se encuentran estos estudiantes?
R. Sin duda ganan más de lo que ganarían si no hubieran estado en el programa, pero, aunque logran superar las desventajas académicas frente a sus compañeros, existe una brecha salarial. Esto puede tener muchas causas, como las carreras de las que se gradúan. Sabemos que en el mercado de trabajo no solo es necesario el cartón, precisamente el capital social y cultural hacen la diferencia. Encontramos realidades distintas en distintos mercados de trabajo.
P. ¿Como cuáles?
R. Hay mercados laborales dinámicos como la ingeniería de sistemas o el derecho, con relativos buenos salarios, pero el elitismo o el clasismo hacen que las posibilidades de ascenso varíen. Es más posible en empleos de tecnología, relacionados con el análisis de datos, diseño de software, etcétera, donde lo que piden es ser competente en una tarea, que en un mercado como el de las firmas de abogados, que es un nicho específico, con mucha depuración por capital social y cultural en los procesos de selección. Existen recomendaciones o entrevistas con más clic, algo muy subjetivo.
P. ¿Qué deberían hacer los empleadores?
R. En Colombia y América Latina falta que se tomen en serio abrir las puertas. Me imagino un ranking de empresas abiertas al talento de los jóvenes de primera generación, con orgullo de que sea allí donde los primeros universitarios de las familias encuentran trabajo. Eso impulsaría muchas transformaciones.