‘Mal rebaño’, el colectivo de presas que promueve la salud mental en la cárcel El Buen Pastor
El grupo surgió para hacer frente a los suicidios que ocurren en la penitenciaría femenina de Bogotá. El año pasado, 16 reclusos se quitaron la vida en Colombia
La celda de Camila Botero, en la cárcel femenina El Buen Pastor de Bogotá, funciona como una especie de consultorio. Allí llegan privadas de la libertad a contarle sus pesares, sus preocupaciones, sus secretos y sus logros. Ocurre desde 2022, cuando formalizó el colectivo El Mal Rebaño, un grupo de 15 internas que buscan fomentar la salud mental de sus compañeras. Lo hacen porque el suicidio es la segunda causa de muerte violenta más frecuente en prisiones en Colombia. El Instituto Nacional Penitenciario y Carcelario (INPEC) contabiliza 16 casos el año pasado, al menos cinco de ellos en la cárcel de Ibagué.
Botero habla con naturalidad del tema. Dice que en 2022, cuando entró a prisión, vio cómo una compañera de patio apareció colgada en su celda. Se había suicidado. Esa experiencia, y la necesidad de pasar mejor los días en la cárcel, la llevó a buscar una red de apoyo de mujeres con las que habla de sus miedos y sus más profundas tristezas. “No es algo formal, pero si tuviese que aterrizarlo, diría que es como una especie de círculo de la palabra en el que nos reunimos a hablar de todo: la familia, los hijos, el tiempo que queda en prisión, nos reímos, lloramos”, dice. Casi todo ocurre en los baños de la cárcel femenina más grande del país, o en los momentos libres, en los patios.
Aunque la crisis de salud mental en centros penitenciarios no es un asunto nuevo, en diciembre pasado la Corte Constitucional ordenó al Gobierno hacer un diagnóstico riguroso sobre la población carcelaria, específicamente las personas en situación de discapacidad psicosocial o con enfermedades relacionadas con la salud mental. La sentencia, que ordena al Gobierno consolidar una mesa con varias entidades para tratar asuntos de salud mental en la población carcelaria, advierte que hay una “falta de respuesta institucional adecuada” que “ha impedido el acceso digno y continuo a servicios de salud mental en las cárceles”.
Botero explica vía telefónica que la falta de acceso a servicios de atención en salud mental es compleja, entre otras, “porque la mayoría de psicólogos de las penitenciarias son practicantes que rotan cada seis meses”. Es muy probable que cualquier proceso o tratamiento pierda continuidad, y eso si tienen la fortuna de empezarlo. “Una de mis compañeras de celda pidió una cita en psicología, y le contestaron que había para dentro de 10 meses”, cuenta desde uno de los patios de El Buen Pastor.
Según Medicina Legal, el mayor porcentaje de los suicidios en las cárceles ocurre en personas menores de 27 años y las más afectadas son las mujeres, con el 60 % de los casos. Aunque dar una sola explicación a esos patrones podría simplificar la problemática, para Juan Pablo Uribe Barrera, doctor en derecho penal y experto en derecho penitenciario de la Universidad de Los Andes, hay cierta lógica en la diferencia por género. “Los hombres en prisiones tienen tratos mucho más duros entre ellos, porque en su mayoría vienen del mundo de la delincuencia. Algunos se ven como profesionales del delito, y en esa lógica, la cárcel es un riesgo profesional”. En contraste, la mayoría de mujeres llegan a prisión porque “cometen un delito por necesidad o supervivencia, pero no son necesariamente profesionales del delito”. Por eso, como tendencia general, ellas se pueden ver más afectadas.
Para Uribe, la solución está lejos de limitarse a los primeros auxilios emocionales. “El trato en las cárceles es duro y va más allá de una cita con un profesional en salud mental; a veces se trata de suplirles las necesidades básicas o simplemente sentarse a escucharlos”. Sostiene que en Colombia y en gran parte de la región, no hay diagnósticos serios y rigurosos sobre la salud de la población carcelaria. “Antes que hablar de cómo solucionarlo, hay que reconocer que no tenemos ni siquiera idea de en qué condición están los presos”, afirma.
Según él, uno de los patrones que afecta a las mujeres privadas de la libertad es que frecuentemente reciben menos visitas de sus familiares en prisión. “Es una quinta parte de las visitas que reciben los hombres. Los núcleos familiares se quiebran. Cuando es el padre, la mamá se hace cargo de los hijos; cuando es al revés, el papá no suele hacerse cargo del núcleo familiar”. En eso coincide Lina Porras, investigadora de la oenegé Temblores, quien señala que la situación de las mujeres es más grave por razones biológicas, como los cambios en los métodos de planificación o las violencias psicológicas y la sanción social a la que son sometidas por haber cometido un crimen. “La justicia misma es más dura con las mujeres que delinquen que con los hombres, porque sobre ellas hay una responsabilidad social”, señala.
El primer suicidio tras las rejas de este año fue el de Iván de la Rosa Gómez, el pasado el 5 de enero en la cárcel La Picota, también de Bogotá. El hombre, acusado de asesinar a su pareja Steffany Barranco en un centro comercial al norte de la ciudad, apareció con signos de autoasfixia. La noticia la confirmó Daniel Gutiérrez, director del INPEC, quien dijo que el hombre ya había intentado quitarse la vida meses atrás, cuando permanecía en la Cárcel Distrital. Si bien el INPEC tiene el deber de velar por la vida de los internos, sus medidas de control en algunos casos son insuficientes. Camila Botero explica que prohíbe ciertos elementos. “Dejaron de permitir que nos trajeran latas de atún, porque había personas que se cortaban con eso, pero no atacan el problema real, que es por qué alguien llega a eso”, cuenta.
Los suicidios en las prisiones no han tenido variaciones significativas en los últimos cuatro años. Si el año pasado el INPEC registró 16 casos; en 2023 fueron 18; en 2022, 11 casos; y en 2021, la cifra fue de 16. El dato reciente más alto es el de 2020, cuando por la pandemia los reclusos no tuvieron acceso a visitas y se contabilizaron 23 suicidios. Aunque pueden parecer pocos casos, significa que la población encarcelada se suicida casi tres veces más que los colombianos en su conjunto, según las tasas de suicidio calculadas por la oenegé Así Vamos en Salud.
Para las reclusas, esas cifras son la punta del iceberg de los problemas de salud mental y depresión que conocen a diario las reclusas de El Buen Pastor entre sus compañeras. Por eso, cuentan, a través del Movimiento Nacional Carcelario han pedido que se institucionalicen programas para las privadas de la libertad que les permitan mejorar su calidad de vida en las celdas. Lo dice por WhatsApp pero lo reitera, casi a diario, a través de su cuenta de Instagram, que lleva casi como un diario de su vida en prisión: “A todo Buen Pastor le llega su Mal Rebaño”.